En todo el rosario de renuncias que es la vida, no se me escapa- al menos en la mía- la existencia de otra fuerza paralela de chapuzas.
Me han acompañado como un apellido a lo largo de toda mi existencia. Cuando no ha sido uno el propio autor, se han encargado los otros de hacerlas una constante. Hasta el punto de echarlas de menos. Ya digo. Cuando finalmente he dado con la excelencia por otra de esa cadena de casualidades que también es la vida, las he echado en falta- las chapuzas. Ya no concibo que algo salga enteramente bien, constituyendo la improvisación una guinda de pastel que considero necesaria.
Y ello viene al cuento de la historia de que quiero hacerles partícipes.

- Después de darle vueltas al conspicuo asunto de la teoría del conocimiento, he llegado a la conclusión de que lo más provechoso es asumir como propio todo lo que entiendo y catalogar como chifladura lo que me viene inaccesible a mi conocimiento. Me sumo a la masa. No tengo edad para otra cosa. Me rindo.
Tal declaración la hizo Feliciano Feldespato en el corrillo de su barrio una buena noche de setiembre. Mientras, la radio, desgranaba las noticias sobre secesionismos y otras aspiraciones populares varias. Y en parte, el contenido de aquella decisión se debía a acontecimientos como los que daba la radio. A Feldespato le había secado la cabeza el tiempo. Se paraba. Hacía un parón definitivo. Renunciaba a lo ajeno. En adelante sus opiniones pasarían- como las del grueso del pelotón- a ser mayormente tópicos. Sólo que Feldespato era- a diferencia del populacho- consciente de ello.