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Por Jazbel Kamsky.

PINGUINOCHO.

--¡Tomen asiento niños y niñas que una increíble aventura está por empezar, tomen asiento junto a sus papis en la gran alfombra mágica!, –Un menudo hombre con una peculiar nariz ancha y roja como un rocoto, de barba canosa y abundante que delataban sus casi cincuenta años de edad, llamado Mario, con micrófono en mano, invitaba a sentarse al público concurrente, en una gran alfombra multicolores puesta en el suelo frente al teatrillo armado en medio del local-- ¡Dentro de poco despegaremos a una gran aventura sinigual!

Una gaviota, de pechuga prominente y lentes de sol puestos, conocida en el mundo de los títeres como la Señora Pechuga, con un tono de voz medio atolondrado, empezó la función preguntando: --¿Dónde está Juliana que no la veo, alguien me puede decir donde está la pequeña Juliana? Los asistentes levantando sus bracitos gritaban todos alborotados por responder: --Yo sé, yo sé, yo, yo, yo… La gaviota, acomodándose sus lentes de sol, continuó: --¡Aja, allí estás!, un fuerte aplauso para Juliana por invitarnos a su cumpleaños número cinco. Las palmas de alrededor de cien visitantes hicieron eco en aquel colorido ambiente festivo.

El hombre detrás del teatrillo continuó al terminar los aplausos, con la marioneta de la Señora Pechuga puesta en mano, iniciando la narración de aquella mágica historia... --Érase una vez, en un lugar muy pero muy lejano, en donde hacía mucho, mucho frío, tanto frío que incluso el gran oso polar usaba un suéter de lana como abrigo, el hogar donde vivía un pequeño pingüino travieso, un elegante pingüinito que había nacido con una característica muy particular, un pico naranja de gran tamaño; el más grande de todos los picos de la aldea pingüino, por ese motivo sus papitos decidieron ponerle de nombre “Pingüinocho”, --Un singular títere, de traje elegante y pico sobresaliente, entró triunfante en el teatrillo, la Señora Pechuga prosiguió con la emotiva narración en medio de aplausos— Ya en el colegio, en una oportunidad, la maestra preguntó a los pequeños; cambiando los lentes de sol por lentes de aumento, la Señora Pechuga prosiguió: --¿Qué les gustaría ser de grandes, cuando crezcan y sean adultos? –Observando a los niños sentados en la alfombra mágica, señalo a uno de ellos-- ¿Cómo te llamas? –Me llamo Rodrigo. –¿Te llamas, Podrido? Los pequeños, atentos a la función, empezaron a reírse. –Mi nombre no es Podrido, es Rodrigo. El niño enojado, replicó. –¿Muy bien Rodrigo, y cuéntame entonces que te gustaría ser cuando seas grande? --Yo quiero ser cantante de rancheras como mi papá. –Un fuerte aplauso para el futuro cantante. Después de la algarabía, la Señora Pechuga, continuó interactuando con la concurrencia; un pequeño, sentado a la derecha del teatrillo, dijo que sería bombero, otro, de la fila de atrás, que sería policía, y así sucesivamente, hasta que la señora Pechuga le preguntó a Pingüinocho: --¿Y tú, que quieres ser de grande? Mirando sus alas de pingüino, de pronto, le confesó a su maestra: --Sueño con ser un gran pingüino volador. Los niños más grandecitos después de escuchar dicha confesión empezaron a cuchichiar entre ellos, hasta que uno de singular cerquillo al final de la fila del medio, terminó rompiendo el sosiego imperante diciendo: --Señora Pechuga los pingüinos no pueden volar. Pingüinocho, continuó: --Entonces, porqué las gaviotas que al igual que nosotros tienen alas pueden volar, y si hasta los pelicanos que tienen un gran pico como el mío pueden volar, porqué yo no. La maestra pingüino no supo que responderle de inmediato, al tiempo que sonó la campana de salida; culminando la