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Capítulo 5: “Las Manzanas de Iddun”.

Nota de Autora:
Treinta y cinco grados en Talca, muy buenas tardes a todos –sí, a ti, justo a ti que estás del otro lado de la pantalla-. No sé mayormente de qué hablar en esta nota de autora, así que seré breve, eso supongo y espero. Lamento enormemente la tardanza en publicar el capítulo anterior, fueron casi dos semanas, sin embargo, el capítulo se escribió en sólo siete días, los otros tuve una serie de imprevistos y situaciones que me impidieron colgarme de la computadora escribiendo. Eso nos da una pista de que este capítulo, muy posiblemente, estará escrito muy rápido y de que llegaremos, quizá, con mucha suerte, al capítulo 10 este verano. Con Vida Tras la Muerte estoy diez veces más perdida de lo que estaba al escribir El Futuro del Pasado. En dicha entrega tenía una pauta muy clara de qué cosas iban a pasar en qué momento, cuál sería la línea de acontecimientos que llevaría al desenlace –aunque, evidentemente, me salí de ruta muchas veces-. En esta entrega no es así, normalmente escribo la primera escena de cada capítulo sin tener mayor idea de hacia dónde va todo, y desde la segunda tiro los lineamientos para el episodio, a veces incluso me cuesta dilucidar la dirección o sentido que tomará un diálogo.

En fin, no tengo intención de tomaros más tiempo. El tema de este capítulo es Light Of The Seven, compuesto por el siempre brillante Ramin Djawadi para la Banda Sonora de la Sexta Temporada de Game of Thrones. Debo admitir, incluso si me gano el odio de alguien por ahí, que siento que la música de Djawadi y el prolijo trabajo de efectos especiales son las dos cosas que mantienen esta serie en pie, porque de trama poco y nada le queda. A mi modo de ver, se están hundiendo desde que comenzó la quinta temporada.

No confirmo ni prometo nada, pero puede que en este capítulo veamos algo de Midgard, de ciertos personajes que dejamos abandonados en El Futuro del Pasado y que echo enormemente en falta. En este episodio conoceremos un poco más de las motivaciones de nuestros personajes, aunque es un verdadero desafío no volverlas tan evidentes. Debo confesar que escribir a Freya es algo que se me hace bastante difícil, no dejarla como una vil y plana y obvia villana, porque ciertamente también tiene sus motivos para codiciar el Brisingamen de la manera en que lo hace –motivos que van mucho más allá de que es suyo y la manera de la que lo pagó-. Pronto entenderemos por qué sus intenciones están tan fijas en eso y, también, sabremos si fue ella quién maquinó todo o si fue alguien más. Ahora sí, todos los descargos finalmente hechos, disfrutad del capítulo con toda confianza y libertad.

P.S.: En el capítulo anterior, Odín llamó a Freya una Asynjúr; pido mil disculpas por dicha errata, es una Vanir.



-Y por tan morboso crimen como lo fue el asesinato de la señorita Lydia Rogers de forma premeditada y a plena luz del día, se le condena a colgar del cuello hasta morir. Que Dios, Nuestro Señor, se apiade de su alma-la voz monótona y gastada del juez entró por sus oídos, pero realmente no escuchó palabra alguna, al menos no dio señales de hacerlo. Ya sabía cuál sería su sentencia y, de todos modos, hacía tiempo había comprendido que vivir era peor que morir. Su mente estaba lejos, mucho como para que pudiera tenerle apego a la vida y sintiera miedo, sus piernas temblara. Nunca iba a ser capaz de explicar cómo, de todos modos, una parte de él se había negado a creer que estaba condenado a la horca y había pensado que era un sueño, algo que de un momento a otro se detendría devolviéndolo a la normalidad. Todo transcurría con pasmosa lentitud y como venido de otra era, desde la cual sólo percibía murmullos y siluetas que se deslizaban entre las sombras atormentándolo, cazándolo. Eso en parte validó su hipótesis de que no estaba más que en los brazos de Morfeo.

-¡Cuélguenlo!-gritó la plebe, un rugido feroz como el de un tigre en las Colonias de la India, los había visto, salvajes y majestuosos alguna vez. Si no moría, quería ir ahí para olvidar el terror, el látigo y el dolor, ese dolor que trascendía a la carne lacerada y la incertidumbre de saber que su vida y su muerte ya no eran más su asunto, sino que de alguien más, alguien lo suficientemente poderoso como para reducirlo a cenizas o convertirlo nuevamente en un hombre libre, en un hombre-. ¡Cuélguenlo!-y como un tigre, la multitud impuso su voluntad, involuntariamente cerró los ojos y una lágrima solitaria se deslizó por su mejilla pálida y estragada. El juez arrugó la nariz y blanqueó los ojos, seguramente asqueado ante el morbo de la gente común, de los que esperaban un ahorcamiento para convertirlos en un día de feria, antes de imponer orden. El juez, el juez con su impecable peluquín blanco perfumado todas las mañanas por una criada, ¿qué sabía él de plebe? ¿Sabía acaso por qué la multitud estaba tan eufórica? No, no estaban ahí por ver como se impartía justicia, ni porque encontraran aberrante el asesinato de Lydia, estaban ahí porque era la única vez en el año que podían codearse con los ricos y decir que estaban del mismo lado de la calle, que pensaban lo mismo e incluso existía una falsa empatía, estaban ahí porque encontraban alguien contra el cual se sentían poderosos y superiores, porque no había nadie en esa sala más desafortunado que él.

Treinta años después, sentado en un oscuro rincón de su maloliente celda, seguía pensando en aquella maldita mañana y oyendo la voz del juez, esa voz que lo perseguía, lo cazaba, lo encontraba en sus pesadillas. Mil veces había muerto y mil veces había renacido. ¿Por qué? ¿Por qué seguía ahí? La familia de Lydia había tenido lo que quería, había conseguido un culpable y había logrado que lo sentenciaran a muerte. Todo hubiera sido rápido si no el abogado de los Rogers no hubiese intervenido. Pidió que conmutaran su pena por una vida tras las rejas, trabajando de sol a sol para el primer postor que se hiciera llamar verdugo o capataz. Desde luego, la muerte les había parecido una salida demasiado fácil. Una vida de tortura con la consciencia mordiéndole día y noche era un castigo que se acercaba más al dolor que sentían. La plebe lo había visto como un acto de magnánima misericordia a un criminal que no merecía ni siquiera la más mínima clemencia, y eso no había hecho más que empeorar su situación.
Él no había matado a Lydia y eso lo podía jurar. Era joven y estúpido, eso también podía jurarlo, pero no lo suficiente como para matar a la mujer que amaba. Trabajaba todos los días en las calles de Oxford intentando ganarse la vida, mientras escupía fuego de la boca, hacía malabares y bailaba danza irlandesa. Lydia solía ir a verlo. Desde que sus padres la habían comprometido con un hombre extraño en todos los sentidos posibles y considerablemente mayor en relación a ella, le habían prohibido verlo, ver a cualquiera que hiciera que el mundo se preguntara qué hacía ella entre sus sábanas que no fuese dormir.

Esa mañana había sido como cualquier otra. Ella se había recogido las faldas del otro lado de la acera con esa sonrisa presuntuosa y coqueta tan suya. Su corazón había latido de tan sólo verla. Se aseguró de que ella no estuviera cerca antes de lanzar al aire sus antorchas. Cada vez las lanzaba más lejos, lo suficiente como para dar un par de pasos antes de recogerlas sin ningún problema. Una antorcha iba a caer peligrosamente cerca de Lydia, pero un caballero, que pasaba junto a un amigo, gentilmente la apartó tomándola de la cintura, como quien toma a dama para bailar el vals, la oyó reír grácilmente a lo lejos. Volvió a lanzar las antorchas y lo único que sintió fue un grito, lo siguiente fue verla tendida en el suelo entre un charco de sangre y con un cuchillo sobresaliendo de su vientre. Las antorchas cayeron sin gracia al piso.

-¡Casi quemas a mi hija, imbécil!-gritó una mujer, pero no le prestó atención. Se lanzó hacia la señorita Rogers sin comprender lo que había ocurrido. Tres sujetos se fueron sobre él y lo sujetaron con fuerza brutal, un cuarto le asestó un puñetazo en la boca del estómago. Todo lo que oía eran gritos, confusión y caos.

