Mis letras no podrán alcanzarte,
he vaciado mis manos de afectos desagradables,
he guardado el hábito de mi desnudez
para vestirme de cielos ancestrales.

Pienso a menudo en él,
preservando del siniestro tiempo
la magia de su ser,
contemplando de la fecunda tierra
el constante renacer
y ocultando la fuente de elíxir a mis diablos
que en su constancia
buscan abrevar la fiebre de la sed.

Mis noches dibujan el infinito
sobre el sexo húmedo y dormido,
mi mente se desborda de conocimientos
entre los saberes de pintura impresionista y dioses egipcios.

Huérfano insomnio
que aullas a los pies de mi cama,
te conviertes en desvelo de un idilio
o en recuerdos prematuros
que devienen de aquel pasado moribundo.

He pensado mucho en él,
en nuestra filosofía de hermanos,
y mi alma incompleta adolece
entre los tristes días
que obedecen a nombres ordinarios.

Artista del hambre
responden mis sentidos
a la búsqueda de lo absoluto,
triste y amable
atormenté mi ser entre el tumulto
pariendo grandes ternuras sin rumbo.

De vez en cuando pienso en él
e inhalé mi amor propio
cuando Dios abandonó su consultorio,
cuando tuve que abrazarme ¡tan! fuerte
para volver a juntar de mis entrañas
los pedazos rotos,
descolgando crucifijos y cuchillos
sobre la casta prudencia de mis huesos barrocos
que de tanto caer se volvieron sólidos.