Es e 28 de mayo de 1940. Bélgica ha capitulado bajo el ataque alemán. Adolfo Hitler, enardecido por el entusiasmo militar, sintoniza en su vieja victrola su música favorita, la de Richard Wagner. Hitler no era católico ni protestante; creía en los dioses de la mitología germana y es así como escucha los acordes de la cabalgata de las valkirias. El 14 de junio, las tropas alemanas desfilan bajo el Arco del Triunfo en París. Para vengar la afrenta de su derrota, los alemanes obligan a los franceses a capitular en el mismo vagón donde se había firmado el armisticio de la I Guerra Mundial en el bosque de Compiegne. Llevado por su entusiasmo, Hitler sale del vagón pisando fuerte, como diciendo “los aplastamos”.
En su retiro de Berchergaden, el führer escucha Los murmullos del bosque, muy acorde a los momentos que estaba viviendo.
En 1944 la historia da un giro inesperado para Hitler: el 30 de abril de 1945, en su búnker, celebra un apresurado matrimonio con Eva Braun. Luego de este enlace, ambos ponen fin a su vida en un episodio digno del compositor alemán mientras escuchan La entrada de los dioses en el Wallalla. Él que se creía un demiurgo, un endiosado, haría, como sus iguales, la entrada en el edén germano.