Se escucharon pasos afuera, todo el día lo único que oía desde los últimos cinco años era el repiqueteo de las botas. Había perdido una pierna y con eso había dejado de ser apto para el trabajo en los patios. Ahora se podría entre la humedad, los hongos y la mierda de las ratas. Un pestillo se quejó, demasiado cerca como para ser cierto. Un hombre encapuchado entro, apenas le podía ver la cara vil y pérfida. Supuso que sería su nuevo compañero de celda.

-Es perverso, ¿no te parece?-preguntó el desconocido. Tenía una voz muy agradable y un acento extraño, demasiado ronco y algo nasal, posiblemente sería un foráneo. “¡Pobre diablo!”, se dijo, “nunca volvería a casa y nunca nadie sabría por qué”. Si había alguien que estaba peor que él, era ese sujeto. No distinguía el color de la capa, pero seguramente sería muy oscura y se movía entre el aire fétido mientras el recién llegado se hacía espacio para sentarse con la espalda muy recta contra la pared viscosa.

-La escoria a donde pertenece la escoria-se burló sin ganas. Ya no recordaba cómo sonaba su voz y, para ser sincero, no sabía qué decirle a su nuevo camarada, pero no podía desperdiciar la oportunidad de hablar tras tantos años de silencio.

-¿Realmente piensas eso?-preguntó el otro con una mirada que no supo leer, pero que oscilaba entre la duda, la burla, la curiosidad y esa esperanza juvenil. Él también había sido joven, él también había creído que algún día saldría de ahí.

-Estás aquí, eres escoria. No te engañes-le respondió agriamente.

-Si realmente voy a pasar el resto de mi vida aquí, engañarme no me parece una mala idea, entonces. Mientras siga viva mi mente-se tocó con el índice derecho la cabeza-, correrá lo que aquí-volvió a tocarse la sien- esté pasando. Seguiré estando afuera. Cada día en un puerto distinto y cada noche en un lupanar diferente, como siempre fue.

Se escuchó reír con una risa que se asemejaba a un gorjeo reseco y desganado.

-¿Has viajado mucho?-preguntó. Presentía que los próximos años, hasta que uno de los dos muriera, sería una amalgama de historias confusas, que rayarían en la fantasía, pero jugar a creerse el uno al otro era algo loable y válido.

-Podría decirse-admitió el otro con una mueca desganada. Él hubiera dado su pierna sana con tal de poder salir de ahí y recorrer los sitios que aquel parecía despreciar.

-¿De dónde es eso?-preguntó señalando un punto brillante alrededor del cuello de su compañero. Había viajado lo suficiente por India como para reconocer el brillo de las piedras preciosas, y el brillo del oro era algo que en Inglaterra no se olvidaba tan fácilmente.

-No era mío, sino yo no estaría aquí-respondió su interlocutor con lo que era una risa a medias, enmarcada en una mirada brillante y una sonrisa abierta y casi completa. El gorjeo resonó nuevamente desde lo profundo de su pecho.

-¿Así que estás aquí por robo?-la afirmación se volvió algo aguda al final, el otro asintió con la cabeza, iba a decir algo más, una pregunta algo ácida, tal vez, pero no alcanzó.

-¿Y tú?-la pregunta fue como una puñalada en el corazón que lo hizo retroceder treinta años. Había amado a Lydia, la amaba, pero si había algo que se diría a sí mismo si volviese a tener veinte años, era que no la conociera, que no se dejara encandilar por ella. La vida le sería más fácil en ese caso. Porque creía, fuertemente y tras treinta años de encierro, que ambas cosas iban de la mano.

-Asesinato-respondió con voz monótona.

-Tú no has matado a nadie-dijo el otro.

La escena, a partir de ese punto, se volvía borrosa. Una amalgama de voces y palabras dichas entre susurros en medio de la humedad. Más sombras que luz. Luego de tantos años la luz parecía no existir en lo basto y ancho del mundo. , esa palabra hacía eco en su cabeza un segundo tras otro, pero no sabía por qué. No sabía de dónde había venido ni cuál era su propósito.

Cuando abrió los ojos ya no era el asesino de Lydia Rogers. Se llamaba Esperanza y estaba en medio de una oscuridad que parecía carecer de fronteras, una oscuridad que helaba y asustaba. Ella nunca le había tenido miedo a la oscuridad. Desde niña había aprendido que temer a la oscuridad era de tontos. Cuando era muy pequeña y aún la asustaba, los puños de su madre se encargaron de enseñarle que había peligros más serios y reales, y que también había una forma de evitarlos. Así, comenzó a callar. Primero aún tiritaba en las sombras cuando la luz del sol bajaba. Luego, sinceramente perdió cuidado de ese manto negro que envolvía la mediagua cada vez que anochecía. Y se sentía tan irritada como su madre cada vez que oía un niño llorar por los fantasmas que asechaban en la penumbra. Ahí no había nada excepto pobreza y olvido, una pobreza y olvido contra los que no se podía pelear. Oír quejas infantiles sólo lo volvían más insoportable. Sin embargo, ahora la oscuridad la envolvía, la abrazaba, la congelaba; era como una camisa de fuerza demasiado apretada.

Un caballo relinchó del otro lado de la ventana. Le costó tomar valor antes de decidirse a ir y descorrer la cortina. Abajo había una yegua blanca que, como percibiendo su presencia, se encabritó y se alzó sobre sus patas traseras. Los ojos de niña y bestia se enlazaron por breves instantes. Entonces supo que ese había sido el mismo animal que oyera relinchar aquella vez que había soñado con la fina dama de Oxford y el momento preciso en que la apuñalaban. No lo había visto, pero la certeza era demasiado fuerte como para no oírla. Una Mara. Había oído que en ellas residía el poder de causar una pesadilla. Pero eso no había sido una simple pesadilla. Aquella vez había creído ser la víctima, hoy se había creído el victimario. Había dejado detrás su propia identidad por encarnar un personaje que trascendía la ficción, porque sabía que todo eso era mucho más que un simple sueño. Era una realidad. ¿Por qué veía esas cosas? ¿Acaso, al igual que Freya, era capaz de ver más de lo que los simples mortales veían?

Todo eso era una locura. Hasta hace un año era sólo una mortal más y no tenía por qué ser diferente. No era especial. No era más guapa que las otras chicas, ni más sociable, ni más inteligente, ni sabía más sobre nada, sólo era quizá un poco más astuta y desconfiada a fuerzas de sobrevivir años ganándose el pan en la calle, porque no iba a dejar que nadie la tomara por tonta y se aprovechara de ella. Era la hija de una alcohólica con más vástagos que dignidad, que solía tocar canciones en la calle esperando que la policía no la sorprendiese ni tomara detenida, ni que sus compañeros de oficio le tendieran alguna treta. Y, al final del día, cuando regresaba a casa, todo el dinero que había conseguido se iba en cerveza y pláticas de su beoda madre sobre su padre. Mientras brillaba el sol, decía detestarlo; pero cuando el alcohol corría libremente por sus venas, demostraba todo lo contrario.

Tenía miedo y se sentía sola. Y como podía ver lo que había sucedido a una manga de desconocidos hace más de ciento cincuenta años, quería ver a su familia. A su madre, con la que nunca había tenido una relación muy brillante, en la que imperaba el miedo y el recelo; a su hermana mayor, saber si seguía viva o si al ir en una misión de rescate había muerto; por saber qué era del resto de sus hermanos. Nunca los había valorado, al menos no lo suficiente. Solía decir que sólo se necesitaba a sí misma para sobrevivir en el mundo, que el resto estaban de más. Pero ahora, tan lejos de casa, sentía que estaba frente a demasiadas cosas y no podía entender ni la mitad, ni mucho menos lidiar con la mitad de lo que comprendía. Necesitaba regresar. En un comienzo había estado conforme con permanecer en Vanaheim, pero ahí estaba ahora, deseando que todo se acabara de una vez. Incluso haber perdido la cabeza sonaba una idea tentadora, que todo eso no estuviera ocurriendo realmente.

La puerta se abrió de repente, dando paso a la Dama Freya. Esperanza se rehízo tan pronto como pudo. Luego de todo lo que había tenido que enfrentar, era mejor mostrarse fuerte, pero era algo tan difícil a veces. Interiormente se preguntó qué querría Freya. Aquella pregunta tuvo el efecto deseado, pronto se sintió más y más enojada, y olvidó el miedo que le inspiraba la Señora de los Vanir.

