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El año 2012, surgió en Estados Unidos el movimiento #freethenipple, que busca que las mujeres puedan exponer sus pezones en espacios públicos sin ser penadas por la ley. Al alero de la igualdad de género y el empoderamiento femenino, el movimiento critica las restricciones morales que inhiben la vivencia libre del cuerpo por parte de las mujeres. La página www.freethenipple.com posee toda la información asociada con esta iniciativa que, según se señala, estaría despertando amplio interés a nivel internacional.

Si bien para muchos el tema de exponer o no los pezones en público podría ser impensable de discutir, o bien algo muy puntual dentro de un contexto de debate político, me parece que es parte de una problemática más amplia que vale la pena revisar, incluso más allá de la discusión específica sobre si apoyar o no a este movimiento y su propuesta.

En nuestra cultura (al menos en la occidental), se ha vuelto casi obvio que el pezón femenino esté prohibido en espacios públicos. Existe un video en internet donde se ve que transeúntes dicen tener asco al ver una madre amamantando a su hijo en la vía pública, pero encuentran atractivos los pechos expuestos en un vestido ajustado y con el pezón oculto. Lo segundo es percibido como normal, lo primero, como inmoral y repulsivo.

En primer lugar, la reflexión sobre este asunto se juega en el ámbito de lo moral, en el sentido de que una parte del cuerpo de la mujer se prohíbe por considerarse pecaminosa. Esto se remonta a la conocida restricción cristiana medieval que encontró en el cuerpo de la mujer el origen del mal y del pecado, señalándose que el placer carnal alejaba al macho religioso y a las "señoritas de bien" de la lealtad a Dios y su Iglesia. El cristianismo demonizó al cuerpo femenino y la vivencia de sus placeres sensuales y sexuales, demonizando así a las mismas mujeres. En concordancia con esto, y de distintas maneras (incluyendo un proceso análogo en religiones orientales) la sexualidad se ha transformado en un tema moral antes que ético, por lo que vemos a sacerdotes y políticos conservadores criticando la píldora del día después o la entrega de preservativos a adolescentes, debido a su infinita fe en la pureza de hábitos y una pulcra crianza alejada del pecado.

Todo eso ya es tema conocido. Pero, volviendo al tema de la exposición pública de los pezones, y al del cuerpo de la mujer en general, creo que la reflexión no debe ser solo moral, sino que referirse también al ámbito de lo sociopolítico. En estos días, no es difícil darse cuenta de que el cuerpo de la mujer está mediatizado como un objeto de provecho comercial, como una mercancía más; un objeto que es manipulado como tal, rotulado y distribuido como producto que incremente el atractivo comercial de otros productos. De esta manera, el cuerpo perfecto promocionado en pasarelas, anuncios e internet, junto con el deseo de quienes admiran, boquiabiertos, ese cuerpo, dan cuenta de la sexualidad como un móvil para la toma de decisiones, y todo eso adquiere un valor comercial – esto lo resumió Marx al señalar que, en un sistema capitalista, los seres humanos nos convertimos en mercancías -. Y en este proceso de sostener al cuerpo femenino como producto comercial, el aprovechamiento de los imperativos morales juega un rol fundamental. Esto último es tarea de los movimientos conservadores radicales, de las bancadas de derecha y de la curia religiosa, como referíamos en el párrafo anterior.

"La sexualidad, como afirmación de autonomía y vitalidad, es expropiada y manufacturada en la industria comunicacional."

Pero ¿por qué se objetiviza el cuerpo de la mujer como bien de consumo? ¿Por qué se muestra con poca ropa en la publicidad de cervezas, loterías y automóviles? Pues se objetiviza para que se transforme en un objeto de deseo; y para que se desee en forma compulsiva. En la sociedad consumista, el mercado administra el deseo de los individuos, prometiendo una satisfacción idealizada de sus necesidades más imperiosas - necesidades que son también manipuladas de acuerdo con los intereses de la producción -.

Pero como las mujeres no son objetos ni son sólo cuerpos, sino seres humanos y sujetos de derecho, la manipulación de los instintos y de los valores de los consumidores se ha apoyado en prácticas culturales propias de la violencia de género. Así, en esta sociedad la mujer ha sido prohibida, manipulada y reprimida como ser humano sintiente y deseante; violentada bajo discursos normalizadores y socavada por la censura que implica el abuso de poder, cuestionándosele su capacidad de desarrollar una identidad propia. Por otra parte, un grupo de la sociedad es estimulado para desear cuerpos femeninos, para anhelar algún tipo de encuentro con ese cuerpo promocionado, expropiado de subjetividad y lleno de placeres. Así, en términos de Hegel, el mercado ocupa el lugar de un “amo” que posee para sí el deseo de sus “esclavos”; es decir, de los consumidores, principalmente hombres heterosexuales que vuelcan su deseo hacia este sistema de transacciones.

