Monchi se fue a un colegio de la capital con siete añitos y su ángel de la guarda, entristecido, quedó sin objetivo.
Era el centro un lugar donde tenían cabida niños con muy diversas deficiencias y con un personal especializado.
Ramón, de aguda inteligencia, era de los menos desfavorecidos por la diosa Fortuna.
Allí aprendió a leer , a escribir y las más elementales operaciones matemáticas.
Sus padres, que iban a verlo periódicamente , no dudaron nunca de que habían tomado la decisión correcta.
- Si sigue en el pueblo, no hubiera aprendido a hacer la o con un canuto- decían.
Su madre, en particular, siempre estuvo obsesionada por lo que sería de su hijo cuando ellos faltasen , si bien Monchi tenía una hermana que , sin duda, se haría cargo.
- Reza por él - le dijo a su prima, su ángel de la guarda, cuando fueron todos al colegio pues Monchi hacía la comunión.
Y allí estuvo hasta los dieciocho años en que, no ofertándole muchas opciones laborales , sus padres convinieron en llevarlo de nuevo al pueblo, donde siempre ayudó a su padre en los trabajos del campo. Siempre se llevó muy bien con su padre, que atinó siempre a tratarlo como una persona normal.
Si se le trataba como distinto, Monchi se replegaba. Si se le consideraba como uno más, sorprendían sus amenas conversaciones y su mucho saber, en especial del Barça, culé hasta la médula.
Su madre devino enferma de alzhéimer a los setenta años y, paradójicamente, es Monchi quien la cuida , junto con su padre y una asistenta, muchas horas del día.
Y lo vemos tan responsable en su cometido que nos asalta el recuerdo de aquel niñito rubito y guapetón, que iba al colegio de la mano de su prima. |