-Tienes que venir conmigo-dijo Freya mientras dejaba un vestido y un pañuelo a los pies de la cama. Esperanza no se atrevió a desafiarla, al menos no tan pronto-. Supongo que nunca has visto una boda, no según nuestras costumbres-debajo de la capa imperturbable e incluso autoritaria de la diosa, se ocultaba un dejo de lástima-; no tengas miedo-adelantó la mano para tocar la mano de la muchacha, aunque no logró hacerlo-. Debes ponerte eso. Luego iremos a purificarte y vestirte. Entonces te llevaremos con tu novio. Frigg vendrá también.

-No me voy a casar-fue la escueta respuesta de Esperanza. Su piel tenía un tono ceroso, tan pálido que no parecía su piel. Sólo tenía una certeza y esa era que no dejaría que nadie más tuviera algo que decir sobre una decisión que sólo a ella le correspondía. La verdad sea dicha, sólo era una niña; cuando era más pequeña había soñado con casarse, en los cuentos de hadas solía ser la salida para dejar de ser pobre y la vía regia para ser feliz. Pero, tan pronto como perdió el miedo a la oscuridad, dejó de pensar en casarse, aunque para esto último no tenía una razón tan fuerte como para lo primero. Sus prioridades habían cambiado, y como tenía que trabajar para comer, también tenía que estudiar. Día a día tenía cosas que hacer y soñar no era parte de ese listado de pendientes, menos con algo tan volátil y lejano, algo que haría quizá dentro de quince años más.

-¿Ni siquiera con Arturo?-preguntó Freya con su voz sugestiva. La muchacha no se dio cuenta de la manipulación y cayó en su juego. ¿Qué iría a pensar Arturo de todo eso? De seguro se sentiría menospreciado e incluso herido, y ella no quería herirlo. Había creído amarlo porque era la primera vez que se enfrentaba a esa clase de sentimientos, pero ahora no estaba del todo segura, ahora en gran parte estaba convencida de que él le parecía despreciable, pero de ahí a querer herirlo había una gran diferencia-. Pocas mujeres tienen el placer de casarse con alguien a quien aman.

-¿Y por qué lo hacen?-preguntó Esperanza, intentando no pensar en él, ni en nadie más; hacía meses, conservar la cabeza fría no se le hacía difícil, pero ahora era como intentar caminar en medio de un lago vistiendo una larga falda que se haría cada vez más pesada por el agua y haría todo cada vez más complicado.

-Hay muchos motivos-dijo Freya sintiendo que esa era su oportunidad. Muy en el fondo, en una parte de su pecho sentía lástima por aquella niña, perdida y sola, y haciendo algo de lo que estaba consciente que no quería hacer. Pero la lástima, como siempre, no era suficiente para hacer que la liberara de su servicio-. Algunas lo hacen por no sentirse solas. Otras lo hacen porque lo ven como un negocio del que pueden salir ganando. Pero todas lo hacen porque es el deseo de los dioses-dijo mientras se sentaba en la cama junto a la muchacha, corriendo el vestido hacia ella. Esperanza sujetó la tela. Era áspera y la costura estaba mal hecha, había visto criadas mejor vestidas.

-¿Y por qué quieren los dioses que se case alguien que no quiere hacerlo?-preguntó la chica mientras alzaba la mirada. Sus ojos eran duros, Freya pudo sentirlos en la oscuridad. Ya la habían mirado así antes.

-Los motivos de los dioses no deben conocerlos los mortales; los mortales deben confiar, deben seguir los designios cuando lo vean y estarán haciendo lo correcto. Todos quieren hacer lo correcto, ¿verdad?-preguntó la diosa mientras le acariciaba la mano como lo hubiera hecho una madre con demasiada paciencia para explicar a su hija algo que debía de hacer sin cuestionar.

-¿Y por qué es lo correcto?-sólo entonces Esperanza se dio cuenta de que estaba conteniendo las lágrimas y tragó fuerte, no se permitiría llorar frente a ella.

-Nosotros siempre queremos lo correcto-la sonrisa de Freya era fría, pero era sincera-. Queremos lo mejor para ustedes, pero para eso deben hacer sacrificios, sino nuestros deseos serán en vano.

Esperanza creyó eso a medias. Podía decir que no cuantas veces quisiera, podía decir que no se casaría incluso a quien oficiase la ceremonia, con todos ahí, y no importaría; los dioses bendecirían la unión y todo estaría hecho. Ella podía oponerse a aquel designio de los dioses con todas sus fuerzas, pero todo lo que hiciera sería en vano, porque el poder de ellos era intangible y estaba fuera de su alcance.

-No lo haré-dijo, sin saber a qué aferrarse ni qué hacer; era un vano intento de marcar su postura al respecto y de no permitir que alguien decidiera por ella y mirar sin hacer nada al respecto.

-Créeme, lo harás-la sonrisa se había evaporado del rostro de su interlocutora, el cual conservaba ahora sólo ese gesto frío, como esculpido en piedra.

-No, no me casaré. No quiero hacerlo-dijo, intentando convencerse de que esa conversación llevaría a mejor puerto.

-¿Por qué tan segura?-la pregunta derrumbó por completo toda su defensa.

-Porque no sigo órdenes de nadie-se escuchó responder, como si quien hubiera contestado fuese un espíritu poderoso e inquebrantable que le infundió valor y le hizo creer que todo estaría bien.

-¿No sigues órdenes de nadie?-repitió Freya con un dejo de ironía, mientras le clavaba los ojos muy fijamente. Esperanza se mantuvo firme, pero todo rastro de confianza se evaporó de su pecho-. ¿Entonces por qué estás aquí? ¿Por qué no te devolviste a casa cuando escapaste de tus secuestradores?-a Esperanza le costó hacer memoria y entender de qué estaba hablando la Dama, pero el inicio de esa aventura sería algo que jamás olvidaría y pronto se encontró en medio de aquel tiroteo en su escuela.

-¿Tú los enviaste, verdad?-sabía que Freya era cruel y que no tenía mayores escrúpulos ni capacidad de ponerse en el lugar de otros, pero eso ya le parecía un límite que nunca había creído que cruzaría. La Alta Dama la ignoró y prosiguió su retahíla:

-Yo puse todo en tus manos para que pudieras seguirme, pero la decisión al final fue tuya. Tuviste el poder de decidir regresar a casa, pero si lo hubieras hecho, estaríamos todos muertos o peor: ya no existiría nada, ni siquiera el recuerdo de que un día estuvimos aquí-continuó.

-Eres despreciable-dijo Esperanza, su voz era apenas audible y ya no le importaba las consecuencias que acarrearía de seguro dirigirse de una manera tan irrespetuosa a una deidad. Freya siguió ignorándola.

-¿Sabes por qué seguiste esa orden? Porque querías ser libre. Porque no querías obedecer nunca más a tu madre ni a nadie más. Si me obedeces ahora, serás libre-dijo, sus ojos eran magnéticos y estaba segura de haber ganado la voluntad de la muchacha. Suficientes dolores de cabeza le había traído ya, intentando escaparse de aquella habitación para salir de Vanaheim y, muy posiblemente, de Asgard. La había obligado a tomar medidas muy drásticas de las que esperaba no arrepentirse.

-¡Eso es mentira!-gritó Esperanza por inercia-. ¿Me encerraste aquí y quieres que te crea que es porque seré libre? ¿Me obligas a casarme y quieres que crea que seré libre?

-No tendrás que estar más aquí-dijo la tranquila voz de Vanadís. A Esperanza se le antojó como la propuesta más tentadora que hubiese recibido después de muchos meses y después de tantos peligros. No se atrevió a decirle nada, porque en el fondo, quería creerle y una parte de ella le gritaba, muy profundo, que todo era cierto; y que, si no lo era, sería una salida de todos modos-. Será tu esposo, tendrás que seguirlo hacia donde te lleve, y tú y yo sabemos que no tiene un gran afecto por mi morada ni ninguno de estos parajes-añadió con una risita breve.

