Estaba sola. Por mientras, escuchaba los golpes de las puerta de las casas pareadas, a los niños jugar afuera, a la televisión, pero no la veía en realidad. Estaba nerviosa, muy nerviosa y sentía que cada segundo que pasaba era una agonía más. Hace algunos minutos habían comenzado los dolores en su barriga, pero ella los fingía no sentir. Solo quería esperar y que todo terminara de una maldita vez por todas.
Sus hermanas no estaban. No había nadie más que ella en toda la casa. Se levantó muy temprano y luego de preparar el té que tenía guardado, lo bebió sin consulta previa, sin demora, con la esperanza de que su amargo sabor se convirtiera luego en un extraño recuerdo que iba a olvidar, o que por lo menos iba tratar de hacerlo.
"Dónde están..., Camila, Bea..." Y mientras se apretaba con fuerza sólo podía pensar en ellas, en su soledad, en las amigas que no estaban, cuando más las necesitaba, en ese vil momento, en que estaba sola, muy sola y lo sentía ondo en su alma.
Luego, recordó a ese amor furtivo: los besos, la cena, las caricias, lo prohibido..., qué lejos quedaba todo, qué lejos estaba él de ella ahora. Y él, jamás lo sabría.
De pronto sintió que algo cedía dentro de ella. Tubo nauseas y fue al baño, pero, sin embargo, no deseaba vomitar. Sintió un dolor inmenso que le atravesó no sólo el cuerpo sino también el alma. Sintió toda la soledad del mundo, su desprecio, su cobardía, su inocencia y las fuerzas le flaquearon. Cayó al piso sentada y las lagrimas teñían su cara de negro por el maquillaje de los ojos. Miraba al techo buscando a Dios "¡¡Donde carajo está Dios ahora!!"y se avergonzaba porque pensó que Dios ya no iba a perdonarla nunca más, pero la desición ya estaba tomada. Pensó en su madre y si la estaba juzgando, pero internamente deseaba que ella la estubiera ayudando...
Entonces vió lo que esperaba. Entre sus piernas surgió un hilo de sangre que comenzaba a correr y a convertirse en un caudal. Subió a la taza del baño y se quedó allí, recogida, humillada, solitaria, adolorida, esperando que todo terminara de una vez, mientras botaba las triztezas, los miedos, las lágrimas que aún quedaban y el resto de lo que pudo en un furturo llamarse su hijo... |