Erase una vez dos bailarinas, integrantes de un afamado ballet internacional, con éxitos y giras por el mundo entero. Se trataba de dos chicas jóvenes, que recién habían pasado los veinte años, muy bellas, de cuerpos delgados, agraciados para la danza. Una se llamaba Andrea y la otra, Verónica. Las dos sentían una enorme pasión por el ballet y dedicaban toda su vida a la danza. Eran dos excelentes bailarinas.
Precisamente el ser dos excelentes bailarinas fue lo que despertó entre ellas una enorme rivalidad, que con el tiempo se convirtió en una especie de obsesión mutua. Verónica comenzó a sentir un profundo y enfermizo odio hacia Andrea cuando esta quedo seleccionada para encabezar la compañía. Al año siguiente, los roles se dieron vuelta, y fue Verónica quien quedó como cabeza de la compañía, despertando los celos y la ira de Andrea.
La obsesión fue adoptando ideas criminales en ambas chicas. Andrea comenzó a sentir deseos de asesinar a Verónica, y esta también tenía el mismo sentimiento. Una y otra soñaban con terminar con la otra a cuchillazos, a martillazos, a balazos o con lo que fuera, pues estaban convencidas de que una no dejaba vivir a la otra.
Por esto, Verónica recurrió a un joven basquetbolista llamado Carlos Delfino. Este muchacho era muy alto (medía dos metros), calzaba cincuenta y se destacaba en las ligas universitarias del Básquet. Pero era mejor asesino que basquetbolista y Verónica no dudó en contratarlo para asesinar a Andrea.
En el encuentro que concertaron, Carlos le advirtió a Verónica las condiciones del contrato:
- Soy Queson. A las víctimas que asesinó, les tiró un Queso. Cobró la mitad por adelantado, y la otra mitad una vez cometido el asesinato. Te avisaré para poder cobrarlo sin problemas – La chica aceptó las condiciones impuestas por el asesino.
Mientras tanto, en algún otro lugar de la ciudad, bastante cercano al lugar donde Verónica se encontró con Carlos, otro encuentro se estaba llevando a cabo. Para asesinar a Verónica, Andrea no dudo en contar con los servicios de Carlos Ignacio Fernández Lobbe, un afamado jugador de rugby.
Este otro Carlos era tambien muy alto y patón, y tenía fama de ser un excelente asesino, mejor asesino que rugbier. Como Delfino, Fernández Lobbe también le impuso condiciones a la chica:
- Soy Queson. A las víctimas que asesinó, les tiró un Queso. Cobró la mitad por adelantado, y la otra mitad una vez cometido el asesinato. Te avisaré para poder cobrarlo sin problemas – La chica aceptó las condiciones impuestas por el asesino.
Como vemos, Andrea contrató a un asesino para asesinar a Verónica, y Verónica contrató a otro asesino para asesinar a Andrea. Los dos asesinos se llamaban Carlos y eran Quesones. Lo que no sabía ninguna de la dos, es que Carlos Delfino y Carlos Ignacio Fernández Lobbe eran muy amigos, y esa noche se encontraron a tomar unas copas, comer unas buenas porciones de Queso y hablar sobre los asesinatos que cometían.
- ¿Y Carlitos? – le preguntó Carlos Ignacio Fernández Lobbe a Carlos Delfino - ¿Vas a cometer algún crimen estos días?
- Sí, casi seguro mañana, Carlos. Voy a asesinar a una bailarina. Muy curioso, una bailarina me contrató para asesinar a otra bailarina. No paga gran cosa, pero me gusta cometer asesinatos, lo hago más por placer que por dinero. Pienso utilizar el mismo cuchillo con que degollé a Brenda Gandini...
- No te puedo creer, Carlitos. A mí tambien me contrató una bailarina para asesinar a otra bailarina.
- ¿En serio?
- Sí, en serio. Mirá esta es la foto de la chica a la que tengo que asesinar – y Carlos le mostró la foto a Carlos de Andrea.
- Esa es la que me contrató a mí. Mirá, ¿La conocés a esta chica? Es la que pensaba degollar mañana...
- Increíble. Es la que me contrató a mí.
Los dos Carlos se quedaron asombrados, al descubrir que una las dos chicas habían decidido asesinarse mutuamente y el odio que sentía una por la otra era de tal magnitud que no habían dudado en recurrir a dos grandes sanguinarios asesinos para lograrlo.
- Estamos en un problema, Carlos. Si yo asesinó a la chica que te tiene que pagar a vos, y vos asesinás a la chica que me tiene que pagar a mí, ninguno de los dos cobra por el asesinato – acotó Carlos Delfino.
