RAPTO DEL MÓVIL-EROS
En aquel tiempo y desde el Planeta de los Amorosos, Bruck arribó al planeta del dinero y las transacciones bursátiles, donde la ceremonia de su recepción, presentación y subasta constituyó el evento del siglo.
Haciendo historia, el automóvil Bruck nació como maravilla de las maravillas en ese lejano planeta, donde los amorosos del multiforme reino animal, vegetativo, mineral y tecnológico, se mueven por su propia y libre voluntad. En felicísima consecuencia y sin otro móvil que darle gusto al gusto de amarse los unos a los otros, funcionan como genuinos auto-móviles.
Para superar tanta felicidad, y dentro de la última generación de los auto-móviles de la mejor clase, los reyes del imperio tecnológico dieron a luz al pináculo de su gloria, una criatura de suprema calidad para nutrirse con la energía de los astros, y por añadidura y en recíproco y cosmológico beneficio, ayudar a los más pequeños y conflictivos. Por eso, sólo por eso, Bruck vino al mundo de mis pecados, y así pasó lo que tenía que pasar.
“Gina la Bella,” la estrella más admirada y cotizada del universo fílmico, se quedó estática, fuera de sí… Y con la mirada fija en aquel automóvil del otro mundo, dejó caer la copa del brindis que le pusieron en la mano. Al instante, tomó la papeleta que al repetitivo: “¿Quién da más?...” “Quién da más?...” “¿Quién da más?...” “¿Quién da más?”…. subió, y subió, y subió… innumerables veces.
La subasta resultó catastrófica, porque la vieja fiebre del oro fue desplazada por la que produjo Bruck. Sus admiradores lo codiciaban con tan ardiente codicia, que les hirvió la sangre y sus llamaradas de entusiasmo aumentaron el calentamiento global, pero a los codicioso les importaba un comino acabar con la tierra.
Frente a tanta insensatez, Bruck no daba crédito a que Gina la Bella echara más leña al fuego, y menos aún, a que fuera animada por su mejor amiga:
-¡Vamos!... ¡Arriba!... ¡Órale!... ¡Échale ganas!... ¡No te rajes, cuero viejo, que te quiero pa’tambor!.. –Gloria gritaba como enajenada mientras ayudaba a su amiga, una y otra vez, a levantar el brazo.
Por su parte, Gina tan sólo sabía que Bruck tenía que ser suyo y de nadie más; pero cuando al fin se lo ganó, no supo cómo salir del aprieto. En primera instancia, vació sus cuentas bancarias, pagó un adelanto y obtuvo el lapso de un mes para liquidar el monto de su oferta, un monto capaz de quebrar a los millonarios más millonarios del mundo.
Sin embargo, el milagro se hizo porque la codicia rompió el saco de los vencidos en la subasta, mismos que entraron a la rebatinga para comprar las propiedades y bienes de Gina a precios ahorcados. Además, cada uno aportó su elevado préstamo, en la confianza de verse pagado con el anhelado Bruck, tras el incumplimiento de la insolvente deudora
Mientras el milagro se realizaba, Bruck permaneció en la agencia sin perder la fe en su destino y expuesto a la expectación de los incrédulos. En la cabal inteligencia de su responsabilidad, investigó a la mujer que lo quería y a cuyo servicio tendría el gusto de consagrarse. Dispuesto a satisfacerla con absoluto acierto y conocimiento de causa, se dio a la tarea de conocerla y de percatarse del mundo en el que ambos se hallaban inmersos.
Para su fortuna, poseía un cerebrazo capaz de captar, procesar y guardar toda clase de información con increíble velocidad. Así que en el escaso periodo de treinta días vio todas las películas, revisó todas las revistas, analizó todas las historias, y estudió todas las culturas. Por último, obtuvo el tristísimo resultado de compadecer a su enamorada.
¡Pobre Gina!... sus películas resultaron un verdadero asco, las revistas en las que figuraba, debían arder en el infierno, y para tan grandiosa estrella cinematográfica, todas las historias y culturas valían tanto como la carabina de Ambrosio.
