Napoleón oye contrariado la noticia de la derrota de la escuadra franco-española en la batalla de Trafalgar. “Nelson, siempre Nelson”, murmura. Acto seguido encuentra su excusa: él no podía estar en todas partes.
Ya que no puede invadir las islas británicas, decide vengar el desastre marítimo y pasar la Navidad en Viena. Para ello, sale en persecución de los rusos que se han aliado con los austríacos. El 2 de diciembre de 1805 se da la batalla de Austerlitz, llamada también de los Tres Emperadores. Los franceses tomaron posiciones en zonas boscosas. Allí estaba la V División del mariscal Dannes y la I División del mariscal Bernadotte. Hacia el sur se había situado el mariscal Soult y en el flanco derecho se hallaban los doce mil hombres de Legrand.
Bonaparte trató de mostrarse vulnerable ante el enemigo abandonando una posición de fortaleza, la colina de Trepans que al comienzo se hallaba envuelta en neblina. Los aliados austrorrusos atacaron el flanco de Legrand. Los franceses comenzaron a escalar la colina de Trepans y el sol disipó la neblina dando lugar a un luminoso día en el que los franceses derrotaron a los noventa mil adversarios. Los rusos no encontraron escapatoria. La única salida eran los estanques helados de Satschan. Napoleón mandó romper el hielo a cañonazos impidiendo la huida.
Fue la victoria más brillante del emperador francés al cumplirse un año de su coronación. Llevado por el entusiasmo de la jornada, Napoleón dice a sus hombres:
-Bastará que uno de vosotros diga ‘yo estuve en Austerlitz para que la gente exclame: Ahí va un valiente”.
Los ejércitos vencidos en Austerlitz eran aristocráticos y fue esa la razón por la que tuvo importancia la captura de las banderas y estandartes.