- A ver... algo se me tiene que ocurrir. Sí, ya sé – señaló Carlos Ignacio Fernández Lobbe, y esbozó los detalles del plan.
Al atardecer del día siguiente, Andrea aún permanecía en los camerinos del teatro, aunque los ensayos del ballet hacía un largo rato que habían finalizado. Estaba muy nerviosa, pues presentía que de un momento a otro podía recibir la noticia de que Verónica había sido asesinada. Por fin decidió irse, y entró al baño. Al salir, sobre la mesa del camarín, esas que suelen grandes espejos, había una enorme horma de Queso Emmenthal, esos que tienen grandes agujeros. Sobresaltada por la presencia del Queso, Andrea, no se dio cuenta que detrás suyo habia una enorme figura masculina. Era Carlos Ignacio Fernández Lobbe, el asesino, vestido integramente de negro, incluyendo una polera gruesa de lana y el par de guantes que le cubrían las manos.
- Buenas noches – dijo Carlos Ignacio Fernández Lobbe – Acabo de asesinar a Verónica, le di varias puñaladas con un cuchillo como este – y Carlos Ignacio Fernández Lobbe le mostró a la chica un enorme y gigantesco cuchillo – y le tiré un Queso como ese – y le señaló el Queso – vengo a buscar el dinero.
Andrea estaba asustada y no pudo disimularlo, sin embargo, estaba preparada para recibir la noticia, y sacó el dinero. Sin decir palabra por el estado de shock al que parecía haber ingresado, la chica le entregó el dinero al asesino. Este, sin soltar el cuchillo que llevaba en la mano, dio un paso para adelante.
- ¿Qué haces? – dijo entonces, presa del terror, la chica.
- Voy a asesinarte – contestó Carlos Ignacio Fernández Lobbe – soy una asesino de mujeres, y cuando tengo la oportunidad de apuñalar a una chica como vos, no lo dudo ni un instante.
Cuchillo en mano, Carlos Ignacio Fernández Lobbe se tiró sobre la chica, que no pudo oponer resistencia alguna, y la apuñaló salvajemente. Le dio una treintena de cuchillazos. Al finalizar el crimen, Carlos Ignacio Fernández Lobbe, tomó el Queso y lo tiró encima del cadáver de la chica, que totalmente ensangrentado estaba sobre el piso, entonces dijo en voz alta:
- Queso.
Muy contento y satisfecho, el asesino se retiró de la escena del crimen con la misma impunidad con que había llegado. Así fue asesinada Andrea, acuchillada por el mismo asesino al que había contratado para asesinar a Verónica.
Al día siguiente, la noticia del asesinato de la bailarina no tardó en extenderse por la ciudad. Verónica estaba satisfecha pues su gran rival estaba ya fuera de la competencia y no tardaría en ser la primera bailarina del ballet. Sin embargo, no estaba contenta y un cierto temor la había invadido. Al salir de su departamento, comprobó que Carlos Delfino la estaba esperando. El basquetbolista estaba elegantemente vestido con un traje gris, y corbata, y con dos guantes negros que le enfundaban las manos, sostenía una horma de Queso Parmesano.
- Hola, Verónica. Ya sabés lo que ocurrió, vengo a cobrar por el crimen que cometí.
Verónica pareció ser invadida por el terror, pero sacó un sobre y le dio el dinero a Carlos. Estaba realmente atemorizada, y fue entonces ahí cuando cometió el gran error, darle la espalda a Carlos. Es que Verónica quería ingresar al ascensor, y ya nada quería hacer con el asesino. Pero Carlos era un gran asesino, sacó el cuchillo, un largo y filoso cuchillo, tomó del cuello a la chica, y la degolló con rapidez, precisión y frialdad. Sobre el cadáver de la chica arrojó el Queso que había llevado y entonces dijo en voz alta:
- Queso.
Muy contento y satisfecho, el asesino se retiró de la escena del crimen con la misma impunidad con que había llegado. Así fue asesinada Verónica, degollada por el mismo asesino al que había contratado para asesinar a Andrea.
Esa misma noche, Carlos Ignacio Fernández Lobbe y Carlos Delfino, se juntaron para comer Quesos, beber unos buenos tragos y comentar los asesinatos que habían cometido. Del encuentro participó también Carlos Bossio, otro asesino Queson, que estaba muy ansioso esperando oir de sus compañeros las historias de los dos asesinatos de las bailarinas que todo el mundo estaba comentando.
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