Los Toros de Oro y Plata
Se cuenta que entre los poblados cercanos a las minas, en los andes peruanos, que estas excavaciones en la piedra son muy celosas, tanto o más que las mujeres, ellas no pueden ingresar en esos socavones profundos, porque dicen los mineros que es de mala suerte, la veta del preciado mineral es ahuyentado por la presencia de las féminas. Otros cuentan también que cuando entra una mujer a la mina, desde lo profundo de esta, salen corriendo despavoridos y rugientes dos toros, uno dorado y el otro plateado; ellos representan a las vetas de mineral, a las de oro y de plata. Por eso si entra una mujer a la mina, saldrán esos dos toros corriendo directo hacia la laguna y se zambullirán en lo profundo de las aguas, para llevarse con ellos el preciado mineral hasta el fondo de sus aguas.
También se cuenta que dentro de las minas habitan unos enanos, estos son descritos de variadas formas, todas las descripciones son grotescas y diabólicas, se dice que son como duendes, peludos y dientones; otros dicen que se visten como los mineros y se hacen pasar por ellos para engañarlos y tomar a los incautos trabajadores de la profundidades como esclavos, a estos seres de lo obscuro se les llama los “mukis”.
Eran ya más de tres años desde que Rufino Malca había recalado en aquel poblado minero de Marcapomacocha con su laguna del mismo nombre; este es un asentamiento minero de oro y plata allá muy arriba, por sobre los 3,500 metros sobre el nivel del mar; ahí donde solo viven más que los pumas y los cóndores; tierras altas que están formadas por rocas grises y azules, las que dan un aspecto de inmensidad entre las montañas y que puede sentirse el cielo muy cerca, hasta casi poder tocar las nubes; esa la zona que los comuneros llaman la “puna”, y es allí que se abren los socavones de minas, esos hoyos negros y profundos, donde se entierran los hombres de los andes; estos pobres comuneros al no poseer ninguna parcela de terreno donde cultivar en sus pueblos de origen, emigran, dejan sus hogares y vienen a este pueblo, para subir y subir hasta estas partes, donde no hay más que piedras, las tan preciadas rocas, a las que le dicen “minerales preciosos”, estos siempre serán el oro y la plata. Por eso suben, por eso excavan, muy adentro hacía el corazón de las montañas, por eso entran a la mina, por eso mueren allí dentro.
Rufino Malca, nuestro amigo de esta historia, es oriundo de otras tierras, pero él no llega por necesidad, él viene solo por sus trajines amorosos y siempre tiene que salir corriendo, escapando para otro pueblo, casi siempre sale a la carrera, vistiéndose en su fuga; su mejor forma de vivir la vida era llevarse a la cama a las más bellas doncellas de cada pueblo, aunque tenía que atenerse a las persecuciones a punta de cañón de los furibundos maridos; que heridos en su honor y su orgullo, juraban llenarlo de perdigones o despellejarlo vivo si era atrapado. Cada correría se convertía en una más arriesgada, y con cada una de las cándidas esposas que visitaba, en sus noches de amoríos, solo hacían crecer su afamado prestigio de amante furtivo y de odiado ultrajador de honras de los esposos pueblerinos. Ese era Rufino Malca, un amante empedernido, bohemio guitarrista, jugador y chupa caña, como era descrito por todas y todos los que tenían algún encuentro con él.
En las frías noches alto andinas los comuneros se reúnen en las cantinas a libar cañazo, un licor de caña fermentada, tan volátil y ardiente que muchos lo usan para encender lámparas cuando no hay kerosene, otros beben el “yonke”, bebida caliente de licor de aguardiente de caña, este se mezcla como un mate llamado “emoliente” a base de cebada, linaza y cola de caballo y otras hierbas que abundan en las tierras andinas.
Los mineros se arremolinan en torno a las mesas, todos soñolientos y casi enviciados por la mezcla del cañazo, la coca y el tabaco, sus movimientos son torpes y lentos, parecen actores de una película antigua en cámara lenta, el tiempo y el ambiente se sienten eternos, pesados. De repente se escucha un grito de baile, una arenga que resuena potente en sus oídos y les hace levantar la mirada a los absortos mineros, embebidos en sus tragos, había entrado en la cantina Rufino Malca.
¡Ya llego la alegría!, ¡Que pasa que están como muertos, que pongan un Huaylas, carajo! ¡Que suene la música, Rufino Malca esta aquí, yo les invito! Había llegado nuestro personaje, entraba con desenfado y orgullo, él sabía que lo odiaban pero ellos también le temían; se decía que lo habían visto cortarle el cuello a un hacendado, que tenia negocios con los terrucos y que había hecho un pacto con el diablo, esa era su fama.