¡Pobre Gina!... Tal vez no quería saber lo que sabía, ni hacer lo que hacía; pero ciertamente se consideraba poseedora del mayor de los éxitos, porque la ignorancia le dio fuerza para seducir con idiotez y media a los galanes que aparecían en pantalla, y por añadidura, a la serie de sus acaudalados amantes y maridos. En fin, después de vivir y sobrevivir en el competido negocio de la prostitución, después de disfrutar lujos, diversiones y vicios con la inconciencia de un simple y apetecible objeto, tuvo que enamorarse de Bruck para saborear la dicha de sentirse al borde la desgracia.
¡Pobre Gina!... acudió al engaño, al fraude y a la traición, empeñó su vida –de por vida- y aun así, fue cosa de milagro que pagara el precio de su verdadero amor, y eso que apenas alcanzaría para sacarlo de la agencia y llevárselo a presumir, soñando en que tan maravilloso automóvil deslumbraría, en favor de su propia causa, a cualquiera que lo viera… Pero su alegría no tuvo límites cuando se introdujo en el automóvil y lloró de felicidad, porque lo sintió tan vivo y gentil que le pareció un ángel del cielo, en lugar de una sofisticada máquina.
Bruck era capaz de encenderse por sí mismo y de correr por donde le diera la real y regalada gana; sin embargo, esperó a que Gina lo encendiera y le indicara la dirección, en virtud de lo cual, detuvo la marcha cuando llegaron a la casona ocupada por la Academia Vivaldi. Ahí abrió su portezuela y aguantó el disgusto de sentirse abandonado y desconcertado.
Desde que Gina entró a la susodicha casona, hasta que salió acompañada por un enano en silla de ruedas, se la imaginó cumpliendo con el oficio de hacer el amor en ausencia del amor, algo más que obsceno, algo escandaloso y del todo inconcebible para sus congéneres, y claro, para los investigadores del otro mundo.
Por fortuna, cuando abrió la portezuela y contempló a su posible rival haciendo tanto esfuerzo para subir a bordo, sospechó que su imaginación le había jugado una mala pasada. Sin duda que por su edad y condición, al enano le dolía todo y lo que no le dolía, tampoco le servía.
-Querida niña –dijo el anciano en el transcurso de un paseo por la ciudad-, me enamoré de ti desde que llegaste a tomar tu primera clase de música. Por aquel entonces, estaba más que capacitado para satisfacer tus urgencias genitales y tus frívolas ambiciones, pero el espejo bastó para resignarme a quererte por toda la vida, sin esperanza de ser amado.
-Se equivoca, maestro, porque a más de su bondad, usted es ni más ni menos que don Alonso de la Borgoña y…
-No trates de dorarme la píldora –replicó el humilde maestro-, porque bien sé a lo que vienes. Por ser tan orgullosa y pobre vergonzante, no te atreves a confesar tu imperiosa necesidad, y mucho menos, a mendigar la caridad que pudiera salvarte, o al menos, aliviar tus penas, así que como estás en la calle y andas muerta de hambre, te ofrezco casa, vestido y sustento, sin otra condición que la de contemplarte y complacerte hasta donde me sea posible.
-¡Gracias, maestro! –exclamó Gina jubilosa, y añadió-. Aquí tiene usted los planos del Planeta de los Amorosos para disponer la residencia de Bruck. Él puede alimentarse y repararse por sí mismo, pero debemos proporcionarle instalaciones adecuadas para mantenerlo en forma, garantizándole un permanente suministro de agua y de energía solar.
Don Alonso de la Borgoña recibió con asombro el pergamino, lo desenrolló, lo examinó, y con una sonrisa lo devolvió a su interlocutora: -Para tan costoso albergue, busca otro patrocinador.
-Pero…
-Nada de peros. Me sentiré feliz si conforme a mis limitaciones físicas y financieras aceptas lo que puedo darte. Por favor, señora de mis pesares, no quieras tentarme para caer en una pasión como la tuya, ofreciendo más de lo que tengo y terminando en la desgracia que bien conoces.
Mientras Gina pasaba de la desilusión a la rabia, Bruck acudió a la eficacia de sus contactos electrónicos, y basado en su pertinente información, juzgó la heroica nobleza de don Alonso, tan grandioso y sabio administrador que convirtió su persona y sus bienes en una inagotable fuente de beneficios no especulativos y de valores no perecederos. Atrás quedó el dinero de su herencia y el que obtuvo como hábil financiero, como magistral compositor y como virtuoso pianista. Además, su capital de reserva derivó al mar de gastos que significan, dentro del actual sistema, las atenciones médicas y hospitalarias. Así que ahora y por el tiempo de vida que tuviese, sólo disponía del usufructo de los inmuebles comprometidos en nuda propiedad con los patronatos de la Academia Vivaldi, del Hospital de la Misericordia, y de otras instituciones.
