Recuerdo la sopa primordial con sus lentas burbujas cargadas de promesas. Sólo azul y rojo separados por un horizonte con tendencia a las espirales y a las vísceras. Veo las cadenas de proteínas flotando en acuarelas, las bacterias pioneras de pigmentos fosforescentes y los protozoos. Recuerdo un letargo de millones de años llenos de bostezos. Hasta que un día un pez kamikaze sale del agua del agua y el vértigo y Darwin… Y después ya sólo tú.
No tendrás más de cinco años, estás sentada con tus gafitas de carey en un banco de hierro ajena a la tropa de niños tontos que manchan de chocolate los columpios. Con un palito dibujas unos enigmáticos trazos en la arena. La composición tiene algo de monstruo, algo de jeroglífico o de conjuro. Un adulto se acerca y con tus brillantes zapatos de hebilla ocultas pudorosa el dibujo. Y desde ese encuentro, ya para siempre inseparables en la salud y en la enfermedad, en la pobreza y en la riqueza… Por fin, sin buscarlo, había encontrado a la elegida para nacerme.
Aquí comienza un trabajo de orfebre. Día tras día te susurro mi mantra al oído: gracias, oh Diosa todopoderosa, por elegir el pincel a tu imagen y semejanza. Gracias, oh dueña de los sueños, por amasarme en el conflicto eterno entre el agua y fuego, entre el azul y el rojo, entre el dolor y el deseo. Gracias, oh gran creadora del detalle, por mi pétreo aguijón inestable, por mis límites inciertos y por mis ojos de basalto y contradicciones. Gracias, oh generosa matrona de la utopía, por descubrirme por encima de ese mundo tan insípido, tan guarnición y tan Descartes. Gracias, oh Señora dadora de hermosura, por envolverme en colores transparentes.
Y te rezo y espero, paciente me voy perfilando dentro de ti. Aún soy sólo una sombra que crece al margen de la intendencia cotidiana. Soy un trocito de tristeza que todavía no sabe (o no quiere) convertirse en lágrima, una palabra en la punta de la lengua, un recuerdo de dudosa procedencia. Poco a poco me expando deslavazado, pero acaparador. Algunas veces he creído estar a punto de nacer. Otras veces recaigo y caracol, pero siempre regreso obstinado. No me decepcionan los mil partos interrumpidos por la prisa exigente de los otros o por mi miedo de última hora o por tu Kant. Sé que la suerte está echada y qué habrá un acecho definitivo y el lobo, tímido y nervioso, esa vez no saldrá huyendo en el último segundo.
Ese día me nacerás en Mérida y sin aguacero.
La puerta al mundo es estrecha y me asomo a la realidad por tus manos entre contracciones de dolor y curiosidad. Me vas creciendo los ojos y los cabellos vegetales. Y empiezo a estar, después de tanto tiempo de solo ser. Mecido en una modorra de vino tinto en el estómago vacío, crezco exuberante como una orquídea animal. Tu oficio y tu amor a la belleza me cubren de tatuajes inútiles y apéndices sin ventaja. Y sospecho un mundo hostil donde la utilidad de las cosas os tranquiliza y ser tan poco práctico es pecado mortal.
La jirafa justifica su cuello alcanzando las hojas más altas de la acacia; con sólo atraer a unos pocos insectos, las flores con su amarillo irreal dejan de ser sospechosas y las lágrimas valen, porque lubrican. Soy un turista peligroso con camisa hawaiana en este mundo tan gris y tan navaja de Occam, en este parque temático donde con seguridad amanece a las 7:32 y en el super la leche siempre está al lado de las galletas.
Y me siento luciérnaga brillante con consciencia de inevitable Narciso. Navego en una sopa pobre de pescadores, en un caldo de pescados pequeñitos sin valor ni venta, en una moralla de especies con mucha espina y poca carne, que ni siquiera para freír valen.
Intuyes mis palabras engreídas y me mandas callar. Toda madre protectora sabe que a los niños elocuentes, y hermosos hasta lo siniestro, los lapidan con método y generosidad. Me coses los labios con amor maternal.
Calla mi niño. Calla.
El silencio espesa mi sangre de acuarela y luciferina. Se evapora el agua con la vida dentro y me solidifico en el papel como un maniquí perverso, pero inofensivo. Ahora delante de las visitas brillo quieto y silencioso.
Espero tu señal para explotar en un apocalipsis aniquilador o, si prefieres, darnos un paseo por Berzocana y tomar algo. Eso ya lo vamos hablando.
|