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No contuvo la molestia cuando escuchó que tocaban a la puerta y abrió con enojo. Se trataba de un joven imberbe, que traía un arreglo floral; pensó que se había equivocado de dirección.
— ¿Aquí vive la Señora Celia Basan?
— Sí.
— Traigo flores para ella.

Lo hizo pasar, para que situara el cesto floral.

— ¿Dónde tengo que firmar? Agregó con tono seco.
Quedó perpleja. Sus ojos se perdieron entre los amarillos: una hermosa combinación de girasoles y margaritas y en la base, unas azucenas que gritaban olorosas. “¿Quién me las habrá enviado? Mis dos hijos radican fuera del país”

La voz del muchacho la volvió.

— No tiene que firmar en ningún lado y esto es para usted.

Tomó el sobre percudido que el muchacho le extendía y al abrirlo, aspiró un sutil aroma a lavanda. En el interior, había una moneda de plata y una carta escrita a puño y letra:

Estimada Celia:

Me hubiera gustado despedirme de manera personal, sin embargo, mi salud no me lo permite. Antes de que mi entendimiento se desvíe, quiero agradecerte los momentos que le dieron sentido a mi vida. Aún conservo vivo el recuerdo de tu partida. Lo acepté con pesadumbre, pues anhelaba compartir el último trayecto de mi vida junto a ti. Pero, ante todo, debía respetar tu decisión de vivir sola.

He estado pendiente de ti, sin que te percataras. Me han dado alegría los títulos que has conseguido y el reconocimiento que la sociedad científica te ha otorgado. He asistido sin estar a la boda de tus hijos y te he acompañado en momentos de dolor. Una vez te dije que el amor se mide más por los días oscuros que por los radiantes. ¿Recuerdas la moneda que te gustó y en el último instante no la compraste? La adquirí pensando que algún día te daría una sorpresa, y ésta es la ocasión. El grabado que lleva te recordó a un ser querido, ahora espero que por ella me recuerdes. El ramo de flores que el joven acaba de entregarte, lo ordené antes de escribirte esta despedida. Aprovecho para decirte quién es.
Su nombre es Mario. Me hice cargo de él cuando doña Carmen, su madre de crianza, murió. Fue una promesa que acepté. Le obsequié lo mejor para afrontar la vida.

Mario ha visto las fotos en que estamos juntos. Hoy que estoy delicado de salud, desearía que te ocuparas de él. En caso de que tu respuesta sea negativa, no te preocupes, él ha sido aceptado en una universidad de prestigio, y tiene un seguro a su nombre que lo protege hasta un año después de su titulación. Sólo prométeme que de vez en cuando le hablarás por teléfono. Si quieres asistirlo, te aseguro que es un joven educado y sensible.
Hasta siempre mi bella amiga.

Celia no pudo evitar una respiración entrecortada y habló con dificultad.

—Vamos a la sala de estar.

Le ofreció un té a Mario y se enteró de los últimos días de su querido amigo. La carta la puso en su pecho, y el disco, en un compartimiento secreto de su monedero. Ya repuesta, mencionó.
— Soy una mujer complicada que ama la soledad; sería difícil hacerme cargo de ti, pero estaré pendiente de tus estudios. Te acompañaré a instalarte y considera tuya mi casa. ¿Dónde dejaste tu equipaje?

—Lo dejé en el pasillo.

Mientras iba por él, observó su cuerpo esbelto, con una sutil agilidad. Regresó con una maleta que parecía portafolio escolar. Poco después merendaban. En la cocina se colaba una ventisca fría, y Mario se levantó a cerrar la ventana percatándose de un desajuste. Observó y manipulando con habilidad hizo correr la hoja.
— ¿Mañana saldrá a caminar? Le preguntó, dándole a entender que podría cambiar el clima.
—No me asustan estas ventiscas.

Antes de retirarse a descansar, le dio un beso en la mejilla y dijo en voz baja “gracias”. La fragancia de su perfume la condujo por un camino de abetos que noches atrás había presentido en el sueño.

Ella marchaba por las callejuelas entre penumbras. “La ciudad es bella; se escucha el frotar de las escobas sobre las piedras de las calles, algún vehículo en la lejanía que rompe el oscuro silencio. ¡Las estrellas titilan tan cerca de uno! Tengo sesenta y tantos años y mi salud es envidiable.”

Miró al cielo buscando a su acompañante, la luna estaba oculta por las nubes. En el trayecto pensó en Mario y la envolvió el recuerdo de aquellos días, sin embargo, se dijo una vez más que la decisión de vivir sola fue acertada.

Mario la esperaba con una toalla y un vaso con jugo de frutas. Ella sonrió y fue a ducharse. El agua hervía en la tetera, en la sartén se cocían unas ricas galletas de harina con aroma a naranja. Poco después se percató de que él lucía como dispuesto a salir de paseo.

