Hablo mucho y digo poco. No me resulta grato afirmar esto, porque ello me lleva a reconocer que la forma en que me expreso es insustancial, no importante, poco creíble, nada seria, en resumen, pura palabrería. El temor, la timidez, la inseguridad en mí mismo me han llevado inconscientemente a tal situación. Cuando hablo o platico con alguien, me siento tan nervioso, que el pensamiento se me embarulla y me lleva en diferentes direcciones. Y como no encuentro cuál es la correcta, me pregunto : ¿Qué hago, qué digo?... Y entonces, suelto cualquier retahíla de necedades y lugares comunes, para disimular que no sé ni lo que digo.
Lo preocupante es que el otro, el que escucha, a lo mejor ni sabe ni le interesa lo que estoy diciendo o se da cuenta de las sandeces que mi “boca suelta” está vomitando. No me molesta que mi interlocutor piense que estoy medio deschavetado o advierta que soy un parlanchín; pero si quiero ser entendido.
Me abruma mi incapacidad para expresarme con claridad y economía de palabras, con certeza. “Mucho ruido y pocas nueces”, reza el refrán popular, el cual es el que mejor define mi cháchara interminable.
A lo mejor soy medio narcisista, porque antes, hace muchos años, cuando todavía no había internet ni teléfonos celulares, me gustaba grabar casettes en una pequeña grabadora portátil, pequeños poemas o fragmentos de las páginas de algún libro que me hubiera seducido. Me gustaba escuchar mi voz rotunda y gruesa, grabada en esas viejas cintas. Me hacía sentir importante. No sé si podría venir de ahí, tanta verborrea.
Por ejemplo, hoy me han quitado la caries de una muela, preparado el molde para colocarme una incrustación e inyectado anestesia un par de veces para que no me doliera lo que el dentista tenía que esmerilar. Sí, lo dije bien claro: ¡esmerilar! Y es una situación terrible estar semi acostado, con la boca bien abierta y a merced de los instrumentos torturadores de quien pretende reparar nuestra dentadura. Me da escalofrío nomás de recordar los piquetes que fueron necesarios para aplicarme la anestesia.
“Cambia, todo cambia”, canta Mercedes Sosa en una hermosa canción, pero mi palabrería no cambia, sigue igual. Incluso peor. Porque escuchar la voz poderosa y bien modulada de Meche Sosa, rielando sobre infinidad de canciones: Zamba para no morir, Si se calla el cantor, Soy pan, soy paz, soy más, Gracias a la vida, etc, cantadas en concierto, era una experiencia gozosa, como cuando se reza, o se hace el amor… Duele que Meche ya no esté entre nosotros.

Ahora intento medirme, pero si hablo y hablo y hablo, ¿qué?... los políticos, cuando nos endilgan sus discursos parece que fueran muy claros en sus conceptos, pero nos enredan tanto con lo que dicen, que acabamos por comprender que son mentiras, pura palabrería también, como la de algunos curas, algunos seudo periodistas. Prefiero a las comadritas chismosas del barrio, son más auténticas, no se esconden y además platican tan rico, que se antoja escucharlas.
Bueno, por ahorita basta de tanto ponerme de alfombra y maltratar a otros, al fin y al cabo no voy a mejorar ni a dejar de hablar mucho y decir poco. Total, no soy monedita de oro, ya sé que así nací, así soy y así me he de morir…