Desde hace siglos, la fórmula del capitalismo ha sido expropiar, manufacturar y vender. Incluso desde la llegada de Colón a América, tierras y materia prima fueron expropiadas – robadas – de los pueblos americanos para su comercialización. Después ocurrió en Chile con el salitre, el estaño en Bolivia, el agro en Argentina, el algodón en Paraguay. Esta ha sido la premisa de nuestro mundo moderno civilizado, especialmente en los países “en vías de desarrollo” (el espíritu comercial de esta fórmula queda representado en la escena de Kramer imitando al presidente electo Sebastián Piñera, donde éste último, gracias a su poder adquisitivo, compra y luego arrienda un teclado a uno de los músicos del show). Y es bajo estas condiciones que también la sexualidad, en su sentido más amplio, como afirmación de autonomía y vitalidad personales, como expresión genuina de intenciones y de creatividad, es expropiada, tergiversada y manufacturada en la industria mediática y publicitaria, para ser luego ofrecida a los consumidores. De esta forma, los pezones se deben ocultar en público porque están prohibidos, pero se conciben también como un bien deseado, un “tesoro” de placer y satisfacción escondido detrás del bikini. No es que la foto de una mujer casi desnuda junto a una moto sea una mera “propuesta erótica”, sino que implica una manera de concebir el erotismo articulada de una forma particular, de acuerdo con los fines ya señalados. De partida, el sistema de objetivización del cuerpo no vela por el placer de la mujer, por la verdadera expresión y satisfacción de su deseo; ni tampoco por el de el/la consumidor(a) de esa imagen. Más bien limita y vuelve artificial esta vivencia erótica como objeto de producción y venta. La simboliza y racionaliza, transformándola en un producto de laboratorio y comercialización, para un público predominantemente masculino que consume determinadas marcas movilizado por sus fantasías; en una sociedad hecha para hombres que sucumban a esta oferta y demanda de apetitos compulsivos, irreflexivos e insensibilizados, de modo que mantengan, aquellos, el mismo modelo de dominación que les da de comer. Para esto, la imagen del coito es promovida como el único lugar en el que se despliega la sexualidad, la libertad y, en gran medida, la capacidad de dominación política.

Ocultar los pezones femeninos en cualquier parte es entonces un imperativo, análogo a no pronunciar el nombre de una marca comercial en un canal de televisión cuando no hay contrato de por medio. Legalizar la exposición del cuerpo femenino sería desperdiciar un producto valioso que debe estar moralmente reservado para su venta y consumo. La sexualidad deja de ser una dimensión de libertad, para convertirse en intención para la transacción comercial. Paradójicamente, el deseo deja de estar en manos de las personas deseantes y pierde su valor como expresión genuina del ser.

"El capitalismo usa estas distinciones valóricas como herramientas de manipulación social para el provecho comercial."

Como vimos, el truco de este gran sistema capitalista-mediático es que se afirma en discursos ya validados y de alto impacto (como el religioso) para lograr sus propósitos. Esto significa que el capitalismo se ha afirmado en las estructuras morales patriarcales que han venido forjándose hace siglos, y usa sus distinciones valóricas en provecho de la razón comercial y como herramienta de dominación social. Así, el objetivo es que los individuos ya no dispongan de su capacidad de desear y que no se cuestionen la realidad. En este patriarcado capitalista se quiere más, se ansía más y se desea una gratificación inmediata y fácil, una “reducción de la tensión”, como diría Freud. El filósofo Martin Heidegger vio todo esto hace casi un siglo y lo llamó “existencia inauténtica”: una existencia que quiere productos exclusivos y fortuitos, como los pezones escondidos que prometen placeres, de colores diferentes, y que quiere automóviles, colaciones express y la última pantalla 4K, antes que el bienestar, la expansión de sus capacidades o el respeto a la dignidad propia y de otros seres humanos. Antes que enfrentar el hecho de que nada perdura para siempre.

