Dejaré una luz prendida por si llegas a venir, te esperaré en la vigilia por si me necesitas, haré un poco de comida por si tienes hambres y nunca dejaré de aguardar tu llegada, aun si te has ido. Es una promesa susurrada mientras mi cuerpo convulsiona y las lágrimas caen. Tu inerte cuerpo parece disfrutar la ida, me contaban los doctores que dejaste de aferrarte a la vida, que te habías resignado y cedido dócilmente.
Te recuerdo diferente, tus palabras me herían y decían que yo tenía la culpa por no ser lo suficiente bueno para estar en los juzgados. Te recuerdo sonriente alardeando de tus victorias e incluso de aquellas noches en que no pegabas un ojo tratando de aprender todo lo que pudieras. Dijiste que trabajarías hasta el día en que murieras, pero quién diría que ese día estaba cerca, no lo veíamos venir.
Me asomaré por la ventana mientras oigo una sonata, triste por tu ausencia, pero en mi alberga un anhelo de que un día volverás, veré los faros de automóvil alumbrar la estancia mal iluminada y sabré por los pasos de tus mocasines bien lustrados que estás tratando de entrar –Siempre colocaba la llave detrás de la puerta, por seguridad y me despertaba con tu llegada.
Mis pies descalzos viajan mientras el insomnio me consume, mis manos buscan en papeles que te pertenecían; algún recuerdo para aferrarme a los años que debo enfrentar sin volverte a oír. Las prendas del armario no volverán a estar cálidas nunca más y el ruido de los neumáticos no volverán a despertarme. El sonido de las notas provistas de agonía me arrebata los suspiros mientras vuelvo a pedir perdón.
Al pie de tu lápida dejo las flores que han marchitado con el tiempo en mi florero. Dicen que la muerte tiene su encanto a su manera y es por ello que cuando las flores son cortadas parecen renacer otra vez. Tu cuerpo embalsamado parece reír de mis tonterías de novata, de entusiasta recién graduada. Fue una lástima perderte tan pronto, pero es una lección que aprendí a las malas por no haberte apreciado cuando vivías.
Una parte de mí no quiere superarte, porque cuando llegaste a mi vida causaste una revolución en mi alma, me hiciste ver la vida desde otra perspectiva, gracias a ti no abandoné mis ideales y lo último que quisiera sería defraudarte. Pero eso ya lo hice, no llegué a tiempo y ahora moriste. Que fatalidad.
Ahora beso por última vez la joya que llevas en tu mano. Que mi arrepentimiento sirva para que algún día puedas perdonarme, que en ese momento era joven e impulsiva y no entendía nada de la vida. Pero ese pensamiento no ayuda en mucho para una persona como yo, que considera que después de la muerte no hay nada. Me quedaré con la carga de conciencia, apuñalándome, ahora que ya no estás.
|