Dedicado a Tamara, con cariño.
Tendido en un jardín abandonado y sobre la verde y mullida hierba, una hermosa margarita de frágiles contornos golpeó sin querer el sentido de mi vista, y con aromática voz me dijo: ¿eres tú al igual que yo? Rodé entonces sobre mí y me estuve un rato mirando el cielo, de un azul profundo como el amor en los ojos de una madre; y, cuando después el pájaro que volaba pasó rasante junto a mí llevando una brizna de paja en su pico, y la abeja dio otro giro más alrededor de aquella flor, colgada del Flamboyant: ¿eres tú al igual que yo?, la pregunta, iluminó mi rostro, diluida en el aire fresco de esa mañana: ¿eres tú al igual que yo?, no era una pregunta, sino un destello, un flujo interno de una melodía incesante, la amable sonrisa de una afirmación que no permitía dudas, y me expresaba, ¡oh, sí, festivamente me expresaba!, como a un todo, como a todo, incondicionalmente, existiendo.
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