De las cuatro que cogíamos en el coche( en el sentido de caber me refiero, aunque en el otro también), tres hemos salido mal paradas. Aunque ,si bien se mira, Paula también. Llevó un casorio más bien regulero con uno de los chicos que conocimos en aquella discoteca capitalina a la que acudíamos desde el pueblo el sábado night- o como se diga. Quizá lo nuestro, por más saliente, sea peor. Pues no es plato de gusto estar en el cementerio- Ascensión-, en el psiquiátrico- Paloma-, y en la cárcel- una servidora; es decir yo. Da la impresión- ahora que lo contemplo desde mi celda- que la fortuna se ha cebado con nosotras. Debe ser cosa del habitáculo vehicular que daba mal fario. Aquel 127 rojo debía de andar maldito, porque de lo contrario, nada se explica. Parecía que fuéramos a comernos el mundo. Y es que, ahora desde la distancia, se ven las cosas con mayor precisión. Éramos jóvenes, guapas, desenfadadas. Pero, y quién no lo es con veinte años. Pues bien, nosotras nos considerábamos en un nivel superior. La coca que nos metíamos por el narigo; es decir. Inteligentes- otra vez distorsión de la nariz. Y, sobre todo, las más bonitas- reflejadas en aquel espejo gigante del Anagrama- la discoteca-, recién puestas- también-de agentes extraños por allí. Pero, claro, eso qué tiene que ver con el rosario de desgracias que nos han asistido- me pregunto. Todo; me respondo. Aquellos viajes iniciáticos hacia el corazón de la desgracia se debían de haber efectuado de otra manera. Pero era tan divertido. Lo cierto es que sólo tuvimos una juventud, mas de traca- afirmo.
Desde luego, nosotras al menos podemos contarlo, que Ascensión ya no. Un golpe contra un árbol- también ennarigada- truncó su vida.
Me han dado un permiso de fin de semana. Me ha faltado tiempo para llamarlas. Da la casualidad de que Paloma también ha tenido permiso por navidad. La pobre no se orienta demasiado, pero como no se droga es la más lúcida de las tres.
Hemos ido al cementerio a llevarle flores a nuestra amiga la motorista. La más audaz- qué duda cabe- de las cuatro.
Después de una lagrimillas, y mientras salíamos del camposanto, hemos pasado al mingitorio. Es una habitación grande y limpia que tienen a un costado de la entrada. Cuando las he visto reflejadas en el espejo no he podido evitar evocar los lavabos del Anagrama, cuyos espejos reflejaban aquellas miradas nuestras felinas. Ya digo, todo por la nariz. |