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Inicio / Cuenteros Locales / DesRentor / Relato ficticio #7, año 2085.

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Cometí un error desconocido y desaparecido, como algunos de los cuerpos que aún buscamos. Un error desentendido en la vida que vivimos y acabado en las calles de una ciudad en llamas. Esa vida que tiene aperturas de ojos por la mañana. Bocas abiertas bostezando, masticando y callando de vez en cuando para disfrutar el silencio. Toques sensibles y movimientos extraños entre los vellos de las piernas de un verdadero hombre que te ama. Jugarretas llenas de risas entre las sábanas y una voz ronca preparando el desayuno o la merienda. Respiros llenos de olores y suspiros llenos de dolores.

Un error que pena, pesa y ahuyenta las ganas de volver a sentir esa sensación de mamá dándonos la mano al cruzar la calle sin necesidad de mirar a ambos lados, pero que acerca, abraza y recoge la sensación de las rodillas peladas como cuando te caes de la bicicleta, pero más como cuando te apuntan a la cabeza con un fusil mientras resistes amordazado tratando de pensar en nada mientras escuchas los balazos, las botas, las órdenes y los gritos afuera de un calabozo desconocido y lejano.

Nunca conocí a Emilio tan bien como creo me conoció él a mí. Fuimos compañeros en el liceo y nos quedaba cerca de casa la cancha donde jugábamos a la pelota de mala gana porque nuestros padres nos hacían salir de los teléfonos y los computadores durante los fines de semana por la mañana. Nos hicimos amigos rápido, nuestros padres se conocían de antes, vivieron la época de los 90's juntos, crecieron y siguieron siendo amigos hasta el día de su muerte. Recuerdo cuando ellos nos decían que no sabían nada de la dictadura más de lo que contaban mis abuelos y lo que miraban en documentales y diarios.

- Tus abuelos saben más que yo, hijo - Decía mi padre - Ellos tenían como tu edad en el 73.

Emilio nunca creía que fuésemos a vivir algo así, pero cuando ocurrió nos sentimos más vulnerables de lo que ya éramos por nuestra elección. Algunos nos conocían y nos dieron su apoyo. Llevábamos saliendo unos meses cuando los milicos volvieron a alzarse como hace 112 años atrás. Fue un caos estar despierto intentando volver a casa después de tomarnos justo las vacaciones para esos días de terror que inundaron los sueños y la esperanza del pueblo. Él me abrazaba fuerte cuando en la radio del auto comenzaron a dar los discursos y cancelar las señales dando paso a un totalitarismo mediático. Parecía una mala broma, un radioteatro, pero no era así. Recuerdo haber mirado por la ventana y ver pasar aviones en formación con dirección al norte. Llamé a casa y antes de que pudieran levantar el auricular, los corazones de mis padres ya no latían como para poder contestar. Nos golpearon fuerte. Nos dejaron huérfanos para perder la fuerza, pero nos llenaron de odio y ganas de reventarlo todo con más ansias, y con nuestras propias manos.

Cuatro días de infierno en la carretera, escondiendo el auto, viajando de noche sin luces por las rutas de tierra, todo para verle la cara a mi vieja y saber que había una forma de volver a recuperar las ganas de vivir, de sentir y de hacerlos pagar. Las chapas estaban reventadas y el olor era repulsivo. Aún así a mis viejos todavía se les notaba la sonrisa de felicidad al saber que aún muriendo, yo estaría de vuelta en casa, sano y salvo, pero con un dolor en el alma tan grande como el amor que se tuvieron en vida. Emilio ya no me abrazaba cuando llegamos a su casa y ver a sus padres de la misma forma, simplemente empuñaba las manos haciendo que brotase sangre de ellas.

Escapamos, buscamos a amigos y gente de confianza, dormíamos en carpas en los patios de vecinos, esperando que alguien nos dijera qué hacer, dónde ir y a quién preguntar. Hasta que nos pillaron. Nos pillaron porque aún teníamos la noción de ser libres, de demostrarle a la gente lo que es ser humano sin sentir temor o asco. Pero el lavado de cerebro militar hace todo lo contrario. Nos detuvieron caminando por la plaza cerca de mi nueva casa.

- ¡Par de maricones, suéltense las manos! - Escuché cerrando los ojos mientras el pulso se me aceleraba, estábamos desarmados y tomados de la mano volviendo donde mi tía Clara que nos recibió sin peros y que el día del golpe sobrevivió tapándose la cara con sangre y haciéndose la muerta mientras las fuerzas le pisaban las piernas, y mientras recordaba esa historia de supervivencia escuché de otra voz - Dense la vuelta y miren a la cara a los verdaderos hombres. Pensé que ya no quedaban escorias como ustedes después de esta mejora.

Verdaderos hombres. Eso fue lo único que se me quedó en la cabeza después de molerle la cara con la culata al soldado de mierda al quitarle las armas. Era necesario. Era absolutamente necesario. Osado, pero necesario. Una bala me rozó la cara, otra bala atravesó el estómago del que forcejeaba conmigo, la tercera le volaba un dedo al segundo enemigo, la última desangraba a mi pareja. Al pobre y bello Emilio que se convertía en mártir en aquella cuadra.

Un verdadero hombre se necesita para hacer lo que hice. Meterle una quinta bala en el cuello al asesino del siempre amigo y fiel Emilio mientras la ira y mi llanto se hacían uno con su cuerpo tirado en el piso lleno de rojo por un lado y tiranos también muertos por el otro, eso hace un verdadero hombre por amor a todo. Ese amor que no separa cosas, las une en algo que es más que un sentimiento, más que decir "Familia", más que decir "Hermana", era decir su nombre y convertirlo en todas las palabras. Dejar tirados sus cuerpos y correr hasta el cansancio para llorar como un verdadero hombre, con sentimiento, pasión y terror. Llorar, porque ya no me quedaba nada más que pena, dolor y rabia. Llorar porque la muerte me estaba encontrando. Y también llorar con fuerza porque me daba cuenta que jamás había matado.

Pocos fuimos los verdaderos en ese tiempo. Confiar costaba más que los hechos de confianza. Y las llamas de los edificios decían mucho durante las oscuras noches llenas de redadas donde también costó la vida de otros hombres que me acompañaban. Costó mucho más organizarse y volver a parar la frente sin que los ojos se llenaran de agua. Costó más tiempo salir a la calle con valor de nuevo portando un arma. Y costó casi una infinidad de más tiempo lograr conformar un ejército, nuestro ejército, y reventar todo desde adentro intentando resucitar el alma.

Texto agregado el 18-02-2018, y leído por 66 visitantes. (0 votos)


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