Los pezones, como realidad obvia, se ocultan bajo una pantalla de manipulación social. Y de maneras muy diversas, esto mismo ocurre con todo lo obvio y relevante que es ocultado deliberadamente a la opinión pública. Lo mismo aplica a las guerras que no salen en televisión, como la guerra de Siria, de la que sólo vemos imágenes de lejanos estallidos luminosos en blanco y negro – mientras disfrutamos y nos desensibilizamos con la misma guerra en series, películas y juegos de consola. Así, perpetuamos todo esto mismo, este sistema que prohíbe y censura, ejerciendo la violencia para que todo funcione, para que todo siga así. Una publicidad que propone el encuentro sexual como la obtención de un premio, una mercancía, un bien de consumo que no incluye el componente emocional ni interpersonal en la vivencia del cuerpo. Multiplicándose estos efectos, lo sexual se vuelve terreno de ansiedad y de desarrollo de ilusiones egoístas. La extensa proliferación de la pornografía podría dar cuenta del mismo circuito de satisfacciones compulsivas y de “puesta en libertad” de unos instintos que son definidos bajo esta lógica moral y comercial.

Alguien podría decir que aquí exageramos el trato de un tema de relevancia menor, secundario a problemáticas sociales urgentes como la salud y la educación, pero creo que en realidad tratamos aquí un problema grave, que está en la raíz psicosocial de estas mismas problemáticas principales. Grave porque implica que nuestra mente está mercantilizada (nuestra subjetividad está colonizada, se desprende de Foucault) en su misma capacidad de desear y anhelar. La vivencia de la sexualidad se plantea como algo restringido y mercantilizado detrás del voyerismo, los ideales de pureza y las redes de explotación sexual. Una materialización más libre (menos mediada por el mercado) del deseo y la sexualidad como búsqueda, expresión y satisfacción de las personas en la vida social sería algo incongruente con un modelo económico que requiere la censura de expresión para poder “expropiar y vender”: esto se hace con las mujeres y su cuerpo, con su deseo y el respeto a su dignidad. Y lo mismo – repito –pasa con los hombres, que para nada “salen ganando” con esta oferta, puesto que no se les enseña a tratar con su deseo como fuerza de vida, algo de lo cual tienen que hacerse responsables, y que no tiene por qué ser vivido de forma compulsiva ni desprovista de su potencial afectivo y amoroso. Regidos por la heteronormatividad, tampoco se enseña a los hombres a tratar con sus sentimientos, porque tienen que estar sometidos a la racionalidad, al rol de “macho” y a consumir cuerpos femeninos para subsistir en esta rueda de inconsciencia, rabia y negación de la verdadera intimidad que es exponerse, cada uno y cada una, desde su expresión más genuina, libre y única.

Para terminar, está claro que estas “condiciones globales de dominación” las han impuesto y elaborado los principales poderes dominantes (políticos, económicos, mediáticos) del capitalismo desde hace siglos, jugando a una posta que con el tiempo ha articulado un modelo cultural con estas características, ocupando para ello la violencia, la tortura, las guerras y la manipulación mediática.

Pero no nos engañemos, ya que es cada persona y cada comunidad, la que tiene el desafío evolutivo de cuestionarse estos temas en su vida cotidiana. Limitarnos a culpar al “poder dominante” por todo esto sin preguntarnos por nuestro rol en ello, es mantener el mismo sistema de violencia y jugar a ser el “enemigo de siempre” que tan bien sirve a los grupos de poder para mantenerse donde están. La iniciativa #freethenipple, como tantas otras, no hace más que apelar a que, junto con la conversación, el trabajo colectivo y la discusión legislativa, cada quien realice un ejercicio de reflexión y autoconciencia, que asuma lo que le corresponda en su propia vida y haga los cambios necesarios para abolir la ceguera cultural. Es esta ceguera la que está a la base de nuestra sociedad de consumo, avalando la violencia y la guerra, y ocultando la naturaleza afectiva y sensible de los seres humanos, que se hace como si no existiera pero que está, sin dudas, a la base de todos estos problemas.


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Bibliografía de interés:

Deleuze G. y Guattari, F. (1984) El Anti Edipo: Capitalismo y Esquizofrenia. Barcelona: Paidós.
Foucault, M. (1988) El sujeto y el poder. Revista mexicana de sociología, 50, 3, pp. 3-20.
Max-Neef, M. y Smith, P. (2011) La Economía Desenmascarada: del poder y la codicia a la compasión y el bien común. Buenos Aires: Icaria.

Texto agregado el 20-02-2018, y leído por 115 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
21-02-2018 Excelente ensayo que desenmascara el lado más Gil de las sociedades neoliberales capitalistas.te do 5 estrellas y sigue entregando estos ensayos que educan y resuelven problemas sociales. Juliocorvera
 
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