¡Traigan la damajuana más grande, que ahora nos la pegamos de un tiro! Se refería a una borrachera de toda la noche; así se ganaba el favor de los mas pusilánimes y embrutecidos comuneros, a puro cañazo y coca, porque solo de esa forma lo respetarían.
Hortensia era la más bonita de las muchachas en edad de casamiento del pueblo, mas aun era la más buenamoza de toda la provincia, así lo decían las doñas más casamenteras. Alta y de piel blanca, algo extraño para las doncellas que viven en las alturas andinas que están bronceadas por el frio de la altura; tenía el de cabello marrón oscuro pero de ojos castaños, con una expresión dulce en sus ojos pero con sagacidad en su mirada; era la mayor de 3 hermanas, hijas de uno de los capataces de la mina de oro; por eso conocía a los mineros, les conocía sus mañas y sus creencias, ella también tenía muy presente que no debía de entrar en la mina, porque era muy peligroso y de muy mal agüero.
Entrando a trabajar temprano, en la entrada del campamento minero, Rufino Malca pone sus ojos en Hortensia, no puede creer lo que está viendo, ella de figura espigada y finos rasgos, con su cabello marrón suelto al viento y un brillo en sus ojos; él no puede más que observarla con la boca entreabierta y la mirada fija en ella; así estaba viéndola hasta que se cruzan sus miradas pero Hortensia simplemente lo ignora, sabia ella quien era Rufino Malca, sabia de sus correrías y lo mujeriego empedernido que es, estaba bien advertida por las doñas casamenteras que de ese tipo, solo lo peor se podía esperar. Algún día recibirá lo que se merece por todas sus fechorías, -Papa Dios lo castigará, ya verá señorita-, le dijo una de las vendedoras de emoliente en la entrada del campamento minero. Hortensia seria la mano de Dios, así se lo juro para si misma.
Caía la noche y salen los mineros, una larga fila de empolvados, mojados y mugrosos caminan con pasos cansados, casi arrastrando los pies, solo Rufino Malca caminaba altivo y locuaz
Hortensia buscara llevarlo a Rufino con engaños dentro de la mina para darle el susto de su vida, pero cuando Rufino busca llegar antes que ella, porque también quiere tenderle una trampa a ella.
Rufino escurriéndose entre los mineros se adentra en la mina para preparar su treta, quiere fingirse herido y así llamar la atención de Hortensia, pero al estar buscando el mejor recodo como escondite se encuentra con el Muki, el duende de las minas, este se hace pasar por un minero y le dice a Rufino: -¿Quieres ver la veta más rica de oro en toda el territorio?- Rufino tocado en su otra debilidad tan grande como las mujeres y es la codicia, así el Muki se lo lleva hasta lo más profundo de la mina, para no salir nunca más.
Hortensia al perder de vista a Rufino decide ingresar a la mina, pero ella no tiene en cuenta la leyenda, la que prohíbe a las mujeres entren en las minas, ella sigue entrando, caminando de prisa pero con sigilo pues no quiere ser vista por nadie. Se detiene de pronto, y es que escucha un estruendo muy fuerte, golpes en la tierra que se vienen acercando, son cada vez más fuertes y logra ver desde lo profundo un brillo, es un destellar de una luz muy intensa, un haz de luz que se mueve hacia ella con gran velocidad. Hortensia solo atina a correr hacia la salida de la mina, siente el rugir y resoplar de dos animales, se les oye furibundos y descontrolados, son dos bestias, son dos toros relucientes, uno dorado como el sol ardiente y el otro plateado resplandeciente como la luna, estos parecen desbordados, Hortensia sabe que está en su camino y que ya la van a despedazar entre sus metálicas patas, solo atina a meterse en un recodo del socavón y ve pasar a los endemoniados toros corriendo en dirección a la boca de la mina.
Fue cuestión de segundos, al ella salir detrás los desbocados toros, los que no pararon hasta lanzarse, sin retención alguna a las heladas aguas de la laguna de Marcapomacocha, llevándose con ellos las vetas de oro y plata de la mina, pues uno era dorado y el otro plateado; solo ahí, Hortensia parada al borde de la laguna, mirando hacia el fondo de la laguna, que comprendió porque estaba prohibido que las mujeres entraran en la mina.
Pablo Villanes
Woodbridge, 24 de febrero de 2018
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