Por más que lo iban a botar a Palmira terminaba por regresar a Jamundí, era de esos perros tan fieles que así le pegaran terminaba dando la mano a su amo, tenía un no sé qué, una fidelidad perpetua, no sabemos si era agradecimiento por que le dieron una casita de madera para que viviera y todos los días le daban carne y concentrado para perros. Se podría imaginar que eso no tiene nada de extraño, pues a todos se les da el mismo tratamiento, en fin, lo único cierto es que por más que lo abandonaban terminaba por regresar.
Más de unas treinta veces lo abandonaron y todas esas veces regresó, el amo se enfurecía, hasta estaba pensando como matarlo, pues no quería verlo más en su casa. Un día salió muy temprano, lo iba a llevar a la perrera y se lo quitaría de una buena vez, de allá no lo dejarían escapar y lo alimentarían.
Así lo hizo al día siguiente, nada le importó la tristeza del animal, ya estaba decidido, Azabache iría para la perrera. Al día siguiente vinieron por él, lo subieron a un carro, le pusieron bozal y se lo llevaron. El amo salió tan pronto como se fueron los de la perrera, solo pasaron tres noches y Azabache se escapó aprovechando un descuido de quien lo cuidaba y corrió, corrió y corrió, corrió tan rápido que devoró las distancias en menos de lo que uno se pudiera imaginar.
La perrera quedaba en Yumbo, Azabache se tuvo que esconder, pues la policía ambiental casi le echa mano de nuevo, tan pronto como pudo reanudó la marcha, pero no llegó a la casa de su amo, sino al cementerio, sin más ni más entró por la puerta principal, fue de pabellón en pabellón, saltó por infinidad de tumbas, hasta que llegó y empezó a ladrar muy fuerte, luego lloró, lloró y lloró y lloró. Fue tanta la tristeza que le dio a Azabache que murió encima de la tumba de su amo, los directivos del cementerio llamaron a los familiares del muerto y estos decidieron cremarlo y sus cenizas las echaron en la tumba del amo, nada los pudo separar.
AUTOR: PEDRO MORENO MORA
@
|