Por supuesto que Arturo no la llevaría a ningún sitio, Esperanza pensó. No dejaría que él le dijera qué hacer y, de todos modos, él no le daría ninguna orden, él estaba mucho más asustado que ella y la seguiría a dondequiera que lo llevara. Sería su vía de escape, regresarían a Midgard, irían a casa. Algún día le daría las gracias por haber tomado esa decisión, por haber aceptado la propuesta de Freya. Después de todo, de vuelta en su mundo, ¿quién sabría que estaban casados? Tendrían que estar locos, para comenzar, si le comentaban a alguien sobre Asgard y todo lo que ahí había ocurrido. Podrían tomar cada uno su camino y empezar una vida desde cero. Bajó la cabeza. Su orgullo le impedía decir abiertamente que obedecería, que daría su brazo a torcer. Aun así, Vanadís entendió inteligentemente la señal y esbozó una sonrisa astuta.

-Muy bien-la culpa parecía haberse esfumado de repente, ahora que la necesidad de convencerla estaba en el pasado-. Será mejor que te apures, nos están esperando.

Esperanza tomó el vestido aún dubitativa. La mirada insistente de la Vanir le llegó desde un rincón, aunque quiso hacer como que no la veía, aunque quiso fingir que era como una bofetada y que sentía unos enormes deseos de sentarse en la cama, abrazarse las rodillas y llorar, porque se sentía profundamente sola. Freya, en el fondo, tenía razón y, aunque odiaba admitirlo, había traicionado sistemáticamente todos sus ideales, todo en lo que creía, todo lo que quería y ahora ya no le quedaba nada por lo que insistir y pelear. Se quitó el camisón. La primera vez que se había quitado la ropa en ese cuarto se había sorprendido de no sentir frío. Una simple hoguera no era suficiente como para alejar el frío que venía desde el otro lado de la ventana y de esos muros. Ahora no pensaba en eso, como tampoco pensaba en que, de seguro, una maga tan poderosa como su anfitriona no se permitiría ningún tipo de incomodidad.

El vestido se deslizó por su piel. Era duro, casi como una lija. Era de mangas largas, con un círculo en la parte superior que rodeaba el cuello de una manera asfixiante. Se paró para dejarlo caer y no sentirse desnuda, frente a Freya, tan voluptuosa y ladina, era incómodo, incluso si sabía que no le estaba prestando atención. Era una pieza recta y larga, que le llegaba hasta los tobillos, semejante a un saco sin cortes ni adornos, de un tono marrón.

-¡Oh, no! No te pongas botas-le dijo la Alta Dama cuando notó su intención de ir a ponérselas-. Debes ir descalza-Esperanza la miró sin clavarle de lleno los ojos, como si desconfiara nuevamente; y sostuvo el pañuelo de nuevo dudando, como si estuviese impregnado de algún veneno. Freya lo tomó y le ordenó el cabello con las manos para anudarle el trozo de tela-. Tienes un cabello muy bonito, ¿sabías?-Esperanza se preguntó cuántas muchachas hubiesen deseado estar en sus zapatos, oír a Vanadís elogiarlas de esa forma, y sin embargo, ella se sentía tan desdichada, incluso si después de lo que quiera que iba a ocurrir ese día, sería libre para siempre. Quería que todo acabase tan pronto como fuese posible.

A lo que siguió no le prestó atención. Ni a su reflejo en el espejo, distorsionado por las luces y sombras que venían del otro lado de la puerta. Ni a la Guardia compuesta por más Valkirias de las que era capaz de contar, que las llevaron hasta otra ala del castillo, donde esperaban Frigg y muchas otras cuyos nombres sabía que recordaba pero ahora no venían a su memoria porque parecían provenir de otra era, como si los vapores de ese sauna, que la asfixiaba y amenazaba con hacerla perder el sentido hasta que fuera demasiado tarde y estuviera en un baile que no podía dejar, fuesen una cortina que pudiese correr con sus manos y que, tras ella, estaría su vida. Pero no quería correr la cortina, ni pensar en lo que había sido, en lo que debería de haber hecho. No quería prestar atención a Frigg, a su charla incesante sobre el futuro, los hijos, el poder, el matrimonio y la felicidad eterna que traía, una felicidad en la que ella no creía. Tampoco prestó atención a los consejos sobre sus deberes de esposa, que le daban entre risitas pueriles y coquetas, cuchicheos; ahora fingían ser puras y castas, pero ella sabía la verdad, no es que fuera a culparlas por eso, pero, si se permitía ser sincera, sentía asco. No prestó atención a cuando juzgaron que estaba limpia y trajeron un vestido blanco con un cinturón de plata. Ese cinturón debía de costar más de lo que en su casa hubieran ganado en toda una vida. La vistieron y le pusieron una corona de flores en la cabeza. Cuando llegó la hora de presentarla ante su reflejo fingió mirar, aunque realmente no lo hizo; de haber mirado, sólo hubiera visto una impostora.

Sólo pareció despertar cuando estuvieron en una gran explanada en Asgard. De día seguramente, con los rayos del sol acariciando el pasto y nutriéndolo de tonos dorados, con los animales correteando por ahí para luego ir a esconderse entre los árboles, sería hermoso. De noche, ante la luz de las antorchas y en medio del aire frío, era incluso intimidante.

Estaban en un semicírculo, Frigg, radiante, de pie al medio, junto a una gran fogata. Alcanzó a ver, de reojo, a Iddun, a Odín, a Thor. Detrás, donde correspondía a la plebe, estaban las Valkirias, con sus miradas penetrantes y bonitas espadas, los Einherjer que esquivaban a la muerte y quizá alguna Skjaldmö confundiéndose entre ellos y negándose a marchar a Hellheim, los Elfos de Freyr, quien miraba todo desde una perspectiva quizá algo infantil, como si viera ilusión y felicidad en todo eso. Vio algunos canastos con frutas, otros con cosas de comer, los más fastuosos cargaban joyas. Escuchó, sin culpa ni lástima, el balido de una cabra. Y, cuando volvió a mirar frente a sí, más allá de donde Frigg sonreía maternalmente con su mejor traje, distinguió una forma encapuchada. Era Arturo. No lo había visto desde que Siggurd los sorprendiera juntos. Sus ojos estaban hundidos entre bolsas negras y pasaron de ella carentes de todo brillo o vida. Sus pómulos eran más prominentes de como los recordara y sus mejillas estaban surcadas de marcas rojizas y frescas. Era como si fuese un fantasma, como si hubiese envejecido mil años en sólo unos días. Tampoco sentía culpa por eso, tampoco le importaba, y si le inspiraba sentimiento alguno, ese sería de seguro la furia: era tan débil. Moriría pronto. Eso la molestaba y le daba consuelo, todo al mismo tiempo.

El agradable perfume de Freya llegó hasta su nariz y se volvió hacia la Dama que estaba a su lado.

-¿Por qué él?-preguntó sin mirarla y tampoco sin ver a quien antes fuera su compañero de viaje; pero Freya sabía perfectamente de quién hablaba.

-Tu poder y el suyo harán que todo lo que está fuera de donde le corresponde, regrese a su lugar-fue la respuesta de Vanadís. Sonaba rimbombante, casi como si hubiera recitado un diálogo de un poema épico, como si fuera una pitonisa cuyas profecías sólo eran lo que querían oír quienes reunían el suficiente valor para preguntar. Pero Esperanza no creía. Poco a poco, esa fe ciega impulsada por la consciencia de la derrota, la abandonaba y crecía, en cambio, un presentimiento de que todo estaba mal y no podía ignorarlo, no quería ignorarlo. No dejó que las palabras de Freya la engañaran, aunque en el pasado ya lo habían hecho. Frigg, quien presidía la ceremonia, dijo algo para que los novios se acercaran. Freya sonrió, sabía que en su sonrisa se ocultaba la loca felicidad de haber ganado finalmente, y le hizo un gesto con la mano libre para que fuese hacia donde Arturo ya iba con un caminar monótono y muerto.

Sus manos ya estaban por tocarse y una chispa de lucidez apareció en esos ojos tristes, una chispa que se desvaneció antes de que ella pudiera asegurarse de que había sido real. Su palma estaba fría, sus dedos se aferraron a los suyos como si la necesitara con todas sus fuerzas. Lo amaba tanto como lo odiaba. Un rumor sordo vino desde el tumulto, pero no sentía la mirada de Frigg, ni la de nadie; no sentía a la horda ni oía lo que murmuraba como un rugido fatal.

