Tras el abandono de su esposa, las cosas cambiaron radicalmente, hacerse cargo de los cuatro hijos, trabajar en dos lugares: las noches como velador y en las tardes como plomero.
El primer año fue complicado, a toda costa buscó continuar con su vida, y la época más difícil fue la del último mes del año, sin embargo pudo sacar adelante la cena de Navidad y la del Año Nuevo, aunque había aligerado la ausencia de Maricela, los hijos sintieron la pena de no poder abrazarla en aquellas fechas.
Las vacaciones de Carlos habían sido muy buenas, pero habían concluido antes del Día de Reyes y, con el trabajo, le había resultado casi imposible ver por los obsequios que los hijos buscarían al amanecer, bajo el árbol de Navidad…
Apurado, salió una hora antes del trabajo en donde era velador, ya una persona se había encargado y solo tenía que pasar y tomar los juguetes. Convertido en Rey Mago, el hombre se apresuró, desde el transporte colectivo miró con angustia como los primeros rayos del Sol iluminaban la carretera, los árboles, las casas…
Carlos llegó al amanecer, rápidamente se apresuró a sacar los regalos de la bolsa, en eso estaba cuando escuchó la voz del hijo mayor…
–¡Papá!– exclamó el pequeño, en tanto Carlos sintió que el mundo se le cayó encima, al borde de las lágrimas, estaba a punto de matar la ilusión de su pequeño hijo, así que solo volteó y antes de que pudiera decir algo fue interrumpido por el niño.
–¿Por qué te estás robando nuestros juguetes?–
El cambio fue radical, sintió alivio y determinado contestó: –Por qué se portaron mal y les trajeron muchos, así que los pensaba esconder, pero ya me viste, vente vamos a jugar…
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