«En una época de formidables rascacielos y, sin embargo, infestada por los instintos humanos más decadentes, era nacesario que apareciera alguien como yo, es decir alguien que amara la paz y la justicia, y odiara con toda sus fuerzas las atrocidades puestas de moda por un puñado de humanos malvados e inescrupulosos.
«¡Malvada e inescrupulosa, tu abuela! Maldito Cabrón... Jajajaja...
«Contra esta clase de escoria libré una dura batalla. Para eso nací, para eso fui enviado. Del gran sacrificio que era mi destino, sólo mi familia, sobre todo mi esposa, podía saber. Y cuando ese momento se hizo presente, con tristeza tuve que despedirme de ella con un adiós, o mejor dicho con un hasta luego. Nada más y nada menos que el Bien y el Mal se debían un nuevo y encarnizado enfrentamiento, y no me era ya posible seguir con mi vida tranquila en aquel lejano, apacible pueblito de provincia.
«Resultó ser un provinciano, nada más eso nos faltaba... Jajajaja...
«¡Callen! Amigos del vicio, corruptores del bien.
«Y a mucha honra... Jajajaja...
«Ya lo decían mis honorables ancestros, que la mala semilla no escarmienta ni siquiera ante la inminencia de la muerte. Solamente las gruesas paredes, los infranqueables barrotes de una prisión pueden hacer el trabajo. Y lo repetiré hasta el cansancio: para eso fui enviado, aunque fue necesaria también la determinación arrolladora de hombres extraordinarios, entre quienes el alcalde y el jefe de policía, aquí presentes en este honorable Palacio de Justicia, pueden considerarse ejemplos notables, sin olvidarme de usted, por supuesto, Su Altísima Señoría.
«Además de cabrón y provinciano, es un Lamebotas, un asqueroso Chupamedias... Jajajaja...
«¿Y yo?
«Un asqueroso, jodido cabrón provinciano y lamebotas... Jajajaja...
«Yo solamente fui la herramienta proveniente del cielo y las estrellas, que se hizo presente y bien dispuesta, un día, en manos de la ley. Y no era para menos. Porque en cada ciudadano, en cuyo interior latía un corazón todavía puro, noble y amante de la paz, encontré la razón para hacer frente a una batalla tan descarnada y sin cuartel, librada en un territorio vasto, dominado nada más y nada menos que enteramente por su dueño despreciable a mi vista, mi aborrecido enemigo. Sí, a tal punto se habían extendido sus tentáculos siniestros. Sin que nadie lo supiera todavía, escuché del otro lado de los muros, y gracias a eso pronto descubrí que casi no quedaba policía, juez, fiscal y político (qué novedad), que no hubiera corrompido un soborno, una extorsión, o algo todavía peor, sólo por el hecho de haberse negado a cooperar con el nuevo y despiadado poder en boga. Así las cosas, ante mis ojos claramente apareció una obligación, más que obligación, fervoroso deseo, el de demostrarle al mundo entero que no todo estaba perdido, que había que luchar, cueste lo que cueste contra las fuerzas de la extendida oscuridad. Entonces aparecieron las primeras noticias acerca de mi naturaleza, que habrán corrido aprisa de boca en boca, acompañadas, seguramente, de gestos de asombro o incredulidad, pero después de esperanza, cuando me vieron ganar increíblemente una nueva contienda o salvar la vida de un pobre inocente.
«Solamente habla de él. ¡Cochino Fanfarrón! Jajajaja...
«Luego fueron los periódicos, las estaciones de radio, las cadenas de televisión que todavía rehusaban ligarse a las oscuras corporaciones, las encargadas de tomar fotografías, escribir crónicas, gravar vídeos, y mostrar el material a las confundidas masas de población que se debatían entre mi probable o improbable existencia. Finalmente, la más absoluta verdad los convenció. Porque aquella primera imagen que me mostraba, en lo alto de un rascacielo, en todo el esplendor de la justicia, sencillamente dio vueltas al mundo. Ese día, todo ojo me vio.
«Jajajaja... Chistoso y Cochino Fanfarrón... Jajajaja
«Por supuesto, en los dominios de la oscuridad de inmediato retumbó una amenaza, jamás estarán de acuerdo con que alguien rastree su inmunda madriguera. Entonces, asustados, presas del pánico, hecharon mano a sus nefastos recursos, y desde lo más profundo de la madriguera salió la orden, hasta llegar a sus acólitos apostados en casi todo lugar de este planeta. Casi no hubo capital del mundo donde no libré una batalla. Londres, el Distrito Federal, Oslo, Lima, Santiago, oh sus nuevas postales, las que asombraron al mundo entero grancias al trabajo de desisteresados periodistas o de simples aficionados. Quedarán como testimonio a la posteridad, una evidencia en carne viva del caos, de la destrucción que puede acaecer cuando gobierna el poder del Mal, y sus armas más terribles, cuyos impactos de plomo sencillamente rebotaron, una y otra vez, contra la coraza de mi pecho.
