Todo comenzó una noche de agosto.
Primero fue un sueño, un terrorífico sueño. En él, yo me veía recostado en mi cama. De pie, junto a mí, veía a un niño al que le faltaba la mitad de su cráneo. Sobre la gran herida podían distinguirse colgajos de carne, sangre coagulada y parte de su grisáceo cerebro agitándose expuesto a flor de piel. Me miraba con ojos profundamente negros, desafiantes, llenos de ira. Con voz gutural me dijo: ‘te mataré lentamente’.
Desperté sobresaltado, mi boca y garganta resecas. Fue un sueño tan palpable que me paralizó. Requerí de un tiempo indeterminado para convencerme de que solamente era eso; un mal sueño. Me levanté para beber un sorbo de agua y refrescarme.
Al correr de los días, había olvidado el episodio, pero un evento importante me lo recordó. Era de noche, yo salía de la ducha y observé consternado que la puerta oscilaba, como si alguien hubiera transitado recién entre el cuarto de baño y el pasillo. Raro, pues si bien vivo solo, soy cuidadoso en cerrarla. Busqué intrigado cualquier ráfaga o brisa que pudiera producirse en el sector, pero nada. En los años de residir en mi departamento jamás había vivido algo así —reflexioné— y de pronto, estaba allí, lo vi, o más bien lo percibí; era la silueta del niño. Su medio cráneo, los colgajos, la sangre, el cerebro… mi estómago se revolvió, tuve ganas de vomitar.
A la mañana siguiente, un poco avergonzado de sentirme tan alterado ante lo que creía era un fantasma, comenté sobre el suceso a una colega. Ella me recomendó orar.
En las semanas posteriores las visitas se sucedieron e incluso se hicieron más frecuentes, aterrándome cada vez más. Ante la poca efectividad de mis oraciones conseguí una médium. Ella llegó con sus velas, su incienso y todo su misterio.
—El espíritu acepta ser contactado— Me dijo y luego agregó —puedes hacerle solo tres preguntas—
Pregunté por su nombre, la causa de su muerte y del porqué estaba allí.
—Se llama Diego— Me dijo. —Murió en un atropello— y, mirándome con solemnidad, respondió aquello que más me inquietaba —está aquí para matarte— ¿¿Pero, por qué??, agregué. —Lo siento, ya usaste tus tres preguntas— dijo lacónica y sin más que agregar, cobró su visita y se marchó.
¡Al diablo con la médium, con su incienso y el fantasma! — pensé ofuscado.
Desde esa noche, el departamento comenzó a caer sobre mí, aprisionando mi cuerpo, mis pensamientos y espíritu. Nada más regresar del trabajo y se daba inicio a un calvario. No podía comer, descansar, ni menos dormir. No lograba hallar sosiego.
Las repentinas apariciones de Diego, la caída violenta de las cosas y el olor a podredumbre que se había instalado en cada rincón me sofocaba. Por añadidura las luces parpadeaban y se apagaban y la tv se encendía sola sintonizando la nada. Mi fantasma personal se estaba encargando de llevarme al sutil límite que separa la razón de la locura.
La falta de descanso repercutió en mi estado anímico, propiciando un permiso médico. Esto me obligó a permanecer aún más tiempo en lo que paulatinamente se había convertido en mi propio infierno. ¿Podía ser peor?. Sí. Lo de anoche superó todo
Pasaban las 3 de la madrugada y una ola de gemidos y aullidos se iniciaron. Luego vino lo más sorprendente; desde el cielo raso y a todo lo ancho de las paredes comenzó a escurrir sangre, ¡Sangre! La toqué, no era imaginación, ¡Quedó impregnada en mis manos!
Aún no había amanecido cuando yo ya tenía todas mis pertenencias acopiadas en bolsas, cajas y maletas. Decidí mudarme de departamento, de edificio, de ciudad. El también.
M.D |