— ¿Vas a recorrer la ciudad?
—Será en otro momento. El tiempo va a cambiar, quizá haya necesidad de hacer compras, deseo acompañarla si usted lo permite.

—Magnífico, iremos de compras, ¡me revienta!, pero es necesario ir.

Cuando estaba por abrir el vehículo…

—Déjeme manejar. Soy buen chofer. —le dijo.

Lo miró a los ojos y encontró seguridad. Le dio las llaves y se sentó a su lado. Fue guiándolo por las avenidas y poco a poco sus temores se diluyeron. Cuando compraban víveres frescos recordó a sus hijos y la obligación se transformó en un paseo. El tiempo alcanzó para enseñarle la ciudad y terminaron riéndose en una cafetería de la plaza central.

Muy en la mañana, calzó tenis, tomó su monedero y salió despreciando el frío. Trotaba por la cuesta que va a la iglesia, cuando escuchó otra zancada. Instintivamente miró hacia atrás, y sólo había pedazos de niebla. Se detuvo un instante y quedó el silencio. Reinició, y entre el sonar de su respiración, atendió de nuevo el trote de otros pasos, no eran los suyos, no venían de atrás, tampoco iban delante, sino que los oía por sus pies. Miró hacia abajo y se dijo “estoy loquita”. Llegando a la cúspide, perdió el equilibrio, unos segundos después, también se iría la conciencia.

Más tarde recordaría: “Cuando avanzaba sobre la cuesta, escuché otra pisada distinta a la mía; el ritmo no era el mismo. Adyacente a la iglesia, de unas escaleras que conducen a una construcción milenaria, emergió una silueta que detuvo mi caída. Me acostó y frotó los pulsos del cuello, al mismo tiempo que rezaba. Aún percibo el olor de hierbas y la paz que siguió después de la oración”.

Evocó con claridad el ulular de la ambulancia, de cómo fue trasladada al hospital y los estudios a los que fue sometida. Sólo escuchaba lo importante, el resto era el tiempo interminable, que la hacía ensoñar, reír, llorar, compadecerse, emocionarse. Era vivir de otro modo.

Tres días después, la voz de su hija le acariciaba la mejilla y la alegría la transformó en una ola depositada en la playa.
— ¡Mamá qué lindo está el día!, hay un olor de durazno que revolotea y que tienes que sentirlos. Dime que los hueles mamá.
—Siento el aroma hija…
— ¡Mamá, has regresado! ¡Dios, qué alegría! ¡Mi hermano viene en camino, le dará tanto gusto!

En el hogar caminaba reconociendo el departamento, aún quedaba espuma en el entendimiento. Fue hacia la pieza donde había estado Mario y encontró a su hija profundamente dormida. Cierta vez lo mencionó, pero leyó en los ojos de sus hijos una interrogación. Platicaban que algún velador la encontró y dio parte a los servicios de urgencia.
Meses después, reestablecida, contestó el teléfono.
— ¿Sra. Bazán?
—Sí.
— ¿Estuvo internada en el hospital los días….?
—Sí.
—Hay un monedero que no sabemos de quién es, si es suyo, descríbalo por favor.
—Es pequeño, color negro, de piel, con cierre marrón.
— Puede venir por él…

Cuando lo tuvo, recordó que lo llevaba en el bolso del short. Una luz apremió a que hurgara en el compartimiento secreto, al golpearlo salió rodando por el piso una moneda de plata que giraba, pero al detenerse quedó de canto y rodó hacia ella, hasta guarecerse entre sus dedos.

Al día siguiente se levantó con deseos de saborear dulce de coco y encontró una pequeña porción en la alacena, puso la tetera sobre la estufa, sentada esperó a que se calentara el agua. El monedero apareció sobre la mesa y distraída sacó la moneda, la hizo virar, ésta dio vueltas por toda la superficie, detuvo su movimiento al encontrarse entre sus dedos. Lo volvió a hacer obteniendo el mismo resultado. La siguiente vez, escondió las manos, la rondana daba miles de giros. Habían pasado algunos minutos y seguía. Puso su mano en un extremo de la mesa y ésta fue atraída metiéndose entre los dedos. La llevó hasta su boca, la besó, y sonrió luminosamente.

Texto agregado el 10-01-2018, y leído por 120 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
11-01-2018 Un texto exquisite y fluido. Felicitaciones. esclavo_moderno
10-01-2018 Un texto exquisito, tan bien contado que las imágenes fluían en mi cabeza en cada paso de mis ojos por tus palabras. Exelente yeanclos
10-01-2018 Fue una buena sensación leer tu texto. Por debajo hay escondido un significado y ese es, ne parece, el valor del texto. Felicitaciones. Chiro
10-01-2018 Amigo, tu texto me parece encomiable por la trama y por la manera de contar. Con todo me dejan intrigado algunos cabos sueltos, como por ejemplo el final de Mario (supuestamente el protagonista según el Título) y el significado críptico de la moneda. Te felicito. Te leo con mucho placer. -ZEPOL
 
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