Trato de distraerme mirando tras los cristales. Quiero sacar ese momento de mi pensamiento. No puedo. No soy capaz. Por más que lo intento esa imagen vuelve a mi mente. Ese sueño otra vez. Sigo sin comprenderlo.
Estoy solo. Completamente solo. Nada ni nadie a mi alrededor con quien poder compartir este martirio que comienza a volverme loco. Completamente loco. Enciendo un cigarrillo. No debo fumar. Respiro hondo. El humo llena plenamente mis pulmones. No debo fumar. Sin embargo es lo único que consigue llenarme.
Desde hace siete años, quizás más, nada me llena. Como si estuviese muerto. Si al menos ella se fijase en mi cadáver. A veces me pregunto si tiene ojos...
Pierdo la mirada en la calle. Fuera continúa lloviendo. En un tono melancólico, entre tabaco y aguardiente, con la voz totalmente afónica, me pregunto quien me ha robado el mes de abril. Lo repito en alto. Muy alto. Que mi sonido retumbe en toda la casa. Quien me ha robado el mes de abril. No dejo de observar como cae la lluvia encima de los tejados. Mi humo roba por un momento la visibilidad del exterior. Exterior. ¿Qué es el exterior? Apenas recuerdo lo que hay fuera de estas paredes. Trato de mantener la calma. Apago el cigarrillo y vuelvo a coger el pincel. Llevo casi diez años con este cuadro, quizás más. Parece interminable. A ella no le gusta. A ella ya no le gusta nada de lo que hago.
Cada tarde me pongo delante de la ventana para ver si consigo terminar este maldito cuadro. Algo, no sé el qué, me impide hacerlo, pero por otra parte, me obliga a pintarlo. Al principio quería hacer un retrato. Los dos juntos. Inmortalizados en un lienzo. Un regalo para la posteridad. Ya no lo es. Quizás se nos puede reconocer. Pero esto no es lo que yo quería. Es la imagen de mi maldito sueño.
Un fondo oscuro. Un hombre atado a una cuerda de la que tira una mujer. No sé porqué le habré puesto nuestras caras...