“Y de tanto vivir juntos terminaremos pensando
lo mismo, creyendo lo mismo, soñando lo mismo.”
La génesis común de una abstracción, puede ser explicada de forma concreta, como el resultado del proceso de satisfacer una necesidad de carácter emocional del ser humano. Las emociones son el combustible que pone en movimiento la voluntad. Lo queramos o no, la emocionalidad es el sello de diseño por excelencia de nuestra creación. Muy por el contrario a lo que podría pensarse, el intelecto es solo una habilidad adquirida al servicio de la emocionalidad. La creación de una abstracción es uno de los procesos más recurrentes de nuestro cerebro, sin embargo, para que una abstracción sea elevada a la condición de una certeza concreta, debe ser plenamente aceptada por nuestros pares y luego ser consolidada a través de su utilización y cuestionamiento, a través de varias generaciones de individuos. Una abstracción consolidada plenamente, pasa a formar parte de la intrincada malla de conceptualizaciones que definen y dan sentido a nuestra realidad. Una realidad definida a medida. El conocimiento colectivo se alimenta, se desarrolla y cambia a partir de un número despreciable de abstracciones que logran ser consolidadas universalmente, en relación a las innumerables abstracciones que somos capaces de pensar como individuos. Las razones por las cuales, ciertas abstracciones se consolidan, en desmedro de otras más beneficiosas para la vida del hombre, es un tema verdaderamente apasionante que no está cubierto en este ensayo.
La noche, el día, los cambios en nuestro entorno que se manifiestan en las cuatro estaciones, los cambios que sufre nuestro mismo organismo a lo largo de la vida, nuestra capacidad de consolidar recuerdos y la necesidad de soñar situaciones aún no acontecidas pero deseadas, tienen algo en común. Todas estas manifestaciones reales impulsaron al hombre a definir una abstracción: El tiempo. Una abstracción que dio al hombre una respuesta creíble a estos indescifrables fenómenos. Gracias a la abstracción del tiempo, el hombre pudo descansar de la perturbadora inquietud arcana de comprender que dio origen a la necesidad de querer controlar la realidad. Una inquietud evidentemente de carácter emocional.
El tiempo, aún cuando pensemos que transcurre implacable con una cierta independencia, no resulta ser más que una simple abstracción colectivamente aceptada. Quizás una de las más antiguas abstracciones consolidadas del ser humano. Se asoció inicialmente como un manifiesto poder de los dioses, para luego ser reclamada por el hombre. Instrumentalizada sobre un objeto tangible, tan tangible como resulta ser hoy para todos, un reloj. De este modo, nuevamente se estableció la certeza de un transcurrir del tiempo independiente de los acontecimientos, que a los ojos de los menos instruidos en la física del equilibrio de los engranes en movimiento, dieron por sentado que el reloj se movía a causa del pasar del tiempo. Nunca sospecharon que solo era un orquestado objeto, que pulsaba a intervalos arbitrarios de conteo, coherentes con lo que duraba el día completo. Y vieron que lo que habían hecho era bueno. Y se tranquilizaron porque anocheció y amaneció a la hora esperada.
El tiempo no existe. Sí, existen las manifestaciones que se le atribuyen. Sin embargo nos hemos dado el trabajo de concretizarlo en instrumentos basándonos en el día y la noche, en los cambios de estaciones. En incluirlo en cada uno de los modelos matemáticos de turno, para dar sustento a nuevas abstracciones que lo validarán a través de las generaciones, como absortas hormigas construyendo su hormiguero que les permite perdurar una efímera existencia sobre una realidad construida a medida. Y así llegamos a edificar una enorme estructura de conocimiento, que nos da la tranquilidad de sentirnos dominadores de la creación, pero en el fondo, muy en el fondo de nuestras individualidades “creadoras” sabemos, que solo buscamos dar tranquilidad a esa perentoria incomodidad de no sentirse arrastrados por una realidad que nos devora, sobre la que tenemos nula posibilidad de controlar su comportamiento o de detener su preocupante expansión.
Y fue demasiado tarde para arrancarlo de nuestras certezas, cuando descubrimos que la noche, el día y los cambios de estaciones no eran a causa del transcurrir del tiempo, sino más bien el reflejo de los movimientos de nuestro planeta en su estrecha relación con la estrella más cercana. Ni tampoco cuando comprendimos que el curso de vida de nuestro cuerpo y su desenlace, está atado a un inadvertido parámetro de diseño, que es el que define el punto de inflexión, donde se produce la disminución de la tasa de recambio celular o su inevitable deterioro, predispuesto en la información genética de cada una de nuestras células. Y que este punto de inflexión, resulta además distinto en promedio, para cada especie y para cada individuo de la especie. ¿Cómo hubiese deseado que mi amigo más fiel, mi mascota me hubiese acompañado toda la vida? Imposible. Y nos sorprendimos con el “prematuro” sacrificio de la oveja Dolly a la edad de seis años, clonada a partir de células maduras de seis años. Como si las ovejas pudiesen vivir en promedio más de doce años. Y buscamos las respuestas en algún oscuro proceso del transcurrir del tiempo, y nos dimos por satisfechos con el hallazgo de una patología de tipo cancerígena, como si esta hubiese sido la mala fortuna de una vida tan corta. No quisimos aceptar que nuestro diseño se encarga de cumplir la impronta de su creación. Y que la eternidad del hombre está solo en la voluntad de su creador.