-¿Así es como pagas la confianza, Freya?-una voz varonil llegó a sus oídos, y aunque doliera admitirlo, estaba furiosa con quienquiera que se hubiera atrevido a romper su momento; porque aunque pretendiera negarlo con todas sus fuerzas, una parte de sí estaba haciendo un gran trabajo en convencerla de que haber aceptado la oferta de Vanadís había sido su mejor decisión. Esa era la misma parte que la obligaba a mirar a los ojos destruidos de Arturo, quien murmuraba , mientras su rostro palidecía otro poco.

No supo qué era lo que le estaba pidiendo aquel muchacho que no hiciera. Giró la cabeza, primero hacia Frigg, quien le daba la espalda y miraba espantada hacia un costado. Siguió su mirada y dio en una forma encapuchada de azul. Un hombre que caminaba a grandes zancadas y parecía muy seguro de lo que estaba haciendo. Se dijo que sólo era un pobre iluso, mientras lo veía desprenderse completamente de la multitud, como una serpiente dejando caer su antigua piel, y acercarse hacia la luz. No tuvo que esforzar más la vista intentando descifrar, entre el juego de las sombras y de la claridad, a quién pertenecía ese rostro. Unas manos finas aferraron los bordes de la capucha y la jalaron hacia atrás, revelando un rostro cetrino y marcado. ¿Qué hacía Loki ahí? Estaba muerto, si había una cosa que sabía, esa era que había muerto.

-¿Qué significa esto?-Freya bramó del otro costado con una voz que no parecía suya, fuerte y ruda, como un comandante en batalla. Esperanza sólo la había visto así una vez y eso había sido en Ragnarök.

-Yo debería preguntarte eso-afirmó él sin quitarle los ojos de encima mientras acortaba su distancia respecto a la joven y la tomaba de las manos. Ella quiso apartarse, pero el agarre era imposible de deshacer. ¿Quién se creía él para humillarla de ese modo? ¿Qué ganaba con hacer todo eso? Había perdido miserablemente, ahora el más pobre de los mendigos podría jactarse de tener más poder que él.

-¡No te atrevas!-gritó Arturo, intentando separarlos. Ella sabía lo que seguiría: la tomaría por la muñeca y la pondría tras de sí, protegiéndola con su cuerpo. Lo había hecho antes, y aunque ahora estuviera en el suelo, con una fea patada en la cabeza, se lo agradecía. No entendía cómo hasta hace unos minutos pudiera tenerlo por un cobarde.

-He venido a casarme-dijo el Señor de los Ladrones. Freya rio burlonamente. Una de las Valkirias le tendió la empuñadura de una espada y tiró de la vaina para dejar al descubierto la hoja reluciente. Frigg se alejó como alma que lleva el diablo y su rostro se relajó sólo cuando el brazo de Odín le rodeó los hombros. Susurraban algo entre sí, pero no podía oírlos-. ¿Y qué encuentro? Mi prometida a punto de casarse con otro-siseó; Esperanza hubiera estado mintiendo si hubiera dicho que alguna vez había visto una persona más enojada.

-¡Mentiroso!-gritó Vanadís-. Eres sólo un mentiroso que pretende arruinar nuestra felicidad.

-¡Has roto nuestro trato y no puedo perdonarlo!-rugió él. Esperanza hizo, fugazmente, a un lado su miedo sólo para sentirse aún más ofendida y humillada al descubrir que sólo había sido parte de un trato, una paga, un trofeo de feria. Nadie en su sano juicio creería a Loki, pero juzgando que la otra opción para creer era Freya, quien la había utilizado de todas las maneras posibles, la había engañado y se había reído en su propia cara, darle una oportunidad a Loki, prestarle atención siquiera, no la mataría.

-Eso lo has hecho tú; ¡ahora vete!-gritó ella-. No puedes pretender ser el prometido de mi protegida, jamás la entregaría a alguien como tú-añadió y una tercera voz se alzó en la pugna.

-Aquí sólo hay una mentirosa y esa eres tú-dijo Odín, y su tono no admitía réplicas-. He prestado oídos para lo que me pediste, pero has roto tu palabra.

Una oleada de expresiones de asombro y miradas confundidas se sucedió en el acto, la de Frigg fue la primera. Odín se soltó de su mano, sin prestar atención a su rostro desencajado y al centenar de preguntas que le hacía, y caminó como por inercia hacia Esperanza y Loki. Los ojos de Freya se salieron de sus órbitas antes de que pudiera atreverse a replicar.

-Con todo vuestro respeto, Mi Señor-dijo, Esperanza y Loki bufaron al unísono; cada quién, desde luego, tenía sus propias razones-; vos sabéis bien quiénes lo veneran-continuó mientras señalaba al señor de los mentirosos y de los ladrones, y caminaba inestablemente- y también sabéis bien por qué lo admiran. Sólo es un actor y hoy interpreta dos papeles-añadió como una referencia a la conversación previa que habían mantenido.

-¿Y se puede saber cuál es el nombre de la obra, preciosa trepadora?-preguntó Loki en tono jocoso, dejando ir las manos de Esperanza, quien no lograba comprender qué estaba sucediendo ahí. Era casi lógico pensar que Freya había pretendido casarla con Loki, pero si ese era el caso ¿por qué Odín se alineaba con su antiguo némesis? ¿Por qué Freya había boicoteado su propio plan? Y, más aún, ¿qué tenía que ver Arturo con todo esto? Lo miró de reojo, aún inconsciente. Un mechón canoso y quebradizo salía de su capucha. Su rostro macilento fue el significado de aquello en lo que no se permitiría convertirse y eso le dio valor. Apenas y alcanzó a captar las señas que le hizo Iddun desde la horda y su abrazo, tan parecido al de una hermana mayor, fue lo único que no se le antojó nauseabundamente falso en esa noche.

-Eres tú haciendo lo que mejor sabes hacer: arruinar nuestra felicidad. No te bastó con hacer que le clavaran un trozo de muérdago-su retahíla fue cortada a la mitad. Esperanza no consiguió comprender el resto, ahora cubierta de pies a cabeza con la capa que Iddun acababa de quitarse de los hombros, mientras le susurraba que sería una noche larga y helada. Que alguien no la culpase por lo que había pasado con el Brisingamen, que no la mirara acusatoriamente porque el tiempo se hubiera detenido en una eterna madrugada, se sintió maravilloso.

-En mi defensa: era una felicidad bastante tonta si sólo un pequeño trozo de muérdago bastó para acabarla-respondió él, muy ufano.

-¡Eres despreciable!-bramó una incrédula Freya; sabía que él era la criatura más despreciable que pudiera existir, pero para todo existía un límite y el límite había sido cruzado hace bastante, a su parecer.

-Sepan todos-Loki se volvió a la muchedumbre como picado por una serpiente, pero sin ver realmente a nadie-, que la preciosa trepadora piensa que este pobre muchacho-se mordió oportunamente la lengua antes de llamarlo un palurdo y echar toda su diatriba por la borda- y yo somos la misma persona. Quiso casar a su protegida con un ser al que dice despreciar tanto, eso nos dice con quién estamos tratando, ¿o no? Con alguien que para quedarse el Brisingamen hubiera vendido sin dudar a alguien que debía proteger a su peor enemigo. Y eso nos dice la clase de cosas que haría con el collar, ¿me equivoco? Ya hemos visto eso antes.

-¡Detén este acto ahora!-gritó ella antes de saltarle encima, espada en mano. Cuando Loki se apartó ágilmente y se volvió rápidamente al ruedo para seguir hablando, Freyr supo que estaban arruinados: pocas veces su hermana había perdido la compostura así, y normalmente una reacción tan histérica de su parte sólo podía significar que ocultaba algo o que un plan se había salido de su carril, y cualquiera fuera el caso, Odín no estaría de acuerdo.

-Tú eres la que necesita detener la farsa, Freya-la sonrisa de Loki le heló la sangre; cuando volvió a mirar, su rostro estaba nuevamente serio, dentro de lo que se podía llamar serio para ese timador-. Me ofreció a Esperanza Rodríguez en matrimonio a cambio de que la ayudara a conservar su collar, y convenció a todos ustedes de que Arturo y yo somos la misma persona, para que su protegida nunca supiera con quién realmente la estaba casando, ni mucho menos el por qué. No te importó timarnos a todos e involucrar a un tercero en tus mentiras.

