Desnuda en el trasfondo del espejo.
peino los cabellos que caen lacios sobre mi espalda. A medida que me acerco, las ropas ocultan mi piel. Nadie, ni yo sé de los huecos que tiene mi alma. Oscuridad profunda y muda.
Después del maquillaje, nadie diría que no soy hermosa. Miro de pies a cabeza, todo es perfecto, calzo las zapatillas; recorro de un lado a otro mi figura y todo está en su lugar.
El señor secretario me ha mandado el taxi, me espera en su oficina para disfrutar del café. Es un espacio íntimo anexo a su oficina, donde atiende gajos de su vida privada.
Afuera, tiene asuntos graves que esperan, a él le vale madre, sólo quiere disfrutarme tomándose un café, pendiente del aroma de mis pechos. A veces se inquieta y le tiemblan las manos, aunque su voz tenga crisantemos, se que no tiene más intención que llevarme y envolverme entre las sabanas de seda que cubren el mueble. Cuando el gobernador le habla, es el instante adecuado para salir de la madriguera.
Voy a la oficina y la jefa con su voz de hiel me pregunta por el secretario.Me mira tratando de descubrir alguna seña que la haga deducir que soy una delicada perra. Mis labios gruesos mantienen el color, el maquillaje exacto. Mi cabello tiene aroma, exhalo mar, montaña y limonarias. Todo tiene un sentido de orden que nunca pierdo.
Mi superiora cree que no me doy cuenta; cuando salgo, una guarura del secretario me sigue. Voy en el carro de la institución, pero siempre detrás. Qué estúpida sería si les hiciera saber que me doy cuenta. Regreso con mi trabajo realizado, el operador me compra una soda. No hay nada de extraño que el anciano me tome del brazo y roce mi cintura. Me dejo, pues se que eso ánima su interior que todo hombre lleva.
Regreso a casa y por las cortinas observo a un par de sujetos que rondan el edificio. Todos los días es lo mismo. Al señor secretario cada vez lo veo más desesperado, sabe que ya no tardaré en irme a mi país, que el agregado cultural en la embajada es un viejo compañero de mi padre. Ya me dieron la liberación del servicio, me lo dieron mucho antes que todos los pasantes, fue una gracia de su poder, de mi discreta coquetería con palabras ensambladas con perfección.
Acepté que sus labios rodaran por mi mejilla y su brazo cubriera mi cintura con la mano extendida para abarcar parte de mis caderas. Esa noche fingí salir y despiste a mis vigilantes. Casi a la media noche escuché la llave del departamento abriendo la cerradura, no me asusté, sabía quién era. Vestida con sencillez esperaba, pasé la noche con él. Y poco antes de que abriera el día, lo insté a que se fuese. MI joven amante llegó a mi oficina y cuarenta y ocho horas después derretimos las vetas de la madera.
El día fue una calca del anterior, el secretario desesperado, la jefa de personal escaneando mi manera de vestir, interrogándome con los ojos. El operador del auto, comprándome la soda y tocando discretamente mi cintura.
Me iré por la noche, el avión sale en la madrugada. Escribí una carta pormenorizando el acoso del secretario en la embajada. Algo pasará, En el avión recordaba la belleza del paisaje, el agradecimiento de la gente humilde y mis orgasmos en cadena con la boca maravillosa del joven estudiante.
Vente conmigo, le dije. Y él con el fuego de sus ojos, no me dio descanso hasta que la madrugada nos alcanzó.
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