Es tan grande el impacto de esta abstracción: El Tiempo, que incluso en este instante no podría estar comunicando lo que deseo a través de un lenguaje que no diese un sentido natural y concreto a la comunicación, con todas sus formas verbales temporales, disponibles para ocuparse que los hechos sean establecidos en un cierto orden de ocurrencia. La abstracción del transcurrir del tiempo, como postulado aceptado, llegó a satisfacer muchas necesidades, y también a imponer otras nuevas al ser humano. Cuan necesario se hizo, en la literatura y en la poesía, dónde las realidades se entrecruzan, como posibilidades verdaderas de corregir los eventos pasados. Cuan necesario en la incipiente revolución industrial, para definir la adecuada duración de una jornada laboral que permitiese mejorar la productividad, como si ese fuese el sentido verdadero de la vida de un individuo. Cuan necesario en el control de las personas como recursos valiosos a una sociedad, con el establecimiento de horarios de alimentación, descanso, jornada laboral y otro tipo de actividades. O con la definición de nuevas cualidades éticas rescatables del ser humano, como es la puntualidad, y con algunos perversos métodos de control de comportamiento, como el definir horas de llegada o plazos de ejecución en tareas asignadas. Estos perversos métodos apelan a la inherente emocionalidad del ser humano. Desencadenan estados de ansiedad sumamente dañinos, que graciosamente tuvimos que abstraer para poder comprender en nuestra obtusa visión lo que nos estaba ocurriendo: el estrés. Es lamentable que cada abstracción que el hombre define, termine siempre, de una u otra manera dañándolo a él mismo o a la creación de la cual es solo una insignificante pieza más.
Me detendré en un fenómeno que aún no está del todo definido y que guarda estrecha relación con el transcurrir del tiempo. Y digo definir, pues el ser humano no es capaz de crear ni comprender nada. El ser humano solo abstrae. Conceptualiza parcialmente y consolida conocimiento bajo la aceptación común por parte de los demás individuos de una comunidad. Una abstracción en proceso de consolidación, no del todo definida, por lo general no logra una interpretación acabada del fenómeno y genera en consecuencia de su estado, el uso de nuevas abstracciones que puedan sustentar la abstracción original. Tal es el caso de las abstracciones de “pasado”, “presente” y “futuro” en relación a la abstracción original de “tiempo”.
El fenómeno al que me refiero, es nuestra capacidad de consolidar recuerdos a nivel neuronal. Esta capacidad de “almacenar” vivencias a través de las sensaciones percibidas desde nuestros sentidos, para luego asociarlas a nuestro motor de voluntad que son las emociones, como un complejo mecanismo que nos hace capaces de experimentar sensaciones en nuestra más íntima esencia, por una realidad que se extiende en el tiempo, basándose en hechos que ocurren, ocurrieron o que podrían ocurrir. El hombre escapa del presente cuando la realidad le resulta angustiante y es necesario tanto el futuro y el pasado, el pasado en la colección de recuerdos agradables y el futuro en las esperanzas de que todo pudiera ser mejor. Sin pasado ni futuro ¿Cómo podría el hombre sobreponerse a las desgracias? ¿A dónde podría huir para encontrar refugio? Tanto el pasado, como el futuro son ese placentero lugar que solo existe en nuestras mentes. Un lugar al cual le resulta físicamente imposible de llegar, pero que en esa condición, representa la fuente de su fuerza y de su esperanza. Un santuario personal. Es este el sentido más valioso de la abstracción del tiempo.
Una utópica capacidad de viajar sobre el tiempo, a pesar de lo placentero que resultan ser los sueños, no tiene posibilidad alguna de ser real. A menos que pudiésemos orquestar la cadena de ocurrencias de fenómenos a los cuales se les asocia su transcurrir, y al cual se le “culpa” vulgarmente. La posibilidad de viajar en el tiempo nos arrebata ese santuario de recuperación del alma. La posibilidad de viajar en el tiempo establece la posibilidad cierta de la eternidad en vida. La posibilidad de vivir la misma vida, sin ninguna necesidad de cambiar nuestra alma, perdurando en el tiempo sobre la misma consciencia e individualidad. El tiempo desde este punto de vista definitivamente no existe.
Cuando se destruyen los principios sobre los que hemos depositado nuestro sentido de la vida, siempre es necesario detenernos para re-pensar nuevos sentidos. Es imposible amar la vida sin un buen sentido que nos adormezca idiotizados. “Y de tanto vivir juntos terminaremos pensando lo mismo, creyendo lo mismo, soñando lo mismo.” Esto no es, en ningún caso una romántica imagen poética. Es un hecho contundente heredado como consecuencia de vivir en comunidad. |