"Señoras y señores, venimos a contar
Aquello que la historia no quiere recordar.
Pasó en el norte grande, fue Iquique la ciudad
Mil novecientos siete marcó fatalidad.
Allí al pampino pobre, mataron por matar
¡Allí al pampino pobre mataron por matar!

Cantata Santa Maria
Quilapayun


En general todas las personas que conozco tratan que las fiestas de fin de año contengan algún tipo de valor espiritual, quizás desean encontrar en este sin sentido que es la vida un motivo válido donde aferrarse para no perder la capacidad de entendimiento en un océano de caos existencial. Pero debo admitir que lo último que uno logra hallar en aquella masa anestesiada de salvaje consumo sin sensibilidad, es algo que lo relacione en forma directa con algún tipo de fuerza emocioal o algún tipo de dios.

En el año mil novecientos siete en Chile se efectúa una de las matanzas más salvajes y recordadas en latino america; un puñado de trabajadores de las mas variadas nacionalidades junto a sus familias son masacrados en la escuela Santa Maria de la ciudad de Iquique. Aquellos hombres y mujeres luchaban por un trato laboral mucho más justo que ayudara a mejorar sus vidas; lamentablemente los sueños esperanzas e ideales se vieron quebrantados por la locura del general Roberto Silva Renard quien sin remordimientos ordena a sus soldados disparar sobre la indefensa multitud.
En la actualidad un triste y lúgubre monolito ubicado en una de las esquinas de la escuelita Santa Maria recuerda aquel fatídico suceso; es un oscuro trozo de piedra donde tres silentes siluetas esculpidas a mano rememoran los trabajadores del salitre. Puedo apreciar la escultura a medida que me acerco a ella caminando rumbo al mercado central.

La fetidez que hay en el ambiente es insoportable, un grupo de ancianos alcohólicos y drogadictos sin hogar han hecho de este sitio su lugar donde vivir. Ellos beben sentados en la vereda compartiendo una grasienta botella de vino tinto y sus borrachas carcajadas se pueden escuchar a varios metros de distancia. Pienso que bajo el narcótico y embriagador efecto del negro brebaje buscan recuperar aquella luz que yacía en sus miradas y que seguramente perdieron hace años.
Una pareja duerme abrazada en un mohoso colchón que descansa apoyado a los pies del monumento de los caídos de la matanza de mil novecientos siete; junto a ellos un riachuelo de maloliente orina nace desde su improvisado lecho.
Me detengo para ver como las personas pasan por su lado sin verlos. La mayoría camina llevando entre sus manos bolsas llenas de regalos que contienen falsas y vacías promesas de felicidad.
Podría asegurar que los indigentes estuviesen bajo un hechizo de invisibilidad, conté más de tres docenas de individuos y nadie los vio. Seriamente llegué a dudar de la veracidad de aquella terrible visión de personas viviendo en situación de calle; dibujando una mueca parecida a una sonrisa en mi rostro elijo creer que son los fantasmas de la masacre celebrando su victoria sobre el olvido.

Viene a mi memoria el recuerdo del sacerdote dándonos cátedra en la misa de noche buena acerca de ver a Jesús el Cristo en los más desposeídos. Creo que finalmente esta navidad observo al hijo de Dios bebiendo vino económico buscando aquella luz que perdiera durante los duros años de carencia olvido y omisión, nosotros con absolutamente todo nuestro desenfrenado consumo acabamos robandola desde nuestras propias almas humanas.