Dicen que sucede en un encuentro casual.
Algunas veces en vivo y en directo, otras veces por medio de una foto fugaz en redes sociales. Seguido de un gesto o un saludo de lejos, una solicitud de amistad, un me gusta, un comentario, un mensaje por inbox, una mirada desde lejos, un mensaje enviado con otra persona.
Después vienen las conversaciones, primero cortas, fugaces, divertidas. Luego se vuelven largas, llenas de risas o profundas. Largos silencios acompañados, caminatas, mensajes de texto por la noche, llamadas de fin de semana...
Y el infaltable contacto físico. A veces se presenta antes, a veces se presenta después, pero es igual de intenso, capaz de erizarte la piel, de mantenerte al vaivén de la otra persona, en un compás inconfundible.
Luego del deseo, la diversión y la pasión, llega un momento en el que ves a la otra persona y te parece lo más normal del mundo. Ya no te llama la atención que esté ahí, que vive a tu alrededor de manera natural, espontánea. Y te das cuenta que es parte de tu vida, y que ya no la deseas. Necesitas.
Y yo creo que es entonces cuando el amor comienza, en realidad.
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