Uno
El ángel quedó a sólo dos centímetros de la pared. La inmensidad parida por el infinito blanco de esa muralla la enfrentaba consigo misma, con su propia conciencia que le daba gritos de madre descontenta, con todas las carencias y sus alas plegadas de pura perversión. Pero esta vez inesperadamente convertida en amante contrariada y en nana de aquel crío suyo que la mantenía tomada de la cintura y no paraba de darle de espolonazos en la carne henchida mientras permanecía a horcajadas y con los brazos como resortes pegados a la pared, aguantando extasiada las embestidas.
Apenas había tiempo para pensar en nada. El vaivén de su cuerpo arrodillado la acercaba y la alejaba de la pared como un péndulo en apenas un tiempo. El placer era furibundo y lleno de descontrol. Hasta las lágrimas para ser exacto, las mismas que profanaban su piel dilatada y temerosa. Fue en esas circunstancias cuando el ángel que era, pudo con esfuerzo contenido, lanzar libremente y sin ningún pudor ese 'te amo' convertido en un grito contraído, reprimido y blindado que guardaba tan dentro suyo, como una sombra, como una esquela doblada y oculta entre las hojas de un diario de vida. Nunca supo si el imponente diablo que tenía atrás, entre sus piernas, al otro extremo de su cuerpo, desnudo y sudoroso; la alcanzaría a escuchar o no en el momento justo de su escapada. Sólo lo vino a saber más tarde cuando lo tuvo frente a frente; antes del orgasmo, sintiendo sus gemidos, viéndolo, apenas a instantes de su regreso a casa, cuando el sol ya despuntaba. Él era hermoso y la miraba con ojos de fuego. Él era dueño de todas las llaves. Tenía unas manos enormes que calzaban perfectamente en sus caderas. Era un bicho horrendo y despiadado de esos para guardar debajo de la almohada o en el fondo de un cajón de cualquier cajonera, oculto entre calzones y sostenes perfumados.
Durante todo el tiempo que permaneció entre sus brazos sintió el olorcito tibio de su alma. Así de este modo, el ángel disfrazado de mujer, se durmió en el cóncavo de ese pecho de varón; confiada; quieta; entregada a su suerte. En la médula de la noche sintió un respiro como una bocanada atroz de alivio y de amparo. Él era su amor entero pero sólo hasta el amanecer.
Dos
Al salir más tarde el ángel del motel y enfilar por el camino de retorno -cabeza agacha para no ser vista por los escolares que esperaban locomoción- se hizo de nuevo de sus alas; volvió a colgar otra vez el rosario en su cuello; y sin mirar siquiera, volvió a encajarse la sortija de oro tallado que le había regalado su Dios, su único esposo, el gran dueño y señor del cielo y la tierra juntos, el que pagaba sus cuentas. Seguidamente se remarcó la línea de los ojos con un lápiz tan negro como su amor y volvió a pintar otra vez sus labios.
Antes de que el sol saliera del cuadro le pidió a un arcángel taxista, patilludo y medio gordo que la llevara cuanto antes a su cielo empolvado y medio muerto. A la altura del 1900.
La imagen de su marido colgando del espejo retrovisor en una estampita con flecos, gatillaron todo su remordimiento de ángel infiel, sin embargo ese gustito a diablo que llevaba entre sus labios, no demoraría un ápice en aplacarlo.
Del parlante trasero escapo la tonadita que sonó hasta las puertas del cielo:
"A estas horas de la locura que no me vengan con paraísos, que no me vengan con paraísos, que no me vengan con paraísos..." |