MIS AMIGOS
En ciertas ocasiones especiales necesitamos de un amigo, pero no un amigo cualquiera. Ese amigo incondicional, que nunca estará ocupado para nosotros, sin importar la hora o el clima o lo lejos que se encuentre y entre más apremiante sea la situación en la que lo necesitemos y nos pongamos a revisar en la lista de los posibles candidatos, los iremos descartando por una u otra razón uno a uno, hasta comprender que estamos solos y en ese momento es inevitable hacer una retrospección hasta la época de la juventud, cuando nunca nos podía faltar un gran amigo que cumplía con todos los requisitos, aunque generalmente fuera catalogado por nuestra madre como una mala compañía.
Ese amigo que jamás nos censuraría o juzgaría por el peor error que hubiéramos cometido, que se solidarizaba con nuestra preocupación y la tomaba como suya, para empezar a buscar soluciones o alternativas y que cuando creíamos que no la había y que el último recurso era fugarse de la casa, no dudaba un instante en decirnos que él también se iría sin importarle dejar su familia, sus estudios o su novia, solo por solidaridad y por el que en su momento, en circunstancias inversas estaríamos dispuestos a hacer lo mismo con reciprocidad absoluta, aunque en ambos casos solo se tratara de un ejercicio retórico.
Ese amigo que estaba a la distancia de una llamada telefónica (porque entonces no había internet) para acompañarnos a tomar una cerveza, o una gaseosa o media para compartir si no alcanzaba para más el dinero o simplemente a caminar si no había para la gaseosa, con tal de poder conversar cuando hacía falta.
Ese amigo que si tenía un billete de un peso en el bolsillo, podíamos contar con ese dinero incondicionalmente, como si fuera nuestro.
Ese amigo que más que un hermano, era un cómplice entrañable.
Cuando hacemos esa retrospección hoy, al descubrir que ya no tenemos un amigo así, lo justificamos diciendo que eso era puro romanticismo, que amistades así no existen y nos negamos a reconocer que en el proceso de crecimiento y madures lo que hacemos es desarrollar cada vez más profundos egoísmos que nos llevan a pensar siempre primero en nosotros y nuestra conveniencia.
Cuando llego a esta dolorosa conclusión me embarga una profunda tristeza y un irresistible deseo de ponerme a llorar, mientras me tomo esa cerveza solo.
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