¡Pobre Gina!... Esperaba sacar el toro de la barranca, porque la fortuna de don Alonso andaba en boca del vulgo como la del Rey Midas, pues como dijo Gorki y repitió un perro sabio en la película de “La Dama y el Vagabundo:” “Los miserables buscan otros más miserables para sentirse felices.” Por tal motivo, desde la niñez hasta la vejez de don Alonso, muchos padres llevaban a su menesterosa prole para contemplar tan bonita casona y tan fea persona con la fábula exagerada de sus riquezas, y el estúpido comentario: “¿De qué le sirve tanto, tantísimo dinero, si es un enano deforme?... ¡Gracias a Dios que nosotros, aunque pobres, estamos bien hechecitos!”
Animado por su veraz información y el ferviente deseo de servir a su enamorada, Bruck intervino en la conversación: -Rechazo el lujoso albergue que diseñaron los reyes de mi patria, toda vez que como digno, auténtico y perfecto auto-móvil, lo mismo en la calle que en cualquier otro lugar, me las puedo arreglar por mí mismo.
Gina y don Alonso quedaron mudos de asombro al escuchar el electrónico discurso. En ese momento, regresaron a la Academia, donde con trabajos y con el auxilio de una enfermera descendió el buen hombre que Bruck ya consideraba, sinceramente, como su querido y leal amigo.
En el trayecto hacia el Palacio del Romeral, Bruck impartió cátedra por medio de su elocuente palabra y de multitud de asombrosas, ilustrativas y tridimensionales imágenes. Necesitaba que Gina entrara en razón, y para tal efecto, utilizó parte de su investigación. Por principio de cuentas y de cuentos, dejó en claro que Gina no sólo disponía de un hermoso cuerpo, sino de una rica herencia cultural que hasta ese momento había echado por la borda, pero ahí estaba, siempre a su disposición, como el recio tronco donde podría apoyarse para decidir su destino.
Las prodigiosas imágenes expusieron los triunfos de la sabiduría contra la ignorancia; pero como “la imagen vale por mil palabras,” y las imágenes fueron innumerables, Gina se atiborró de sabiduría… y con tanta sabiduría acabó indigestada y vomitando, una y otra vez, las palabras Eros, Eros, Eros… Amor, amor, amor…
Claro que Bruck, embajador del Planeta de los Amorosos, presentó el tronco de la verdadera y universal cultura, conformado por el amor salvífico y eterno. Ahí estaban los maestros de la humanidad, y por ahí corría la savia del destino, cuya fuerza provenía de vigorosas raíces grecolatinas, judías y judeocristianas que, a su vez, se nutrían de substanciosos elementos aportados por todos los pueblos del mundo, desde hace milenios y hasta el fin de los tiempos.
La ilustre cátedra presentó la figura del dios Eros, personificación de la fuerza unitiva del amor, desde la creación de la materia primigenia y de los primeros espíritus o dioses de la mitología helénica; creación realizada por un dios desconocido que los griegos llamaron Kaos, y al que jamás le rindieron culto.
Con el paso del tiempo, el primigenio Eros -el dios que antecede a todos los dioses del Olimpo-, fue transformado de mito en mito, y pasó a la mitología romana donde ya como hijo de Venus y con el nombre de Cupido, generó a los alados, traviesos y flechadores amorcillos que revolotean alrededor de los amantes.
En el libro de la Teogonía, escrito por Hesiodo en el siglo VIII a.C., Eros nace del huevo cósmico antes que todos los dioses, y se convierte en el compañero de Afrodita. (Por cierto, Afrodita es la reputada diosa del amor. No existe ningún otro dios que haya tenido mayor número de nombres y de posibles orígenes. Es la Venus romana, la Istar babilónica, la Urania celestial, y la diosa que tiene más versiones y advocaciones en toda clase de mitologías, incluyendo la Xochiquetzal de los antiguos aztecas, y las hetairas o cortesanas divinizadas por el eritómano paganismo que… ¡ojalá y sacara de sus filas a Gina la Bella!)
