Me llamaron de una agencia de cooperación internacional para invitarme cordialmente a presentarme en la gerencia en un plazo muy breve; fui informado que planeaban contratarme como consultor responsable de un proyecto de promoción de paz ciudadana y que dada la presencia y requerimiento de un alto ejecutivo para Latino América en la capital, debían proceder de modo inmediato. Acepté la invitación y en virtud a la merma de mis capitales en las últimas aventuras, acepté pensando en que con ese tema en particular, para mí la cosa estaba clara como el agua.
Trabajar con eficacia y eficiencia en construir la paz ciudadana, supone serios retos para cualquier prestigiosa organización de apoyo internacional, en particular para la interesada en contratarme, pues aparenta ser un área de trabajo ajena a las actividades técnicas en las que se enfoca tradicionalmente. Los ejecutivos de hecho, manifestaron de entrada sus dudas sobre la conveniencia de invertir semejante suma procedente de donaciones europeas, en promover la paz mundial, nada menos que en un país líder en el ranking mundial de consumo de alcohol per cápita, linchamientos, golpes de estado, femicidios y constante convulsión armada.
Ordenes son ordenes y a dinero donado no se le discute el destino. El hecho es que acudí puntual a la cita para una reunión con el gerente y su equipo técnico, además de Mario, un afable ejecutivo europeo de avanzada edad y actitud abierta al mundo y heme ahí presentado como el consultor a contratarse directamente por la Dirección, para la gestión del proyecto “Edificando Juntos Una Paz Ciudadana”
Afortunadamente, conocía a todos los técnicos y al gerente regional por trabajos ejecutados previamente; lo que pudo ser una reunión permeada por escepticismo y reservas, se tornó en risueño encuentro entre personas que se veían de pronto con la orden de gestionar un proyecto ajeno a sus teodolitos laser, sus calibradoras de ultra sonido, robustos procesadores de datos, escaneos geodésicos, datos satelitales, etc.
Les gané la delantera e hice sutiles bromas sobre lo que ocurriría en la sociedad andina si se lograse que sepa lo que es paz y se la construya en conjunto, parodiando un minero por cuenta propia, una trabajadora a destajo, un policía sin apoyo o un emprendedor con traumas por asaltos armados, hice evidente que la sociedad tal vez no sabría cómo reaccionar si los humanos que la componemos de un día a otro, aprendiésemos a actuar, poniendo el bien común antes que el egoísmo simplista como motor de acción personal.
En dos y media horas con café y algunas delicadezas que pidió la administradora, les motivé a poner atención en el simple hecho de reconocer que en una caída como la que socialmente se vive, no hacer algo para encontrar un freno y ascender, es aparte de suicida y humillante, de cobardes y cómplices.
Hablar de paz desde el mezzanine de un lujoso edificio con guardias privados, scanners, helipuerto e internet satelital privada, es tan fácil como hablar de futbolistas e igualmente de insulso. Ser honesto, significa saber que solo puede hablarse de meras acciones de pacificación de masas, si no se trabaja paralelamente en la construcción de un Estado nuevo, un Estado que reconozca la propiedad privada sin considerarla su deidad, en el que sea la libertad bien entendida, el fin último, sea ajeno a la corrupción y proteja antes que maneje a sus habitantes.
Un análisis de las iniciativas de promoción de paz del mundo podía hacer manifiesto el hecho de haber sido, muchas de ellas, cómplices de los perros entrenados para mantener los miles de millones de “usuarios” bajo control. A menos que seas un constructor activo de una sociedad que renuncie a la depredación y al abuso de las personas que se ven fuertes ante los que se creen débiles, trabajar por la paz del mundo es justificar presupuestos de ayuda internacional indeseable: Ningún pueblo debiese necesitar que le envíen ayuda para seguir siendo explotado y perjudicado sin defenderse y en su caso, hacer uso de la fuerza social organizada.
No debiese ser la idea crear áreas curriculares u otra “universidad de la paz y la cultura ciudadana” o algo así de miope, mucho menos se debe pretender desarrollar la moda de ser imitadores o aprendices de mahatmas en medio del consumismo obsesivo imperante. Si se destinan fondos importantes para un programa determinado, debiese razonarse de idéntico modo, al planificarlo, gestionarlo y evaluarlo, como se opera con programas de ayuda específicamente técnica.
La idea sería desarrollar inicialmente actividades de educación no formal con niños y jóvenes, de naturaleza socio integrativa, en la que primero se aprendan vivencialmente los fundamentos del pacifismo humanista, se desarrollen destrezas interpersonales congruentes y se construyan acciones de divulgación de acciones personales y comunitarias de promoción de la paz.
Paralelamente debiese promoverse la inclusión de iniciativas populares a una estructura de financiamiento funcional de acciones de paz bien entendida.
Planificar los pasos futuros con los integrantes de las comunidades a apoyar resulta fundamental, debiéndose conformar estructuras de toma de decisiones congruentes; de todas maneras, administrando racionalmente se puede llegar a diversos ámbitos y cooperaciones inter agencias.
Ya casi al terminar, llamaron a Mario a su celular y al ver el origen de la llamada, se levantó y respondió su contacto, salió un buen rato y al volver observé que su rostro mostraba algo de tensión. Se compuso y restituyó al proceso que de hecho cerraba.
Al concluir, nos despedimos afablemente y quedamos en coordinar, una vez superados los requisitos procedimentales. Decidí ese fin de semana cerrar todos los pendientes, dada la inminencia del nuevo programa que podría ser agotador y absorbente.
Esa noche, por correo electrónico, Mario se comunicó conmigo y me informó que la llamada que había recibido esa tarde en la exposición mía procedía del gerente nacional de la agencia y que había algunas objeciones de una viceministra a la presencia de mi persona en un proyecto de esa naturaleza, dada la “evidente naturaleza subversiva de mis posiciones” ajenas a los procesos de interés gubernamental.
Aunque le hubiese agradado mucho que se hicieran realidad las ideas de la tarde, por semejantes razones, etc. Nos despedimos con afecto, ambos pensábamos que fueron casi tres horas de dialogo enriquecedor.
El asunto es que alguien tuvo que hacer algo en la gerencia nacional, semejante monto no podía dejar de pasar por las arcas de la agencia de ayuda internacional regional, en momentos en que debía reemplazarse dos jeeps del año pasado y tres centrales telefónicas del anteaño, me contaron posteriormente que el programa se ejecutó.
Trajeron a una robusta caribeña experta en danza yoruba y teatro callejero, que a su momento trajo a sus amigos, un pintor ecuatoriano, una titiritera panameña y dos o tres fotógrafos españoles, se contrataron los mejores hoteles de cinco estrellas en los encuentros de “paz” y se repartieron cientos de poleras y sombreritos, lo más bonito fueron los concursos interprovinciales de “Mi Minion de Paz”
Por mi parte, en medio de mis ejercicios espirituales, pude darme cuenta que construir una paz ciudadana podría empezar, abandonando las ciudades, otorgándole el réquiem a la noción perversa de Estado que se soporta, compone y defiende.
Y claro, eso me hace menos atractivo para los gobernantes y sus “usuarios” pero precisamente de eso se trata.
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