(En la Sala de Justicia era todo silencio, hasta que de nuevo...)
«Pero, poco a poco, día a día, cada vez más bastiones del enemigo dejaban de pertenecerle. Ante tamaña cantidad de pérdidas, y al darse cuenta de que la máscara se les caía al suelo ante la vista del mundo entero, se vieron en la necesidad de afilar más cuidadosamente sus garras. Quedó demostrado primero en Lisboa y al día siguiente en Caracas, donde creyeron ponerse a salvo gracias a una especie nueva de hormigón armado y súper arsenal, capaz éste último de perforar los más duros materiales. Sin embargo, olvidaron que mis puños apretados los apresaría por los hombros, para enseñarles que existen otros muros además de los suyos... ¡los de la cárcel! Aunque quedaba mucho trabajo por hacer, y eso demandaría grandes sacrificios, festejamos la victoria, con gran dicha, con gran alegría, alegría que hizo eco en cada rincón del verde diamante de nuestro planeta, gracias a las fotos tomadas por una valiente y desinteresada corresponsal, enviada del Tribune, de Pennsylvania.
«Jajajajaja... Volvé a tu planeta, entrometido Cabrón... Jajajaja...
«A todos siguió asombrándonos sus crueles métodos de pelea. La resistencia fue feroz. Pero jamás se darán el gusto de ver a las fuerzas de Orden bajando los brazos, rindiéndose. y eso a pesar de las crueles represalias. Si algo era patente en ese momento, era que la élite de las Sombras había optado por esconderse, igual que pollitos asustados. Por eso fui en su busca a cada rincón donde mi visión descubría un rastro, un indicio alentador. Así llegué a ubicar, en las profundidades de la tierra y los océanos, laboratorios súper sofisticados de cuyos tubos de ensayo rescaté elementos incapaces de ser comparados con los ya conocidos por nuestra civilización. Enseguida compartí mi hallazago con el alcalde y el jefe de policía, con nadie más, salvo con la encantadora y profesional periodista del Tribune, porque parecía justo que, a través de ella, en cada hogar alrededor del mundo supieran a lo que debíamos enfrentarnos.
«Mmmmm... ¿Eso no les parece sospechoso, muchachos?... Jajajaja...
«El descubrimiento dejó perplejo hasta a nuestros premios Nobels y demás científicos destacados. El uso que pudiera darle nuestro despiadado enemigo me preocupaba como a nadie. Por eso, alentado más que nunca por el amor a la Vida, y sobre todo por los mensajes de optimismo que cotidianamente llegaban a los periódicos, a la radio y a la televisión, de parte de ciudadanos comunes, esas nobles gentes que a diario se dedican a sus labores sencillas, haciendo así girar el mundo, mi empeño se vio quintiplicado en la búsqueda de la perversa élite, la cual tenía que celebrar sus reuniones en algún lugar secreto, en el mismo cenáculo del Mal.
«Cenáculo del Mal... Jajajaja... Cuanta gracia nos hace... Jajajaja
«Los primeros signos de alarma aparecieron en el Trinune de Pennsylvania, en su ejemplar matutino de un hermoso sábado. Nos pareció de lo más apropiado. En dicho artículo, la señorita Marshal, su destacada autora, antes de firmar el reportaje confeccionó una asombrosa hipótesis sobre las posibles aplicaciones de mi descubrimiento bajo la tierra y el océano. Hablaba acerca de un líquido cuya densidad era capaz de modificar su misma consistencia, casi a voluntad, hasta lograr hacerse tan o más duro que el mismísimo acero, un hecho que no podíamos tomar a la ligera. Y la señorita Marshall no se equivocaba, Su Exelentísima Señortía, porque aquí frente a sus ojos está el fruto de dichos elementos. Estos dos Robots, compuestos enteramente por el nuevo y extraño descubrimiento bajo los continentes y los océanos, me interceptaron una noche en pleno vuelo, mientras atravesaba el claro y hermoso cielo de París.
«Y ojalá te hubieran liquidado, jodido Cabrón... Jajajaja...
