Desconozco como Hirochi y sus amigos chinos lograron juntar los diez mil dolares que suelo cobrar por este tipo de trabajo; no consigo entenderlo a cabalidad pues tengo la certeza que aquellos esforzados obreros solo ganan un dolar por cada veinte pares de zapatillas que consiguen manufacturar; y como es practicamente una labor artesanal sé que les toma mas de cuatro días completar la esclavizante cuota. A todo eso hay que sumarle las duras condiciones en donde deben realizar dicha labor, pequeños talleres acondicionados como fabricas que carecen completamente de las más mínimas comodidades, sitios baldíos desprovistos de camarines o baños adecuados que satisfagan las necesidades básicas de un ser humano; finalmente hay que agregar que familias completas están sometidas a dos esclavizantes turnos de doce horas continuas. La mayoría duerme allí mismo, en mohosos colchones infectados de cucarachas, pulgas y garrapatas. Imagino que deben estar desesperados por "deshacerse" del dueño de la fabrica. Y es allí donde yo entro.
No me corresponde juzgar o discernir sobre el "blanco" a eliminar, generalmente nunca tomo trabajos que afecte directa o indirectamente de alguna manera a niños o mujeres, lo hago por una escala valórica y principios morales que cada asesino a sueldo debe tener, pero esta vez haré una excepción. Para ser franco disfrutaré de este trabajo.
Una lluvia de cenizas me indica que ha llegado y que lentamente comienza su descenso por la chimenea. Oculto atrás del sofá en la sala principal preparo mi rifle de alta precisión, sigiloso no quiero despertar a quienes viven en esta casa.
Clip-clap... La bala se desliza suavemente en la recamara de mi arma, al mismo tiempo sus botas negras exploran el vacío buscando el mejor lugar para dejarse caer.
Lentamente se asoma la inconfundible figura de aquel anciano de ojos claros y rosados pómulos, adorna el rostro con una frondosa barba blanca que cae coqueta hasta un grueso cinturón de cuero que ajusta su prominente y abultado estómago; viste pulcra y completamente de rojo.
Mira para ambos lados cerciorándose que no haya nadie alrededor; con una mueca de cansancio camina en dirección de las galletas y el vaso de leche que descansan sobre la pequeña mesita de madera. Confiado que no hay obstáculos o peligros deja un saco repleto de regalos junto a la chimenea.
¡Puff! ... El primer y silencioso impacto entra por la parte trasera del cuello, instintivamente se lleva ambas manos a su garganta, la entrada del proyectil hace que tuerza la cabeza hacia el costado derecho; logra sacarme una sonrisa al recordar aquel trabajo que realicé con Kennedy
¡Puff! ... El segundo disparo ingresa directamente por la caja toráxica; desesperado, herido y desorientado indaga en la oscuridad el origen de las silentes descargas.
¡Puff! ... El tercer y fatal impacto alcanza la parte frontal de su rostro; le toma algunos segundos caer pesadamente.
En absoluto silencio enciendo un cigarrillo extrayendo el silenciador de mi humeante rifle de precisión, fumo observando el inerte cuerpo de aquel viejo panzón que yace sin vida sobre un charco de sangre.
Pasado algunos minutos lo cargo sobre mis hombros y ambos salimos por donde él entrara. En el techo me encuentro de frente con un carruaje de varios renos que me miran interrogantes. En este instante pienso que me vendría bien para este fin de año una buena barbacoa de carne fresca; he escuchado que saben a pollo.
¡Puff! ...
¡Puff! ...
¡Puff! ...