Cuando tocaron a la puerta, hacía rato que Flor estaba levantada y le acariciaba los cabellos a su hija.
—Buenos días, Juanita. ¿Cómo te ha ido?
—Más o menos, Flor.
—¿Ya vas para la escuela?
—Sí, y ya se me está haciendo tarde —le contestó Juanita, contrariada—. Flor, te aviso que mi abuela no podrá cuidarte a la niña hoy por la noche.
—¿Por qué?
—Esta madrugada la llevaron a la emergencia.
—¿Qué le pasó vos?
—No sé, hacía varios meses que se venía quejando de un dolor en el estómago.
—Gracias por avisarme —dijo Flor—. Oye: ¿podría cuidarla tu madre?
—No creo —respondió Juanita—. Mi mamá tiene que ir a visitar a la abuelita.
Antes que la puerta se cerrara, el pasado se presentó de golpe ante Flor. No olvidaba el Año Nuevo aquel, cuando el estallido de los cohetes de esa noche la sorprendió desnuda frente a su enamorado. Unos meses más tarde, en la clínica del pueblo le confirmaron su preñez. Nerviosa fue a contárselo al novio. “Esa barriga no es mía”, le respondió él con crueldad.
Al conocer la noticia, el padre de Flor le gritó como un energúmeno: “Lárgate, no quiero putas en mi casa”. La madre no supo qué hacer ni qué decir.
Flor se estremeció cuando volvió a recordar las noches frías durmiendo en las banquetas, mendigando comida y deambulando como perro sin dueño por las calles.
Por ese tiempo, su nuevo enamorado intentó golpearla. Flor le asestó un botellazo en la cabeza. Él fue a dar al hospital, y ella al presidio. Allí, una madrugada, oyó el llanto de su hija.
Al salir de la prisión, más de una vez se le cruzó la idea de darla en adopción y acabar con todo.
Hacía un mes que había encontrado trabajo que la ayudaba a sobrevivir.
Secándose las lágrimas salió al vecindario para encontrar a alguien que cuidara de su hija, pero no lo consiguió.
—¿Cómo chingados se te ocurre traerla aquí? —le reclamó la amiga—. ¿Estás loca?
—No encontré con quién dejarla —dijo Flor—. La señora que la cuida está en el hospital. ¿Qué podía hacer?
—Te van a correr por zonza.
Flor le contó su problema a la dueña del negocio. La señora le dijo que se podía quedar, siempre y cuando la criatura no molestara a la clientela.
Flor entró en uno de los dormitorios de la casona. Le acarició las manitas a su hija y se quedó a velarle el sueño.
La madrota entró, y en voz baja le dijo:
—Flor, tienes un cliente.
La joven se retocó el cabello y el maquillaje. Se encaminó al cuarto, y al abrir la puerta vio al hombre que yacía en la cama. Tembló de ira al reconocerlo. Devanándose en su herida le gritó:
—¡Aquí tienes a tu puta, papá, y en la habitación contigua está tu nieta, si quieres conocerla!
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