La bestia
La tradición general indica que las bestias aparecen en primavera con la llegada de los días cálidos, la humedad, las lluvias y las tormentas; pero la primavera aún no había llegado asique embarque en la aventura de pesca con amigos sin medir las consecuencias.
Cargue el bote en el tráiler y sali de mi casa después de saludar a mi hijo y darle las instrucciones para el cuidado del hogar durante mi ausencia el fin de semana, terminando con un ¡nada de fiestas! Alrededor de las cuatro treinta me encontraba en la casa de Alfredo o Alfred como le decíamos cargando provisiones para el fin de semana en el baúl de su auto, luego recogimos a Fabian y la última parada fue en casa de Miguel quien nos esperaba con su hijo de nueve años Matías, o como nosotros le llamábamos, Miguelito.
La ruta estaba cargada como era de esperarse un viernes alrededor de las seis de la tarde en vísperas de un fin de semana largo, y aunque solo debíamos recorrer doscientos kilómetros, tardamos en llegar a destino casi tres horas. Al llegar decidimos retroceder unos kilómetros para cenar y pasar la noche en un paraje de la ruta ya era demasiado tarde y estaba muy oscuro para armar las carpas y poder pescar algo que cenar; si bien llevamos provisiones no era lo que una cena de pesca a orillas del rio con amigos ameritaba.
A la mañana siguiente volvimos al rio, desempacamos, armamos las carpas, preparamos las cañas y dimos comienzo a la aventura. Las primeras horas de pesca fueron flojas, solo sacamos un par peces muy pequeños que los usamos de carnada. Pasado el mediodía la situación mejoro y para el anochecer habíamos pescado lo suficiente como para cenar y almorzar al día siguiente.
Dado esto concluiríamos el día de pesca, Fabian encendía el fuego, Alfred limpiaba la parrilla y Miguel discutía con Miguelito intentando hacer que este deje de jugar con su tablet y disfrute de aquel momento. Mientras tanto yo, aprovechando la buena racha, me disponía a lanzar por ultima vez mi caña. Tal vez haya sido esta una de las peores decisiones de mi vida, o mejor dicho si lo fue, tuve que enfrentarme a unos de mis mayores miedos, a la cosa mas temida que esperaba no encontrarme en este viaje de pesca.
Tire la caña, pasaron unos cinco minutos y note que el anzuelo se había atascado bajo el agua. La opción mas convincente era cortar la tanza y dar por perdido el anzuelo, las boyas y la plomada ya que el agua estaba muy fría para ingresar, aún era invierno y además no conocíamos el rio lo suficiente, aunque antes de optar por esto tironee la caña con fuerza un par de veces para lograr liberar el anzuelo de aquella burbujeante zona del rio.
Finalmente lo logre, dándole un último y fuerte tirón a la caña logre desenganchar el anzuelo de aquel lugar, aunque fue tanta la fuerza que hice que en ese preciso instante sali despedido hacia atrás cayéndome entre los arbustos. La caña cayo arriba mío junto con la línea, temí que el anzuelo me lastimara por lo que cerré los ojos y me tapé la cara con las manos. Algo mas pesado de lo esperado callo sobre mi pecho, pensé que había logrado pescar algo y efectivamente lo había hecho.
Podía sentir algo muy frio sobre mí, no sospeche nada hasta que un ruido proveniente de mi presa me hizo sentir un extremo pavor, en ese momento entendí a que se debían las burbujas. La piel se me erizo, el cuerpo se me endureció, quería gritar, pero la voz no me salía, finalmente me desmaye, aunque debió ser solo por unos segundos porque al despertar la situación era la misma. Nadie de mis amigos venia a mi recaté, no podía verlos ya que mi cuerpo seguía inmovilizado, la bestia seguía sobre mí, sentí cuando comenzó a moverse, en ese momento me hablaba a mí mismo pidiéndome tranquilidad, deseando estar soñando o mejor dicho teniendo una pesadilla que pronto terminaría. Fue ahí cuando escuche que alguno de los chicos se acercaba, creo que era Alfred, que un tanto risueño me preguntaba que estada haciendo, como si no notase la situación a la que me enfrentaba. La bestia se percató de la presencia de mi amigo y con un salto se posó en mi cuello. Fue esto lo que me hizo estallar todo lo retenido, creo que mi grito pudo escucharse a varios kilómetros a la redonda independientemente la dirección del viento, incluso la bestia se atemorizo y huyo saltando sobre mi cara lo que me hizo gritar a un más fuerte hasta desaparecer entre los arbustos y yuyos.
Lentamente me reincorpore temblando, a mi lado estaba Alfred que me tendió la mano para levantarme, un poco más atrás Miguelito me apuntaba con la cámara de su tablet y casi muere de la risa, bueno, todos casi murieron de risa. Pensé en ponerle fin a nuestra a amistad, como podían burlarse de aquella horrible experiencia que me toco sufrir, claro era muy fácil para ellos a los que la bestia no atemorizo.
Me enfade mucho con ellos sobre todo con Miguel, no es que el se haya burlado más que el resto, pero permitió que Miguelito suba a las redes sociales un video bajo el título “Hombre de 40 se horroriza con un sapo” cual tuvo cientos de reproducciones en solo minutos, aunque al ser un niño de nueve años no podía enojarme con el asique lo hice con su padre.
Las horas pasaron y tanto mi ira como algo del temor que aun me quedaba se diluyeron dejándome así disfrutar los días que quedaban de pesca, aunque con ojos en la nuca por si la bestia volvía a aparecer.
|