La puerta de su casa se abrió estrepitosamente por la enérgica patada que le propinó. Parecía que estaba al acecho, a la espera, agazapado esperando a su presa ya qué fueron pocos los segundos que se sucedieron desde que ella golpeó su puerta y él entro en acción. La puerta impactó de lleno en ella y esta cayó inerte sobre la vereda. Nosotros, observando la escena desde la calle, quedamos paralizados, sin un atisbo de reacción, petrificados y en silencio. El rostro de él, desdibujado y con una mueca desencajada. Sus ojos bien abiertos observándonos amenazantes. El avanza con un cuchillo, el cual deja ver la hoja metálica brillante y su filo bien trabajado. Lo empuña en su mano con tanta fuerza que su brazo realiza movimientos toscos y anti armónicos. Rápidamente se coloca frente a ella, quien inofensiva e inmóvil quedo a su merced. De mi boca y venciendo el ahogo del horror y como explotando desde mi garganta le grite- ¡No!- En ese mismo instante, sin dudar un segundo, sin lograr que mi grito logre que desista y sin bajar su vista, la atravesó.
Era el fin. Todos escuchamos atónitos cómo se iba quedando sin aire, y veíamos como el puñal entraba y salía, una y otra vez. Ya nada podíamos hacer.
Le extrajo el cuchillo por última vez, ya saciado, la levantó y la arrojo hacia la calle, miró a cada uno de nosotros que aún nos manteníamos estupefactos, y nos dijo:- ¡Ahí tienen su pelota pendejos de mierda! ¡A la hora de la siesta no me jodan más!-
Desde ese día mis amigos y yo dormimos la siesta de 13 a 17 y al fútbol lo jugamos en el campito de la esquina. Hasta el día de hoy, nunca nos vengamos por la muerte de nuestra Tango número 5, pero sabemos que algún día se hará justicia.