A mi padre matasteis
De nuestras tierras nos arrojasteis.
A sangre y fuego todo lo arrasasteis.

Setenta años hace ya de aquello.
Setenta años de dolor y sufrimiento.
Estaba yo en el vientre de mi madre y no alcancé a verlo.
Pero me lo han contado tantas veces que aún creo estar viéndolo.

A mi padre matasteis
De nuestras tierras nos arrojasteis.
A sangre y fuego todo lo arrasasteis.

Como un árbol cuyo tronco es hecho astillas.
Así, muerto mi padre, quedó mi familia.
Sólo tres huérfanos y una pobre viuda.
A los pocos meses, tuvimos que emprender la huida.
En Nazaret, donde vine al mundo, encontramos acogida.

A mi padre matasteis
De nuestras tierras nos arrojasteis.
A sangre y fuego todo lo arrasasteis.

Hasta el día de hoy me habéis negado el derecho más sagrado.
Sólo quiero dejar unas flores en la tumba de mi padre amado.
Sólo quiero rezarle unas oraciones y decirle que no le he olvidado.
Ya soy mayor y temo que cualquier día moriré sin haberlo logrado.
Pero mis peticiones sólo obtienen como respuesta vuestro rechazo desalmado.

A mi padre matasteis
De nuestras tierras nos arrojasteis.
A sangre y fuego todo lo arrasasteis.

Una alambrada de espino confiere a la base militar un aspecto amenazante.
Un pequeño bosque oculta al viajero todo lo que hay más adelante.
Pero sé que más allá hay un cementerio y que una de las tumbas es la de mi padre.
Algunos días mi deseo puede más que mi razón y lanzo flores por encima del alambre.
Los soldados se desconciertan, se miran unos a otros, y piensan: “menuda botarate”.

A mi padre matasteis
De nuestras tierras nos arrojasteis.
A sangre y fuego todo lo arrasasteis.

Antes de ser ejecutado, se le concede su última voluntad al prisionero.
Cuando yo muera, solicito un trato igualitario, no quiero ser yo menos.
Una tumba al lado de la de mi padre, sólo eso quiero.

(Poema basado en la historia real de la palestina Salwa Salam)