-¿Alguna vez te ha importado a ti?-fue el grito desesperado de la Dama de los Vanir-. ¿Con qué derecho vienes a hablar de moral?-sólo los ojos duros de su hermano la hicieron entrar en razón antes de volverse a la horda con la voz en el tope de sus pulmones-. ¡Sí, es cierto! ¡Le ofrecí a mi Protegida en matrimonio!-un grito horrorizado sacudió a la gente. Un par de Valkirias y un par de sus Einherjer más leales se alzaron en un rumor sordo intentando justificarla, defenderla, los más astutos incluso intentaron buscar un lado bueno a su decisión. Eran unos estúpidos todos, se dijo; deberían de cerrar la boca-. Vino ante mí manso, tras la imagen de un niño, cuyas hazañas todos conocimos en Ragnarök, a pedir la mano de mi Protegida, y de él pedí protección, porque el Brisingamen es la única dote de Esperanza y es demasiado valiosa como para ir y venir por Midgard o cualquier otro sitio. ¿No era sabio pedir protección para lo único que tiene su esposa?

-¡Ya basta!-el grito de Odín se perdió entre las innumerables voces que intentaban hacerse oír.

-¡Qué sucio juegas!-exclamó Loki, los ojos se clavaban sobre él y un dormido Arturo, todos juzgándolo nuevamente por un mentiroso.

-Dime, ¿de qué otro modo si no hubiese sido Arturo tu propio disfraz, hubieras salvado la vida en Ragnarök?-todos contuvieron la respiración, llegando rápidamente a la conclusión de que, habiendo visto sólo a uno despierto a la vez, con el espíritu de la vida corriéndole por el cuerpo, entonces ahora eso que veían sólo era un trapo con forma humana, un mero disfraz; Loki, después de todo, no podría dividir su alma en dos cuerpos.

-Este es el modo del que vas a juzgarme-su voz sonó raspada, antes de volverse a todos y decir-: créeme, me promueve el más noble de mis instintos cuando digo que pueden hacer lo que quieran con el muchacho, y descubrirán, tarde o temprano, que no somos la misma persona. Espero que tu mentira no lo haya matado para entonces-y, dejando a todos con semejante revelación, deshizo sus pasos y se fue de ahí.

Antes de irse él también, aunque en la dirección opuesta, Odín supo exactamente lo que iba a suceder. A Arturo, que ya tenía completamente claro que no era Loki, se lo llevarían a Valaskjálf para que él impartiera justicia si tenía suerte, en el peor de los casos terminaría en algún castillo de Asgard, al que el primer Ás que se cruzara lo llevaría con la excusa y buena labia de hacer pagar al Enemigo de los Dioses con creces, algo de lo que la horda se sentiría bastante satisfecha y entusiasmada de ser parte. No los juzgaba y, aunque comprendía que permitir algo así sabiendo lo que sabía no era la decisión más justa que hubiera tomado en su vida, sí era la más sabia y ese era un muy buen motivo para tomarla. No le pidió a Frigg que fuese con él, sabía que estaría muy decepcionada; no era estúpido, era evidente que ella pensaba que había acabado por aliarse con Loki y, en caso de que esa idea no se le cruzara por la cabeza, de todos modos estaría enfadada por no haber oído a tiempo los perversos planes de Freya… y el círculo vicioso de las alianzas y traiciones se reiniciaba una y otra vez. Freya… ya se encargaría de Freya más tarde, por ahora la dejaría quedarse el agreste sabor de las victorias conseguidas con pérdidas aún mayores, le permitiría creer que todo había terminado, que todo estaría bien y de su lado, para luego dar la orden y decirle que con él no jugaría, que si no había sido capaz de mantener eso bajo control, no merecía nada excepto vergüenza, porque él no pondría su rostro para una mentira tan mal hecha, para una farsa tan pobremente montada. Había tiempo.

Llegó a casa y de inmediato sintió una presencia extraña, una que conocía muy bien. Podría engañar a muchos, a todos, pero nunca a él.

-¿Tú también sabías lo del muchacho?-una voz femenina sonó a sus espaldas. Era Frigg, había estado siguiéndolo sin que lo notase. ¿Cómo ser creíble si había traicionado tan cruelmente su confianza? No tuvo la osadía de mirarla a la cara, pero podía sentir su mirada dura, a cada momento más dura, como el hielo, primero líquido y dúctil, luego más y más firme hasta ser insoportable. De seguro tendría la mandíbula apretada como cada vez que estaba enojada y luego le dolería horriblemente. No supo en qué momento pensó que todo ese dolor y molestia sería su culpa, sólo en un momento no estaba y al siguiente era una verdad absoluta.

-No me di cuenta de su engaño-se escuchó decir. Quiso ir hacia ella, abrazarla; pero era valiente, no descarado, así que se contuvo.

-¿Tú?-repitió ella incrédula-. Eres tan mentiroso como ella-en la voz de Frigg se leía no la rabia, tampoco el dolor, sino la más pura de las decepciones-. ¿En qué te has convertido? ¿En qué me has convertido? Me traicionaste y esto nunca lo perdonaré-no se atrevió a mirarla, pero incluso así sabía que se habría cansado de apretar los dientes y ahora una lágrima correría por su mejilla, y no sería la única de esa noche. Si ella tan sólo se diera cuenta de que lo hacía por protegerla.

-No creas que no lo tuve pendiente, minuto a minuto. Nunca perdí de vista al muchacho. Pero hay algo en él, una maldad demasiado fuerte como para ignorarla. Me equivoqué y me dejé llevar por lo que me dijo Freya-antes de que intentara disculparse, ella había vuelto a hablar, su voz cortada por el llanto y se le partió el corazón.

-¿Crees que eso quita que te aliaras con el asesino de tu hijo? ¡Tu deber era matarlo y no hiciste nada! ¡Lo premiaste con aquella pobre muchacha! ¡Eso hiciste: premiarlo!-hacía mucho tiempo que Odín no bajaba la cabeza, pero en ese momento no tenía cómo mantener su punto, porque no había ningún argumento que no lo convirtiera en un traidor, ella se limpió las lágrimas con el dorso de la mano-. De Loki no me sorprende y de Freya me puedo esperar una traición como esta, pero nunca de ti-dijo mientras se apartaba las faldas para apartarse-. No te atrevas a acercarte a mi cama.

-No te preocupes-ni siquiera supo qué había dicho ni por qué, y cuando las pisadas de Frigg se perdieron en la escalera, le pareció un sinsentido. Sólo el tiempo diría cuándo podrían volver a hablar, sólo el tiempo diría cuando las aguas se calmarían, sería cuando ella estuviera lista, y si eso nunca sucedía, bien empleado le estaba. Inhaló exasperado y se volvió hacia un punto entre las sombras, no cubierto por la luz de las antorchas-. Sale de ahí, viniste aquí para que notara tu presencia, es estúpido que te escondas-dijo. Inmediatamente, Loki salió de las penumbras con su sonrisa obstinada y el rostro descubierto.

-Era por no perder la costumbre-dijo su némesis con ese irritante gesto inocente que sabía era tan falso como su buena voluntad.

-¿Cómo llegaste hasta aquí?-el desgano se leía por completo en la voz de Odín.

-Tomé prestado el carro de Freya, estoy seguro de que aún no lo he notado-respondió Loki muy ufano.

-No seas estúpido-dijo Odín, suficientemente irritado, mientras echaba a andar. Loki lo siguió, entendiendo sus intenciones-. Eres un ladrón, un timador, un asesino, pero nunca un estúpido, así que no pretendas que lo eres. Sabes muy bien que pregunto cómo te las apañaste para regresar a Asgard: te creí más inteligente como para volver-desde entonces se hizo el silencio entre ellos, no era incómodo, pero sí pesado, como si los muros estuvieran mirando, oyendo, buscando palabra alguna que luego pregonar y cuestionar cuando ellos se hubieran ido. Una puerta crujió. Dentro había tres sillas, una pequeña mesa sobre la que se encontraba un candelabro con dos velas, un desorden de papeles escritos a la rápida, un odre y unos cuantos cuernos de beber. Loki no esperó la orden antes de encontrarse sentado cómodamente con los pies arriba de la mesa, ensuciando con barro los documentos que ahí había. Odín destapó el odre con los dientes y tomó uno de los cuernos-. ¿Hidromiel?-preguntó.

