Seguía siendo una idiota, había sido indiferente al amor que me brindó un ser mágico y de otro mundo, el cuál hizo vibrar cada fibra de mi interior. En cambio, ahora el invierno se había quedado a vivir en mi corazón.
La primavera yacía agonizada en el periplo de mis pupilas, y contemplaba los colores de la naturaleza con una infinita tristeza. Te habías quedado en mi ser y un día desapareciste de mis días y fue más fácil morirme de a poco y escupirle la cara a este mundo.
Deseaba aunque sea una palabra de tu parte, sentir el calor de tu alma en complicidad con la mía una vez más, necesitaba beber de tu rebeldía, amaba esa locura que alucinaba mis letras ¡pero te habías ido! y los días se tornaron indescifrables e interminables, llenos de oscuridad.
Decían que en la oscuridad uno podría encontrarse consigo mismo, la conciencia podría esclarecer sus misterios y atribuirles un nuevo significado, pero ya tenía la cabeza bastante molida para atreverme a demolerla nuevamente.
No hubo noches en que no te pensé, te precipitabas en el centro de mi ser para proyectar el gran amor y lealtad que me diste cuando yo nunca tuve nada que valiera la pena. Una y mil veces los seres humanos habían matado la pureza y grandeza que ofrecía la marginalidad de mi amor, un amor sin límites y que había sido labrado para fertilizar y sanar cada alma lánguida y devastada por la fiebre del desamor.
Vos habías despertado mi alma cuando comencé a sentir que me sepultaban los días monótonos, me enloqueciste de vida, llegaste para darle el sentido a mi existencia e impregnaste nuevos paisajes en mi arte creador, juntos descubrimos la magia del amor y la fraternidad filosófica.
Eras mi piantado, la locura más hermosa que despabiló mi espíritu adormecido en los hombros de un solsticio, fuiste tanto que no puedo creer que te estés apagando.
Mi sora,
mi órbita,
mi amor,
mi inspiración,
mi estimulación diaria,
el regocijo de mi alma,
mi pianista de milongas,
mi pájaro cantor,
mi beso de la buena suerte,
mi Vitto,
mi ensoñaciòn,
mi poeta,
mi bohemio,
mi azul marino,
el reflejo del otro lado de mi espejo,
un abrazo cargado de luz que juntó los pedazos de mi corazón.
Un sol que ha perdido su órbita, y se desintegra en la finitud del tiempo, a merced del desamparo y la desesperación, ¡eso soy sin vos!. Un sol que va perdiendo su luz hasta estallar y desintegrarse en un grito desbordado de sufrimiento.
¡Es que sin amor no somos nada! Y sin vos... ¿dónde estás, nene?;
¿qué otros ojos contemplarán el encantamiento de tu corazón?;
¿qué otras manos guardarán la pureza y el calor de tus sentimientos?
Me dejaste rota a mitad de camino, nene, y aún espero que salves mi corazón de los dolores que se avecinan. Es que yo no tengo intenciones de hacerlo, contra ti no podré luchar porque olvidarte sería fusilar de un tiro las ternuras más humanas que conmovieron mi alma, sería vaciarme de emociones, secarme en vida, agotar mis fuerzas y convertirme en una naturaleza muerta. ¡Y no!, yo no voy a matarte en mi alma, que me mate tu recuerdo porque te prometí mi amor eternamente y él nunca te abandonará.
Nunca te abandonaré,
aunque ya no vuelva a verte,
aunque ya no estés,
aunque al escribirte tiemble
y tumbada contra la pared
escarbe la agonía de la mente...
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