Me vi tejiendo la mortaja.
Hilvanaba, fibras doradas,
Escarlatas, lagrimosas;
Y me uní al fardo del funeral.
Tu voz sabía a tierra,
Caía sobre mí, llovía asesinando,
Entrecortada, distante y vil,
Tuve que aceptarlo:
No quería huir.
Las últimas veces duelen,
El último brazo del ocaso,
La última nube de la niebla,
La última vez que los muertos tiemblan.
En el espectro durmió lo nuestro,
Una posibilidad que solo yo palpaba,
Un sueño que las rosas enredaban.
Murió, el lustro de tu pluma,
Tus ojos dejarán de caer sobre el papel,
Y la noche imperiosa,
Enterrará tu presencia de mi pincel.
Duerme, amor mío.
Duerme en mi recuerdo más perdido.
Duerme, y no me busques a la una,
Duerme, que los caprichos de la vida
Son tristes fantasías de mis caminatas diurnas. |