En mi adolescencia, tuve un amigo que me daba chubis (unos caramelos de chocolate), cada vez que me ponía triste. Eso de verdad me ponía feliz, porque me encantaban esas golosinas.
Con el tiempo siempre procuré tener chubis de emergencia por si acontecía alguna cosa triste en mi vida.
El día que mi amigo falleció producto de un accidente de tránsito, comí chubis durante seis meses, todos los días, pero no logré sentirme mejor hasta que dejé de comerlos.
De vez en cuando me dan ganas de comer chubis, y siempre que lo hago termino llorando.
La verdad es que ya no puedo saber si tengo ganas de comer chubis o ganas de llorar.
La verdad es que no sé si comer chubis me recuerdan a mi amigo, o el recuerdo de mi amigo me hace desear los chubis.