El corazón agonizaba,
algo había muerto repentinamente
y la mente yació por varios meses apagada,
desconectada del presente.

En las noches vomitaba,
la náusea se apoderaba de su vientre
y en sus ropas pendían mariposas inertes,
desprovistas del calor de la vida y de la buena suerte.

Había adelgazado de manera exagerada,
pequeñas raciones comía a diario
y otros días dejó la comida de lado,
se asqueoó de mariposas
y sucumbió ante una depresión en sus precoces años.

Retomó el dibujo y las letras,
cambió la ansiedad por el sueño,
recayó en viejos vicios
y se acostumbró a la oscuridad de su mente
porque la chispa de la creatividad fue ascendente.

Olvidó los días pasados,
se deshizo de la jaula
y echó a correr en plena madrugada,
contempló las constelaciones
y recordó el pensamiento de los Griegos,
descubrió el vasto poder de su mente
cuando sus dependencias emocionales
las vivenció como autodestrucciones
y en la libertad de sus elecciones
manifestó la claridad espiritual
de su alma noble.