-Por favor-respondió su interlocutor justo a tiempo de recibir el recipiente y oírlo reír como un maníaco.

-¡Qué curioso que es todo!-exclamó Odín, cuando Loki iba a preguntarle a su modo qué podía ser tan gracioso-. Cuando mataste a Balder sentí el peor dolor de mi vida, era tan fuerte, tan duro. No te hubiera odiado tanto si hubieras matado a Thor, tal vez, un gran guerrero: su destino era morir. Pero no Balder, incluso si la profecía lo condenaba, él debía vivir…

-Nunca quise hacer daño a nadie, ni siquiera a Balder, si te soy sincero-Loki no alcanzó a terminar de defenderse; se limitó a mirar por sobre el borde del cuerno de beber cómo su interlocutor lo enfocaba con su único ojo, seguramente pensando que debía de estar loco para creer que estaban manteniendo una conversación civilizada, que estaban uno frente al otro.

-Habría que estar demente como para pensar que un Señor de Mentirosos será sincero-fue toda la réplica que escuchó.

-Y sin embargo, he sido el único aquí cuyas intenciones no han sido algo de lo que se pueda dudar-dijo Loki con su sonrisa taimada y Odín lo odió otro poco.

-Unas intenciones obscenas: matar, saquear, robar. Pero sí, siempre las haces tan evidentes como puedes.

-Han sido mis únicas posibilidades; nunca tendría que haberlas tomado, pero tú y los demás siempre se han esforzado en que me lleve la peor parte-sólo notó que había estado alzando la voz cuando Odín lo fulminó con la mirada y bramó:

-¿Con qué descaro hablas tú de sacar la peor parte? Mataste a mi hijo. ¡¿Qué puede ser una peor parte que eso?!-Loki bebió de su cuerno sin quitarle la vista de encima hasta que el otro consiguió calmarse.

-Creo que en eso estamos a mano-respondió cuando estuvo listo para hacerlo. Cualquiera hubiera dicho que se esforzaba en conservar su temperamento bajo control, pero no lo hacía, de hecho, debía incluso esforzarse en mostrarse molesto por mantener las formas y no sentirse desleal. ¡Qué paradoja! Él molesto consigo mismo intentando ser leal a algo-. Sí, yo maté a Balder, no tendría sentido pretender lo contrario, pero dime, Odín, ¿cuánto descaro necesitas para volverme un paria por lo que le hice a tu hijo teniendo sobre la mesa lo que le hiciste a Jörmungander?

Odín nunca se hubiera esperado que tras tantos años, décadas, siglos, Loki traería a colación lo que había sucedido con ese aborrecible monstruo que tenía por hijo. ¿Incluso de eso pretendía sacar partido? Cada día se le antojaba una criatura más retorcida, asegurando su supervivencia de las maneras más infames.

-Jörmungander terminó en el lugar que le correspondía-sentenció, sin una pizca de remordimiento. Un terrible monstruo como esa serpiente sólo podía terminar en un sitio: lejos de la vista de los dioses, lejos de donde los mortales pudieran encontrarlo; el exilio y la oscuridad eran el lugar al que pertenecía desde su nacimiento, pero Balder no había merecido ir hasta Hella ni adentrarse en sus dominios, una criatura pura y grácil no debería de haber corrido semejante destino.

-¿Con qué derecho puedes decir lo que merecía y lo que no?-ahora Loki era completamente incapaz de identificar si estaba demasiado en personaje y eso le hacía creerse su rol de que estaba furioso, o si era genuina rabia lo que sentía. Fuera como fuera, aquel desagradable sentimiento una vez más era lo que le movía a actuar.

-Porque entre tú y yo soy el único capaz de diferenciar entre justicia y venganza-contestó Odín antes de beber.

-Y dime, ¿qué tuvo tu decisión de justa?-preguntó Loki, ahora su sonrisa taimada se había transformado en una mueca cruel.

-Era un monstruo, Loki-la mirada de Odín se fijó en él sin miedo alguno, como un padre haciendo entrar en razón a su hijo más rebelde y diciéndole que, hiciera lo que hiciera, no sería su opinión algo que lo preocupase-, concebido por ti y haría cosas terribles, esa siempre fue tu intención.

-No hables tú de mis intenciones-reclamó la deidad de cabellos negros antes de dejar rudamente en la mesa el cuerno vacío-. Nunca quise hacer algo malo de verdad. Siempre amé el caos, no voy a negar eso: ver el mundo arder un poco, ver las cosas cambiar. Dar una oportunidad a aquellos que tú y los demás corrieron de su lado, a donde les convenía, a donde querían que estuvieran para que no les molestaran porque no encajaban en sus planes, en lo que ustedes habían elegido: porque siempre se creyeron con el derecho de elegir por otros. Sí, Odín, siempre quise hacer colapsar todo un poco, para que entendieran qué se sentía ser una simple marioneta.

-Tú no eres una marioneta-Odín blanqueó su único ojo con sorna antes de volver a enfocar la mirada-: tú siempre has sido quien mueve las marionetas.

-E imagina si no lo hubiera sido, en qué me hubieras convertido-dijo Loki, manteniéndole la mirada-. Durante mucho tiempo quise hacer arder tu mundo, todo Yggdrassil, para que todo comenzara de nuevo, porque no soportaba la idea de no ser un dios como ustedes, como tú. Ahora lo pienso mejor y me alegra no serlo: todos ustedes son la misma escoria.
-Haces bien en alegrarte-dijo Odín mientras estudiaba atentamente el contenido de su cuerno-. No es fácil ser un dios: tienes que sacrificar la felicidad de algunos para que los otros tengan éxito.

La carcajada escandalosa de Loki fue lo único que lo hizo detenerse antes de largar lo que hubiera sido un completo discurso moralista.

-¿Y cómo escoges a esos pocos? A lo que a ti se te da como mejor, ¿verdad? Y pides que se sientan honrados de dar su vida por lo que tú crees correcto-fue toda la respuesta que escuchó antes de intervenir nuevamente.

-Al menos, yo no llevo en la consciencia haber traído monstruos a este mundo, ni haberme ensuciado las manos para mi propio beneficio-dijo e inmediatamente bebió el hidromiel que le quedaba en el recipiente para abandonarlo junto al de Loki.

-¡Tú también tienes sangre en las manos!-la respuesta le llegó como algo que no tenía importancia, nada podía cambiar lo que había sido ni lo que sería.

-Y es curioso que ahora no tenga la tuya, ¿no lo crees? Cuando mataste a Balder hubiera dado todo lo que tenía por una oportunidad como esta: tenerte frente a frente, por servirte un cuerno de hidromiel y que fuera el último que bebieras. Pero hoy no hay truco, ¿lo ves?-preguntó mientras destapaba el odre con una sonrisa cansada y socarrona, y bebía directamente del recipiente. Ya no quería fingir-. Es divertido, incluso, pensar que la vida ha sido lo suficientemente irónica como para que ahora tú seas mi único aliado. Debo estar, dentro de todo, un poco demente como para confiar en ti.

-Y, dime, ¿qué otra salida tienes? ¿Confiar en Freya?-una ceja arqueada desfiguró el rostro de Loki, quien olvidó los modales y tomó el odre de las manos de Odín para beber un buen trago. En los viejos tiempos había sido así, habían conspirado juntos o simplemente habían bebido hasta altas horas de la noche, entre risas, aunque claro, él siempre había sido el paria cuando todo eso se evaporaba, cuando la resaca se iba, y siempre se lo habían refregado en la cara: era un medio para un fin. Si no hubiera sido brillante, si no hubiera tenido ingenio y algo de picardía, su destino hubiera sido muy diferente. Las Nornas parecían haberlo querido ayudar, pero el esfuerzo no había sido suficiente al final de camino.

-Después de lo que ha hecho, confiar en ella sería la peor idea que podría tener-dijo Odín, mirando un punto en la habitación.

-Me alegra que lo sepas-contestó Loki al tiempo que le retornaba el odre, ahora un poco más vacío y lanzaba de forma directa, muy a su modo, una verdad que heló la sangre de su interlocutor-. No es cierto lo que le dijiste a Frigg: tú no creías que Arturo y yo somos la misma persona. ¿Por qué seguiste el juego de Freya?

