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El cielo de medio día rechina sobre nuestros rostros, el viento nos golpea con frescor y el tiempo y las circunstancias nos van enseñando a ser. Nos cansamos durante el viaje, nos sentimos ajenos a la propia vida, solitarios, acompañados, felices, desdichados, perdidos…pero en el fondo, donde habita lo más esencial de nuestro espíritu aún se mantiene la mirada fija hacia el horizonte porque curiosamente y a pesar de los desabridos momentos, vivimos con la ilusión de llegar a algún lugar, de llegar a ser alguien o de lograr algo.

Durante el viaje nos encontramos con que no todo es como quisiéramos y nos enfrentamos a una cruda realidad que por poco, casi siempre, parece perpetua y nos obliga a perdernos pero es necesario, en verdad, encontrarnos nuevamente asimismos. Llegan las tormentas en altamar, normalmente cuando no hay faros en la noche a dónde acudir y vemos como el barco en el que vamos se va deteriorando, maltratando, dañando, quedamos a la deriva y no nos queda de otra que comenzar a remendar, a sanar, a respirar para volver a empezar. Pero cada vez con un corazón más aguerrido nos enfrentamos una vez más al mar, a la vida y respiramos, anhelamos, soñamos con llegar… ¿a dónde? realmente, a ningún lugar, finalmente a ninguno, no se trata de eso… solo quedamos con la plena certeza de que el único que estuvo al frente del barco fue cada uno, para muchos con la dulce satisfacción de haber aprendido y para otros con la amarga frustración de no haber navegado mejor… Después de las cosas siempre queda el rastro, el recuerdo que por más que queramos borrar ya es inevitable para el espíritu.

Afortunadamente, luego de la tormenta llega la luz; aquí y fuera de esta analogía, la luz representa el deseo propio de vivir, las ganas inusitadas de aferrarse con pasión a cada instante, amar y sentirse amado, acompañar y sentirse acompañado… Y así es, cuando hay ese deseo noble de vivir, de navegar sin miedo, a pesar de las tormentas, siempre hay buena actitud, sensatez y una profunda vocación de marino.

Las personas de otros barcos, su compañía, las de verdad, esas personas que están con nosotros, por mucho o por poco, desde el corazón, nos quitan el miedo a seguir navegando en tanta oscuridad, nos enseñan territorios inexplorados. Y hay tanta vida allí en ese encuentro de barcos, tanta alegría, consuelo y conforte en medio de las buenas y malas circunstancias que nos sujetamos firmes a otros, nos fortalecemos y aprendemos más sobre navegación.

Sin embargo cada barco tiene ruta propia. A lo mejor uno de los anhelos que yace en el alma, sería estar siempre juntos. Y siento que… no siempre, como ya lo he dicho, las cosas son como quisiéramos, depende de nosotros y de la actitud con la que las encaramos. Es difícil mantener un corazón fuerte y aguerrido cuando quienes amamos llevan otras rutas, quizá también están batallando solos con la tormenta, porque estar solo y en silencio también es importante y de ahí hay que aprender. Pero como persistentemente he dicho “siempre hay tiempo” para volver a encontrarnos, enseñarnos, aprendernos y posiblemente quedarnos o irnos.

Texto agregado el 08-01-2018, y leído por 79 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
09-01-2018 Es de esperar que sí. que siempre haya tiempo. Un abrazo, sheisan
 
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