Sí, lo confieso: he tenido innumerables aventuras ¿Qué caso tiene negarlo? No lo voy a ocultar más, pues contrario a lo que muchos pensarán, no me da vergüenza admitirlo. No sólo no me apena admitirlo, sino que no me arrepiento de ello.
Empecé en esto desde hace un tiempo, y desde entonces no he parado. He estado con hombres y mujeres, algunos cuyos nombres siempre recordaré con cariño, y otros de los que prefiero no acordarme. Con unos he compartido momentos placenteros e inolvidables, mientras que otros me han producido grandes decepciones. Algunos, muy pocos en realidad, me han complacido de tal manera que vuelvo a involucrarme con ellos al cabo de medio año o uno o dos años a lo máximo; y vuelven a despertarme las mismas sensaciones que cuando los conocí, siempre anhelando más y más de lo que me dan. Son esos el selecto grupo al que tengo en mayor estima y a los que, supongo, habré de acudir por el resto de mi existencia.
También tengo romances simultáneos, en particular en estos últimos meses. Por la tarde me encuentro con uno de mis amores y, varias horas después, ya en la noche, me cito con otro de ellos. En ocasiones atiendo a tres al día. Muchas personas lo considerarán agobiante y enredoso, pero yo casi no tengo problemas a la hora en que estoy con ellos. Nunca me he confundido y quizás olvide algunos detalles, pero no es nada que no solucione con facilidad. Recuerdo que, el año pasado, anduve con dos individuos que habían sido amigos y, luego de compararlos, decidí que uno me agradaba más, aunque el otro también me había gustado, así que planeo verlos a ambos este año, aunque no he decidido todavía si lo haré al mismo tiempo o por separado.
Mis amoríos me llenan de intensas emociones: me hacen reír y llorar, me asustan o me ilusionan, me deprimen o me levantan el ánimo. Me dejan un dulce sabor en la boca que suelo percibir durante largo tiempo o me dejan un sabor amargo que me llega a enfermar. Afortunadamente, aquellos que no me agradaron los evito y procuro ya no tratar con ellos, y me rodeo nada más por de los que no puedo prescindir… al menos por el momento.
Revelaré, finalmente, los nombres de algunos de los sujetos con los que he sostenido mis romances, para aplacar el morbo de los curiosos: se llaman Tolkien, Lovecraft, Bradbury, Asten, Asimov y Murakami. Y no son ni la décima del gran total. Y sí, son amoríos por que, cada que los leo, involucro buena parte de mi tiempo, mi mente y mi alma a algo por lo que ellos también invirtieron tiempo, mente y alma; del mismo modo en que alguien lo haría en una relación sentimental. Esos pedazos de sus corazones que, por instantes, logran fusionarse con el tuyo y te hacen vivir nuevas experiencias, las cuales pueden gustarte o no. Y ya que he confesado lo anterior, les diré que no llevará a cabo un acto de contrición, porque no sólo no me arrepiento, sino que continuaré con mi obsceno, lascivo y descarado proceder por un buen rato.
Y, por cierto, ya encarrerada, quisiera preguntarte algo a ti que me estás leyendo: ¿quisieras tener una aventura conmigo?
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