-Eres demasiado astuto para tu propio bien, Loki-fue lo primero que dijo cuando el aire retornó a sus pulmones-, así que no hagas preguntas cuya respuesta conoces. No creas que me engañas: sé que has manipulado todo esto, pero no sé de qué manera.

-En ese caso, de nada-Loki guiñó el ojo enigmáticamente y Odín se preguntó, vagamente, qué tanto sabría. Quizá tuviera que recurrir nuevamente a esas sucias artes que Freya les había enseñado para averiguarlo.

-¿Cómo has llegado?-preguntó Odín, al fin era su momento de hacer preguntas incómodas, aunque su interlocutor permanecía totalmente imperturbable.

-Me salvé del Ragnarök porque contaba con un oportuno disfraz, es cierto, uno del que nunca hubieran dudado. Así que dejé mi cuerpo morir y me transformé, y salí de Asgard.

-Te creí más inteligente, debo admitirlo. Pensé, incluso, en que no habría un Ragnarök, que conseguirías liberarte, naturalmente, pero que no te atreverías a venir aquí, mucho menos conociendo la profecía. Y ahora que me dices que conseguiste escapar, me parece estúpido que hayas vuelto si sabes que aquí sólo te espera la muerte, un viaje a Hellheim, el único viaje del que nadie puede retornar-dijo Odín, con genuina curiosidad.

-Nuevamente te lo diré: de nada, Odín-la sonrisa presuntuosa, la mueca cruel, la ceja arqueada, todo gesto había desaparecido del rostro de Loki.

-¿A qué has venido, Loki?-preguntó Odín, derrotado y sin comprender nada, por primera vez en muchísimo tiempo.

-Hay cosas que quiero enmendar-respondió Loki, ahora de pie y mirando fijamente a los ojos a Odín, quien estalló en una ruidosa risotada:

-Cuéntale esa historia a quién la crea: te conozco, crees que nunca te has equivocado-.

-Eso no quita que hayan cosas que arreglar-respondió Loki, caminando hacia la puerta, el brillo pícaro retornando a sus ojos-. Sabes demasiado para tu propio bien, Odín; sabes tanto, que lo más obvio se te escapa de la vista. No es primera vez que te ayudo, ¿lo es?

-¿Por qué lo haces?-preguntó Odín poniéndose, a su vez, de pie y caminando hacia la puerta, Loki ya la había abierto y tenía una pierna afuera.

-No será la última vez que nos veamos, entonces podrás preguntar. Ahora creo que tienes otras cosas que resolver: ve a buscar a Frigg, va a arruinarte-dijo, antes de salir. Odín quiso gritarle que ella era su mujer, que nunca lo había traicionado, incluso teniendo todas las probabilidades en contra, y que nunca jamás lo haría, pero se quedó con las palabras atoradas en la garganta: Loki, una vez más, había desaparecido.

En ese mismo momento, pero a kilómetros de ahí, dos formas se deslizaban entre la nieve, en la cordillera que dividía Asgard y Vanaheim. Llevaban días de travesía y, ambos, a su modo, tenían la certeza de que no llegarían con vida. El frío calaba los huesos y el hambre hacía el resto. Con mucho esfuerzo y movidos por la idea de que, si esos serían los últimos días de sus vidas, tendrían que emplearlos en algo que les hiciera creer que tenían un propósito, habían conseguido llegar hasta la cima. No había árboles, animales, pájaros, insectos, ni siquiera un triste manchón de musgo oculto entre el hielo y la roca.

-¿Aquí hay verano, cierto?-preguntó Hopkins, mientras se acercaba mascando un trozo de nieve que había tomado. El estómago le gruñó rabiosamente, en parte por el hambre despiadada que crecía en su vientre, en parte porque aquella única comida, tan helada, le estaba destrozando la tripa. Siggurd no se molestó en voltear a mirarlo, la vista pegada a las luces de las antorchas, apenas visibles bajo la niebla, como si de estrellas se tratase, pero en un sitio donde no deberían de estar.

-Nunca has visto el verdadero invierno, ¿no es así?-preguntó esa voz rasposa y dura.

-Cuando era niño-respondió Hopkins, más por evitar mascar otra vez ese trozo de nieve que por el verdadero gusto por hablar-. Cuando vivía en Gran Malvina-el recuerdo suavizó su voz hasta convertirla en un murmullo apenas audible. Las casas parecían alzarse nuevamente frente a él, con los techos blancos, casi invisibles tras esa cortina helada y húmeda que se pegaba a la ropa y a la piel, el viento soplando, sometiendo hacia un costado los pastos y arbustos, los canales de agua congelados, los muertos a la orilla de las puertas de mejor lustre que su pasar, con las mejillas rojas y las manos amoratadas por el frío.

-¿Dónde queda eso?-preguntó Siggurd con el tono de quien se sabe superior, incluso en una situación en la que muchos preferirían ser derrotados.

-Al sur-respondió, sin prestar mucha atención, cuestionándose si debería dejarse caer en el suelo: estaba agotado, pero no estaba seguro de qué tanto frío podría resistir antes de acabar como aquellos indigentes que había visto en su niñez, todos los años y, según su mentecita infantil, cada día de invierno. Sus piernas lo dejaron caer y el hielo le quemó las piernas y las nalgas; interiormente se dijo que iban a doler de todos modos, así que al menos era bonito poder elegir por qué dolerían.

-Ahí no hace frío, el invierno es otro verano, pero para los afeminados de seguro que es Hellheim-se burló Siggurd agriamente, con su sonrisa macabra tan grabada en el rostro; Gonzalo se dijo que era como un tatuaje que llevaba día y noche.

-Te aseguro que las Malvinas quedan más al sur que cualquier cosa que te hayan dicho que está al sur-dijo, obligándose a toda costa a permanecer despierto; su mente estaba enredada en un sitio donde, al contar una cantidad de horas habría amanecido y el calor invadiría la tierra, entonces sí sería un buen lugar para tirar los huesos y dejarse acunar por la roca y dormir.

-¿Más al sur que Al-Andalus?-preguntó Siggurd con curiosidad, sorprendiendo a su interlocutor a mitad de un bostezo. Gonzalo no había oído nunca ese lugar, pero le sonaba árabe.

-¿Árabes?-preguntó ladeando la cabeza, sintiendo que había vuelto a la escuela y que su profesor le había interrogado de sorpresa, por toda respuesta, aquel rostro desfigurado subió y bajo-. Sí, las Malvinas quedan mucho más al sur que Al-Andalus.

-De todos modos, ¿qué quiere decir que quede tan al sur? Debe de hacer más calor que en una hoguera-dijo Siggurd, súbitamente perdiendo el interés en aquella conversación tan banal y algo estúpida.

-Te puedo asegurar que no-Hopkins soltó una breve carcajada-. En el sur y en el norte el frío es el mismo, y al centro, donde están los árabes, el calor es infernal.

-¿Infernal?-en aquella pupila gris por más de mil años no se había leído tanto desconcierto y curiosidad, se había acostumbrado a no procesar las órdenes, sólo cumplirlas, a no observar lo que cada mañana se alzaba junto con Sol en su carro.

-Sí, infernal; ya sabés, un calor de locos que te quemás como un chicharrón.

-Tienes un concepto extraño del infierno-dijo Siggurd, volviendo a mirar al frente, entre la bruma, tan abajo que la imagen se transformaba en una amalgama difusa.

-¿Qué es el infierno si no?-preguntó Gonzalo muy ufano.

-Hielo por donde mires, un viento helado capaz de arrancarte la piel de los huesos, un frío que hará que te congeles mil veces en tu sitio sin morir, un invierno que no acaba.

-¡Creí que ustedes amaban el frío!-fue el estúpido comentario de Hopkins mientras se abrazaba las rodillas, un viento helado le corrió tras la nuca.

-Que nos hayamos acostumbrado no significa que nos guste-dijo Siggurd, sus labios formaron lo más cercano a una mueca amigable de alguien capaz de comprender una broma tonta.

-¿Y dónde queda ese infierno?-preguntó Hopkins, su interlocutor notó pasmado un tono demasiado perspicaz.

-Si pretendes ir a Hellheim, tendrás que hacerlo sin mí: no veré a Hella-y, aunque quisiera negarlo, porque no sabía en que acabaría todo, Siggurd deseaba ver a Iddun.

Texto agregado el 27-01-2018, y leído por 51 visitantes. (3 votos)


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