Queríamos cambiar el mundo, queríamos una mejor vida, una buena conversa y un paquete de cigarros.
Una buena mesa donde poder sentarnos, hablar un rato y cagarnos de la risa de todo lo malo a través de los años. Sonreírle a la noche después de fumarnos unos tabacos, bebiendo vino o cerveza, hacíamos todo eso intentando sacar las ganas de destruir lo bonito y lo visible que representábamos. Cantábamos canciones, bailábamos en locales y ella escribía tonteras en papeles que dejaba en la calle, esperando que alguna pobre alma leyera y notara que estaba mejor que nosotros, pero aún así riendo. Inundados en la borrachera y en la pena de terminar siempre en el mismo lugar. Casi como un templo lustrado e instalado para nosotros. Conversando otra vez de lo mismo hasta aburrirnos de darle puteadas y lágrimas a la orilla de las veredas como si todo fuese un regalo. Algunas veces abrazados. Otras veces distanciados. Rutinarios. Tontos. Extraños. Disfrutando de películas que llenan el cuerpo de estigmas y recuerdos pasados de cada uno y de personas que ya no se encuentran a nuestro lado. De esos amores viejos y únicos que nunca sabremos superar porque fuimos y seguimos siendo así, o por lo menos yo, ahora que la extraño. Malos para sentirnos bien con nosotros mismos. Nos hacíamos daño, creo. Fuimos buenos amigos y quiero decir que no fue en vano.
Nos contábamos todo, como casi hermanos y probablemente igual esté exagerando. Discutiendo por tonteras y yo pidiendo perdón cada vez que entendía tarde las palabras que ella utilizaba o el modo en que me las decía. Hoy escribo esto esperando sus llamadas en las madrugadas. Esperando las risas y retos que me dejaba durante la mañana. Las interpretaciones de series que compartimos e hicimos nuestras mientras dejábamos aparte el respeto por nuestro cuerpo, aguantando en fiestas algunos días de semana sabiendo que mañana habría una suerte de arrepentimiento acompañado de más risas y una que otra migraña.
No sé qué pasó, lo juro. Tengo una extraña sensación de que existen cosas que pasaron frente a mí explícitamente y no las logré rescatar, percibir, descifrar. Es algo que podría decir que odio de mí. Nos fuimos destruyendo día a día, palabra a palabra, vaso a vaso, cigarro a cigarro, casi al borde del colapso. Pero puedo decir que con ella, a fin de cuentas, queríamos salvarnos. Salvarnos del destierro de encontrarnos solos en un futuro incierto, viviendo el día a día como un encierro y reconociendo que una cerveza más nunca bastaría para decirnos la verdad que siempre escondimos: Ser nosotros mismos a los ojos de todo lo que nos confiamos y dijimos. |