Desde el frío invierno de éste ser arrebato las insignias de sus dioses como estampas anidadas en los templos de su fe. No hay mañana que aguante esos soles de ultramar que en los caudales de lo inerte veneran atrevidos al rezar. Todo los despistes obnubilados y la certeza vuelta azar como mecha encendida al viento que frecuenta la soledad falaz Turbantes de miel en la carne blandiendo al silencio como verbo y todo aquello que es imberbe tirando migajas de consuelo. Todo lo sepulcral de este juego es bajo la tierra un siglo de voz que grita y llora harto de ilusión buscando una raíz desde donde florecer. ¡Ay de los que carecen del placer de dominar el pensamiento! De expandirlo sobre las pampas fértiles y ser allí la luz de lo sempiterno
Texto agregado el 26-01-2018, y leído por 58 visitantes. (1 voto)