En una comarca no muy lejos de la ciudad de El Viejo en Chinandega, vivía una humilde familia formada por un padre, una madre y dos niños (niña y niño). Todos los días los dos hermanos iban a la escuela en sus bicicletas, pues la escuelita no quedaba tan cerca de su hogar, iban por veredas y caminos polvorientos, los mismos que en invierno se volvían fangosos con las lluvias, es por eso que, aunque trataran de llegar limpios a su escuela, siempre llegaban sucios, polvorientos en verano y con lodo en invierno, muchos llegaban así, pero nadie se burlaba de nadie.
Ya hace días, los niños comenzaron a escuchar unas risitas burlescas cuando pasaban por un cruce de caminos, nunca miraron a nadie y al comienzo no le prestaron mucha atención, pero como era asunto de todos los días, comenzaron a preguntarse de donde provenían esas risas y quién era el que las provocaba.
—Estefanía, ¿escuchaste? —le preguntaba Ángel a su hermana.
—Sí, deben ser los duendes –contestaba ella.
Y continuaban su camino hasta llegar a la escuela, pero a nadie, ni a su maestra ni a sus compañeros de clases, le comentaban algo sobre e se asunto.
Al otro día lo mismo:
—Estefanía, ¿escuchaste?
—Sí, ya te dije que son esos duendes –volvía a contestarle ella.
—¡Cuales duendes! –por fin reaccionó Ángel con cierta ira y asombro.
—¡¿Pues cuales más?! ¡¿A caso no sabes que aquí existen duendes que les gusta burlarse de las personas?!
—¿Pero de nosotros por qué se burlan?
—Pues, porque siempre pasamos todos sucios, creo.
—¡Ah! Mañana procuraremos no ensuciarnos y pasaremos limpios para ver si ya no se burlan de nosotros.
Y así fue, cuando pasaron por el lugar iban limpios, no escucharon nada. Al regreso pasaron todos sucios ya que se revolcaron jugando a la hora del recreo y esta vez escucharon las ricitas.
—Ves que tenía razón —le dijo Estefanía a su hermano.
—Ajá, sí. Pero ahora quiero saber cómo son esos duendes que tanto se burlan de nosotros.
—¡No Ángel! ¿No sabes que, si los molestas o querer saber dónde viven, ellos se vuelven agresivos contra uno?
—¿A caso solo ellos pueden molestarnos? Nosotros también los molestaremos —dijo Ángel.
Ángel se bajó de su bicicleta dejándola tirada a la orilla del camino:
—Por aquí se escuchan –decía mientras seguía el sonido de la risa tras unas piedras, Estefanía también dejó la bicicleta aparcada y fue detrás de su hermano. El sonidos de las risas cambiaban de lugar y los niños la seguían adentrándose a un bosquecillo, un riachuelo sonoro y cristalino corría por el lugar y a la orilla se podía ver unas medianas piedras que formaban una diminuta cueva.
—¡Con que aquí es donde viven esos traviesos duendes! –dijo Ángel dirigiéndose a la pequeña cueva.
—Vámonos de aquí, no es buena idea seguir a los duendes, ni mucho menos descubrir donde viven —decía Estefanía con miedo.
Ángel que era muy curioso y travieso, metió la mano en la pequeña cueva y tras un grito la sacó rápidamente trayendo consigo pegado a sus dedos un pequeño cangrejo.
—¡Hay! Esta es la cueva de un cangrejo —dijo tirando por los aires al animalito que fue a parar al agua, sumergiéndose en ella y desapareciendo de la vista.
Enojado, el travieso niño desbarató la cueva quitando las piedras y ambos se fueron del lugar siguiendo el sendero por donde habían venido, al llegar a la orilla del camino las bicicletas ya no estaban, tuvieron que irse caminado hasta llegar a casa.
—¿Y las bicicletas? —les preguntó el papá cuando los vieron llegar sin ellas.
—Nos las robaron por dejarlas solas en el camino por ir tras unos duendes –dijo Estefanía muy tranquilamente y ambos se fueron a hacer sus tareas escolares.
El día siguiente era sábado, por los que los hermanos se levantaron un poco más tarde y se fueron a jugar con su perro llamado Sarnos, cerca de un montón de leña, unos pequeños ojos se asomaron: —¡Un ratón! —dijo Ángel con sorpresa.
—¿En dónde? –preguntó Estefanía.
—¡Ahí, entre la leña!
Su perro Sarnos comenzó a ladrarle y el supuesto ratón se escondió aún más. Los niños rápidamente comenzaron a quitar una por una las rajas de leña, de pronto salió corriendo con una extraordinaria rapidez el supuesto animalucho, que, para mayor sorpresa de los hermanos, notaron que no se trataba de ningún ratón ni de otro animal, sino, de un extraño ser verdoso y orejas puntiagudas, era un duende.
—¡¿Viste eso Ángel?!
—¡Sí, uno de esos duendes del camino nos siguió hasta aquí, atrapémoslo! –dijo el valiente niño y con una de las rajas de leña en su mano se dispuso a acabar con el intruso, Sarnos no dejaba de ladrar y con el escándalo los demás miembros de la familia se acercaron a ver qué es lo que estaba pasando.
—¡Ahí va, que no se escape! –gritaban los hermanos.
—¿Qué animal están queriendo atrapar? –preguntó la mamá.
—No es ningún animal, es un duende –respondió Estefanía.
—¿Un qué? –dijo con extrañeza la mamá creyendo no haber escuchado bien.
—¡Un duende! —le repitió Ángel mientras le atinaba al escurridizo ser un buen leñazo en mitad de su pequeña cabecita, matándolo al instante.
—¡Ahí está, vengan a verlo!
Y todos corrieron a ver a la extraña y pequeña creatura que yacía muerta con su cabeza aplastada.
Sarnos iba de un lado a otro todavía eufórico por la cacería recién hecha, hasta que agarró a la inerte criatura entre su hocico y corrió con ella hacia una arboleda, por más que lo llamaron éste no hizo caso, entonces Estefanía fue tras él, pasaron las horas y ni ella ni Sarnos regresaban. Más tarde se hizo el reporte oficial de una niña perdida en el bosque al mismo tiempo que se organizó una intensa búsqueda el resto del día hasta llegar la noche, sin resultados satisfactorios.
Al día siguiente, muy de mañanita, la búsqueda se reanudó, la esperanza surgió al ver aparecer a Sarnos, estaba cansado y sucio, a pesar de eso, hacía intentos de regresar en donde había estado, comprendieron que el perro quería que lo siguieran, así lo hicieron con desesperación creyendo los estaba guiando en donde estaba la niña, tuvieron gran desilusión nuevamente al no encontrar nada en el lugar indicado por el perro.
Varias horas estuvieron buscando por ese lugar y no vieron nada, ni obtuvieron alguna pista del paradero de Esfanía, tal parece que la niña había pasado a ser parte de la madre Naturaleza, quizás de las gruesas raíces que sobresalían del frondoso árbol, dicha desaparición aún sigue siendo un misterio.
Con el tiempo todos creyeron saber lo que había sucedido; aseguraban que fue obra de los duendes en venganza por la destrucción de su cueva y de la muerte de uno de los suyos.
Ángel toda su vida se sintió culpable por la pérdida de su hermana, comprendió que cada mala acción puede tener consecuencias fatales.
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Moraleja:
Cada acción tiene un reacción, si actúa mal, las consecuencias de tus actos puede dañar a los seres que más amas.
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