La urbanización es nueva y una furgoneta de servicios más no llama la atención. Desde hace tres días está aparcada frente al chalet del alcalde; dentro un hombre y una mujer, vestidos de negro de pies a cabeza, vigilan la casa.

–¿Tienes la navaja preparada?, ¿y el jabón? El alcalde no tardará en salir –dijo la mujer.
–Por fin. Te prometo, Lara, que no soporto esta jaula ni un minuto más. —dijo el barbero.
–Ahora no te vayas a poner nervioso. Te necesito con pulso firme —dijo Lara y pensó en lo agradable que sería abofetear al barbero para tranquilizarlo.
–No estoy nervioso. Lo que pasa es que estos tres días me han dado mucho tiempo para pensar y… —dijo el barbero.
–Tú no tienes que pensar. Ya piensa el comité por nosotros. Limítate a hacer tu parte —dijo Lara—. En unos minutos el alcalde estará sentado en este sillón y tú harás tu trabajo.
–Pero, ¿por qué no lo matamos? Me parece que vamos a desaprovechar una ocasión maravillosa. Muerto el perro… —dijo el barbero.
–Ni perros ni gaitas —dijo Lara—. Tenemos ordenes de rasurar el bigote al alcalde y eso es lo único que haremos.
–Pero este despliegue me parece un derroche excesivo para una chiquillada como es cortar el bigote al alcalde —dijo el barbero—. Esto no es más que una travesura. Sería mejor matarlo y punto.
–No entiendes nada, ¿verdad? —dijo ella moviendo la cabeza y adoptando un tono didáctico—. Si lo matamos, otro sinvergüenza ocuparía su sillón y no conseguiríamos absolutamente nada, pero si lo despojamos de su bigote conseguimos un golpe irreversible al sistema. Él seguirá siendo el alcalde, sí; pero, al fin y al cabo, ¿qué es un alcalde sin bigote? Nada. No es nada. ¿comprendes ahora? El bigote es un símbolo.
–Me sigue pareciendo una chiquillada —dijo el barbero con los brazos cruzados—. Sería mucho mejor degollarlo.
–Con un asesinato no conseguiríamos ni medio minuto en los medios —dijo Lara—. En la televisión se dedica más tiempo a una calabaza gigante que a un atentado con veinte muertos. El comité apostó por la creatividad; y con mucho acierto me parece a mí.
–Unos pelillos más, unos pelillos menos. Eso no cambia nada —dijo el barbero.
–De acuerdo; este es sólo un bigote, pero después caerán muchos más, ¿comprendes? —dijo Lara con un brillo inteligente en sus ojos—. No dejaremos ningún bigote sano en todo el planeta.
–¿Y los bigotes buenos? —dijo el barbero—. Yo tengo muchos clientes con bigote que son unas bellas personas. ¿Amputaremos también esos?, ¿o tu comité nos dará un listado de los bigotes dignos de indulto?
–Ningún bigote es inocente —dijo ella y guardò un pequeño silencio, orgullosa de su frase—. Puede haber gente buena, pero el bigote no ayuda a hacer mejores personas. ¿Conoces, acaso, alguna mujer con bigote?
–Española no, pero al oeste de Badajoz a cientos —dijo el barbero sonriente—. Ya veo por donde vas, feminista.
–¡Qué cruz! Deberíamos haber optado por la fotodepilación —dijo Lara—. No entiendes nada. Los bigotes, en realidad, no existen; son sólo ficciones sociales. Los bigotes son la gorra del general, son el bastón de mando, son la estrella del sheriff. Y nosotros liberaremos al mundo de su yugo.
–Entiendo… Lara, entonces, ¿le arreglo también las patillas? —dijo el barbero.
–Imagina un mundo sin bigotes —dijo ella mirando hacia arriba—. ¿No te parece un lugar maravilloso?
–¿Tú crees que el alcalde pagará el rescate por su bigote? Un millón y medio de euros es mucho dinero —dijo el barbero.
–Calla y afila la navaja —dijo Lara—. Ya sale.

Se pusieron los pasamontañas.