Bajo la inmortal fantasía de los poetas y los trágicos griegos, Eros nace por obra y gracia de cuantos fabulistas le atribuyen el padre que les da la gana, pero ya sea como vástago de Zeus, de Hermes o de Ares, siempre será el hijo de su madre que se divierte hiriendo con flechas de oro a los corazones que arderán de amor, y con flechas de plomo, a los que permanecerán congelados.
-Por lo visto, mi querida Gina –concluyó Bruck-, la mitología procede a la práctica, porque vine a tu mundo para convertirme en el flechador de oro. Por ti, y sólo para ti, soy la encarnación del divino Eros.
-¿Encarnación?... ¡Eres una descarnada y metálica maravilla!... Por eso te amo.
Bruck soltó la carcajada –En el sentido figurado que da sentido a la razón, soy una encarnación metálica del poderosísimo Eros, y tú eres la mítica mujer, la Psiquis que me ha amado sin conocerme. Tan sólo para conservarme has realizado hazañas portentosas, has vencido a mi madre, la reina de los amorosos, y hasta has merecido que te lleve al Olimpo, donde serás convertirá en mi amada esposa, por siempre y para siempre.
-Me agrada el cuento –respondió Gina-, pero también en el sentido figurado que da sentido a la razón, y tan sólo por vencer a las fieras que pretenden apoderarse de ti, prefiero ser la diosa de las gracias y de las hetairas.
Bruck se detuvo frente al Palacio del Romeral, donde la joven Gloria lo abordó con exclamaciones de júbilo: -¡Bello! ¡Bello! ¡Y más que bello!...
-¡Calma tus ímpetus! –Ordenó Gina-, mientras el automóvil reiniciaba su marcha para llevárselas adonde tenían que llegar, un miserable refugio de mendigos y malvivientes que con gran escándalo se precipitaron a curiosear el automóvil que, por cierto, en cualquier lugar resultaba bastante curioso.
-¿Cómo te atreves a traernos aquí?
-Pues aquí está la única casa que me queda.
-¡Arráncate, Bruck, antes de que nos desvalijen!-. Dicho y hecho, regresaron por el camino andado.
-¡Vaya susto!... A pesar de todo –confesó Gina-, reconozco tus buenas intenciones. Además, eres compañera de mi propio dolor, por haberme prestado todo el dinero que tenías y el que pudiste conseguir.
-Todo sea por amor a Bruck. Pero ahora, ¿qué podemos hacer?... Nada queda de la herencia que me dejó papá. Mi mamá está furiosa y mientras viva no soltará prenda.
-Pero dispone de la mayor fortuna de sus ancestros, y aunque lo niegues, tú la compartes como hija suya, y por tu propio bien, puedes y debes compartirla conmigo.
-¡Caracoles!... ¿Acaso estás loca?
-Sí, estoy loca por hacerme de los caldos mágicos que tu mamá y tú consumen a diario para conservar su respectiva juventud, ella hasta pasados los noventa años, y tú los sesenta. Con esos caldos seguiré siendo Gina la Bella, filmaré más películas, haré más teatro y aprovecharé los lucrativos negocios de la publicidad, la seducción y la frivolidad. Sólo así podré pagarte, y sólo así conservaremos a Bruck.
-¡Caracoles y más caracoles!... La vieja leyenda de los caldos mágicos viene desde que mi tatatatarabuela anduvo en el escuadrón volante de Catalina de Medicis, y se inmiscuyó en los asuntos fraguados por Diana de Poitiers; pero si ambas cortesanas conservaron una juventud tan prodigiosa como la de mi mamá y la mía, no se debe a caldos mágicos que, según la leyenda, contienen oro potable y ciertas drogas.
-Te creo, pero si no son caldos, ¿cuál es tu secreto?
-Ojala lo supiera… Sin duda, se trata de un carácter hereditario y transmitido por la línea femenina de nuestro linaje. Es algo que tiene intrigados a los miles de científicos que nos han sometido a toda clase de experimentos. Nos han tratado como conejillos o ratas de laboratorio, muchas veces nos han extraído sangre, tejidos y células madre que han implantado en otros sujetos, y siempre nos han hecho sufrir en balde, pues fuera de nosotras mismas, nada les ha pegado.
-¡Claro!... porque no se trata de una fenomenal y genética herencia, sino del hechizo cuyo secreto te niegas a revelar.
-¿No te das cuenta que por descubrir tal secreto nos hemos prestado al interés científico?
