Me tenía harto con ese tonito zumbón cuando se avivaba dónde nos habíamos escondido. ¡Partido al Flaco, adentro del armariooooo! ... Llegué a soñar con esa voz de enano mal hecho. Hasta que me dí cuenta que era sólo cuestión de estrategia. De nervios de acero. De paciencia. Sobre todo, de paciencia.
La cosa era esconderse sin alardes. Casi a la vista. Y en esas cavilaciones andaba cuando supe que lo que más acongojaba al Petiso era su horfandad. La muerte de su madre, un par de años atrás, le había cambiado la existencia. Lo había puesto maliñoso, como la Abuela murmuraba, al verlo, ganándose enemigos entre todos los chicos de la calle.
Sería fácil escabullirme en la alcoba cerrada. Meterse en el ropero. Mimetizarme entre tanta seda y tanta piel abandonada. Y fue fácil. Tanto que no soporté la tentación de echarle indicios. De guiarlo con ruiditos, con carraspeos. De tentarlo más allá del dolor y de las lágrimas. De meterlo en el cuarto prohibido. Acercarlo al espejo. Saltarle desde la misma muerte en un aullido que no pudo dejar de duplicar. De extender. Fuera de la cordura. Y de la infancia...
Texto agregado el 23-09-2004, y leído por 235
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Lectores Opinan
27-09-2004
Fue mi elección y ahora que lo releo me ratifico y me ha gustado más. Enhorabuena mario. juanrojo
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