«Pronto descubrí la verdad. Mis puños eran incapaces de perforar sus cuerpos, o bien los perforaba para pronto darme cuenta de que había caído en una trampa. Porque mis puños se quedaban atrapados en el metal, el cual rápidamente cambiaba de consistencia. Así era difícil luchar en pleno y vertiginoso ascenso. Todo sucedió allá, en el silencio del espacio, donde sólo nuestra lucha se oía. Los Robots lanzaban sobre mí sus ataques perfectamente sincronizados. El de color azul parecía ser el más fuerte y el más veloz. En cambio, el de color violeta parecía diseñado para darle apoyo útil a su compañero. Era indudable, de pies a cabeza estaban diseñados para el combate eficaz en todo tipo de terreno. Hasta en el lunar, en cuyos cráteres rodaron nuestros cuerpos. Pero después de una hora, ellos no parecían haberse cansado. Entonces en un giro repentino, el de color azul me sujetó por las muñecas y el violeta por los tobillos y con fuera descomunal fui lanzado contra un satélite artificial que orbitaba en las cercanías. Creí que era mi final. También el de la raza humana. Pero justo cuando el Robot violeta me sostenía por la espalda, yo de rodillas frente a su compañero azul, vi en el espacio el singular brillo de este planeta, y en ese momento recordé tantas cosas que, por favor, perdonen mi emoción.
«Jajajaja... miren, muchachos, el Cabrón está a punto de llorar... Jajajajaja...
«Sobre todo el reportaje del Tribune de Pennsylvania, de la señorita Marshall, el mismo que apareción la mañana luminosa de aquel sábado inolvidable, el cual le traería tantas gratificaciones a la señorita Marshall, merecedora de tantos premios después de eso, incluído su Pulitzer tan codiciado. Mis puños entonces, allá en la blanca superfie de la luna, comenzaron a apretarse con fuerzas renovadas. Y a mi mente acudieron las últimas palabras de la señorita Marshall, la parte final de su reportaje donde ella se refería tan claramente a su fe en la vida, a su esperanza en el Bien, y en cómo el destino nos había enviado un Salvador, para que jamás estemos desamparados y sin esperanzas. Ese último renglón era el más claro y contundente, lleno de emoción, «... y yo confío en ese Salvador», decía la señorita Marshall en primera persona, «yo confío».
«Jajajaja... Miren, el Cabrón parece enamorado, qué Chistoso... Jajajaja
«Sus fotos, sus reportajes que acompañaron mis innumerables y riesgosas travesias a lo largo de selvas, metrópolis, glaciares, galaxias, aparecieron de repente frente mis ojos, y mis puños de nuevo se apretaron. De un solo golpe cayó desmayado el Robot de color azul, y el otro, de color violeta, no llegó demasiado lejos. ¡Y aquí están ahora!, en esta honorable Sala de Justicia, desactivados gracias a ese dorado campo de fuerza, como una contundente evidencia, Su Excelentísima Señoría, junto a sus malvados dueños y creadores. Ahí los tiene. Son todos suyo. Yo... yo estoy exhausto.
«Jajajaja... El muy Cabrón pensó que nos había vencido... Jajaja...
«Así es, consorte del Mal, huestes de las Tinieblas, así es.
«No cantes victoria antes de tiempo... Jajaja... Nosotros también sacamos fotos... Jajajaja...
«¿Cómo han dicho?
«Que nosotros también sacamos fotos, mejor dicho, nuestros muchachos lo hicieron... Jajaja...
«¿Qué muchachos? Si todos están tras las rejas.
«Sí, pero antes sacaron algunas fotos tuyas... y de la señorita Marshall, encantadora muchacha... Jajajaja...
«¿Qué han dicho?
«Desde el principio nos dimos cuenta, o si no ¿de dónde iba a obtener la señorita Marshall toda esa información clasicada?... Jajaja... Y el premio Pulitzer... Jajajaja...
«¿Qué han hecho con las fotos? ¿Donde están, Malditos embusteros?
«En donde deberían... Jajajaja... En manos de tu esposa, que en cualquier momento estará por llegar... Jajaja...
«Oh no!!!!!
«Oh sí, jajaja... Miren allá... Jajaja... Esa mujer, por la cara que lleva, debe ser... Jajajaja...
«!Cielo¡ ¡Querida! No les hagas caso, todo es mentira. Las fotos seguramente son trucadas.
«Jajaja... Miren muchachos, nunca le vimos un rostro así, tan asustado... Jajaja...
«Mi amor, querida, te lo puedo explicar, pero por favor no te acerques a esos Robots.
«Uhhh... No quisiéramos estar en tu lugar... Jajajajaja...
«Amor, cielo, es sólo una mentira pergeñada por las mentes retorcidas de estos malvados.
«Jajajaja... Cuidado, yo no me acercaría a ese botón... Jajajaja...
«No, querida, no te acerques a ese botón, con el desactivarás el campo de fuerza dorado y los Robots quedarán libres y me harán trizas, ahora deben estar furiosos.
«Tres, dos, uno... Jajajaja...
«No, querida, por el amor de Dios, no aprietes ese botón, no, ¡no! ¡noooooooooo!
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