En respuesta, Bruck analizó los hechos y confirmó la evidencia. –En verdad es un misterio genético, querida Gina, pero de mi cuenta corre que seguirás siendo joven y bella, por siempre bella, y que podrás conservarme como tuyo, y solamente tuyo, sin necesidad de caldos.
Gloria reaccionó. -¿Sólo de Gina?... ¿Y qué hay de mí?...
-Tú saldrás ganando, si en lugar de obsesionarte por el dinero perdido y por el capricho de compartirme, te percatas de benevolente amor que te resistes a ofrecer a quien tanto y tan de verdad amas. También él está enamorado de ti, y si ambos hacen caso omiso del qué dirán los de su rancho y los de tu aristocrática familia, se convertirán en feliz pareja.
-¿Cómo sabes tanto?
-Porque tengo mis contactos para enterarme de todo, y por lo mismo, te recomiendo que no traiciones tus sentimientos y convicciones.
Gina opinó con sarcasmo: -Hazle caso a San Cupido, y ya verás lo que te pasa, porque mientras vivimos en este mundo, San Dinero es el santo más milagrero, y como el bribón de tu novio no se casará por la oveja, sino por el vellón, acabarás como el perro de las dos tortas. En fin, Gloria, te aseguró que más te valdrá decirme tu secreto, para que pueda pagarte, te repongas y encuentres la felicidad con quien quieras y cuando quieras.
-¡Vete al diablo! –Gritó la joven y encabritada Gloria-. Voy a casarme por mi propio gusto y sin secreto que revelar. En cuanto al mentado pago, espero que algún día llegarás a depositarlo en la urna de mis cenizas, después de que hayas pagado los miles de millones que debes a los demás.
-Bien dicho –agregó Bruck-. Gloria y su futuro esposo serán felices al unirse como una sola carne, porque Dios es amor en la creación de todo lo creado, en la bíblica historia del pueblo hebreo y en la enseñanza evangélica. Por esto y al margen de tantas herejías, la felicidad del amor, personificado en el mítico Eros, concuerda con la ley de Moisés, trasciende al resto de los profetas, y se refleja en el Cantar de los Cantares.
-¿Y ahora de qué me hablas? ¿Acaso vienes de predicador? –Inquirió Gina en el colmo de su incredulidad.
-Tú no crees –argumentó Gloria-, porque las telarañas que tienes en el cerebro están llenas de patrañas. Por eso andas detrás mis caldos mágicos, en lugar de buscar medios más efectivos contra el envejecimiento y el deterioro que ya padeces
-Pues por lo visto y lo escuchado, y por más que trates de engañarme, tu recomendación implica que conoces tales medios y remedios.
-Si yo lo conociera, tú también lo conocerías; pero en medio de mi socrática ignorancia, he oído decir que se te pega algo de la juventud de un amante joven, si realmente, te enamoras de él.
-Entonces estoy frita, porque de jóvenes he tenido por cientos, y no he podido ni podré enamorarme de ninguno. Bruck ha sido y será el único amor de mi vida… -Sin poderlo resistir, Gina cayó en un alarmante estado de histerismo, se deshizo en llanto y gritó-: ¡Qué pena!... ¡Mi amor no puede amarme!... ¡Mi amor, mi gran amor, sólo es una máquina!...
-¿¡Sólo una máquina?! –Bruck bufó, echó humo, pegó el salto, le nacieron alas y en cuestión de segundos dejó a la espantada Gloria frente al Palacio del Romeral. De inmediato, se llevó a la raptada y desmayada dueña de su destino terrenal, cruzó valles y montañas, llegó al borde del barranco y descendió al fondo del abismo.
Gina abrió los ojos para contemplar al más galán de los galanes, y aquel doble de Bruck, la maravilla de las maravillas en el Planeta de los Amorosos, puso su brazo izquierdo bajo la cabeza de su amada, le abrazó con la derecha, absorbió la humedad de sus labios en un prolongado beso, y le dijo con una voz más dulce que el vino de sus caricias: -Al fin, hermosa mía, novia mía… dame la miel tu sangre, la savia de tus huesos, y la carne de tu carne.
Una corriente eléctrica penetró el cuerpo de Gina la Bella, desgarró sus nervios y sacudió el gritó de placer que brotó del fondo del abismo y corrió con el viento.
FIN
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