Una noche fría. Pasa de la medianoche y RBG aún trabaja en el comedor; la escucho moverse de un lado a otro llevando, trayendo y ordenando sus cosas. Es incansable. Creo que la mejor forma de describirla es: mujer de ojos grandes, como las mujeres del libro de Ángeles Mastretta. Mientras ella trabaja, bolígrafo en mano, yo escribo estas líneas en mi libreta de notas, frente al ordenador apagado y entre una maraña de libros desordenados por toda la estancia. Me acompañan el búho, el rinoceronte y el perro, quienes permanecen en silencio, pero me miran insistentemente como si quisieran decirme algo, no sé si bueno o malo. Los tres son mis amigos.
El búho está lleno de sabiduría y sus grandes ojos expresivos la traslucen constantemente y parecen decirme: “Escúchame, pon atención a mis consejos. Soy un viejo animal experimentado, que puede brindarte una gran ayuda para que te equivoques menos y decidas mejor”. Pero no siempre quiero escuchar sus sabios consejos, prefiero hacer mi santa voluntad, aunque luego me dé infinidad de topes por no haberle hecho caso.
El rinoceronte es fuerte, muy fuerte, posee una energía y fuerza interior insospechable y con ella pretende enseñarme a ser como él: fuerte, decidido, lleno de voluntad, de tesón. La mayoría de las veces, tampoco le hago mucho caso a sus enseñanzas; si lo hiciera, con seguridad sería más dueño de mí mismo y no tendría tanta dificultad al enfrentar los retos que debo resolver. Tengo la fortuna de que este rinoceronte lleno de fuerza interior, sea mi amigo.
Finalmente el perro, amigo fiel como ninguno (exceptuando al búho y al rino que también lo son). La fidelidad de este cánido me sorprende, porque nunca me abandona “ni en las buenas ni en las malas”, como reza la tan sobada frase. Su constante e incondicional compañía, me dan la dimensión real de lo que es la amistad y lo que representa tener amigos que te valoren, que te quieran, que te animen a enfrentar la vida con confianza, con humildad, pero más que nada, con alegría.
Si yo fuera como el arrojado D¨artagnan, de Dumas, seríamos cuatro, y “todos para uno y uno para todos”. Resulta muy gratificante su compañía y tener amigos de su talla.
En este momento y a estas horas de la noche, escucho en la radio del comedor la voz de Paul Anka que canta “Diana”; mi corazón brinca igual de melódico que la canción, porque ahí abajo está la mujer que amo, la mujer de mi vida, tarareándola.
Miro al búho, al rino y al perro, al escribir lo anterior; se hacen los desentendidos, los discretos, como si no conociera lo entrometidos que son cuando de mujeres se trata.
Como fondo de pantalla del móvil y el ordenador, poseo una foto de RBG, donde luce el cabello un tanto largo y rizado, viste un conjunto de falda y blusa de mangas largas, color morado, que siempre me gustó que se pusiera. Se encuentra asistiendo a una ceremonia religiosa y sostiene entre sus manos, al parecer, una vela empaquetada o algo así y mira hacia abajo en actitud de recogimiento. Quizá puedo parecer irreverente o blasfemo, pero su imagen en esa actitud lejana, de reflexión interior, me llena el corazón y el cuerpo de un cosquilleo extraño, de una excitación creciente que me la recuerda como era en ese momento: joven, bonita, delgada, muy deseable. Mis amigos el búho, el rino y el perro, me miran con cierto reproche, están en desacuerdo conmigo, tal vez por haber hecho esta pequeña confesión. Pero no dudo en repetirlo: la fotografía me excita como lo hacía esa mujer entonces y como aún lo hace ahora. RBG, “you are my destiny”.
Les deseo a todos una Feliz Navidad y que Dios los colme de bendiciones, salud y amor.
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