clase. Cambiando el ambiente de escuela del teatrillo a uno de mar y riscos de cartón, la señora Pechuga siguió con la historia: --Sin embargo, Pingüinocho, lejos de ser desalentado en su afán de convertirse en un gran pingüino volador, practicaba todos los días. Desde lo alto de un risco se resbalaba hacia el mar, en el trayecto mientras alzaba vuelo antes de impactar en las olas, gritaba de emoción: --¡Puedo volar, miren puedo volar! De pronto un chapuzón lo hacía darse cuenta que el aprender a volar no sería nada fácil. Todos los días practicaba por cerca de dos horas en el risco, imitando a las gaviotas, abría sus alas y sentía la brisa del viento en su rostro, pero no podía mantenerse en vuelo. Una joven gaviota rocanrolera, un día se le acercó: --¿Qué intentas hacer? Le preguntó. --Quiero aprender a volar. Pingüinocho, le respondió. Con guitarra en mano, la pequeña gaviota, lejos de burlarse de él, le ofreció enseñarle a volar. Después de varios días de práctica, en una mañana en la que el viento soplaba muy fuerte, al lanzarse del risco y abrir sus alas como su amiga, la joven gaviota, le había enseñado, empezó a elevarse en el cielo y se mantuvo así por unos minutos: --¡Lo he logrado, estoy volando, estoy volando! Repitió emocionado Pingüinocho. Al día siguiente, el singular pingüino, al estar en el risco, se percató que sus compañeritos se sumergían en las aguas donde él acostumbraba darse chapuzones. De pronto, observó un “come picos” rondando dichas aguas. Una marioneta de un hambriento tiburón blanco hizo su aparición en el teatrillo. Los niños atentos al desenlace gritaban a los títeres de pingüinos sobre el escenario: --¡salgan del agua, salgan del agua, un come picos! Pingüinocho, empezó a gritar también con la multitud. --¡Un come quéeee…! Respondió uno de ellos. Al voltear la cabeza se dio cuenta que se encontraba en las mismas aguas que un terrible tiburón blanco “come picos”. Invadido por el miedo, nadó a la orilla con todas sus fuerzas, luego le siguieron sus compañeros, el más pequeño del grupo se quedó nadando en lo más profundo de las aguas, sin oír las advertencias. El gran tiburón “come picos” volteó la mirada hacia su distraída presa y a gran velocidad se dirigió hacia él pequeño pingüino. En ese preciso instante, Pingüinocho tomó la decisión de lanzarse del risco y salvar a su pequeño compañero. Para suerte de él, la brisa del viento empezó a soplar con dureza, y logró mantenerse en vuelo, cogió al pequeño pingüino distraído de los hombros con las patas, y defendiéndose, dándole fuertes picotazos en la cabeza al gran tiburón blanco, le recriminó: --Te enseñaré a respetar a los pingüinos. Se alejó volando del terrible “come picos” y se dispuso aterrizar sano y salvo en la arena. Sus compañeros en la orilla vieron la valiente escena y de la emoción comenzaron a cantar vivas a Pinguinocho. Los pequeños espectadores entusiasmados terminaron gritando a todo pulmón: --¡Viva Pingüinocho, viva, viva!

Al finalizar la función, Mario, observó desde el teatrillo a Juliana, quién vestía de princesa y reía a carcajadas, por breves segundos recordó entonces las risas de su pequeña hija Beatriz al despertarla por las mañanas con su marioneta favorita; “el señor huevo frito”, quien con una voz aguda le decía: --¡despierta princesa come yemas!, ¡despierta princesa! Soy el señor huevo frito quien todas las mañanas termino bailando de felicidad en tu pancita. Y haciendo el ademán de bailar, concluía finalmente despertándola con un delicioso cosquilleo en su pequeño abdomen.

El hombre de las marionetas, sintió sus ojos humedecerse, al tiempo que iba desarmando el teatrillo. Su hija Beatriz, actualmente era arquitecta y vivía en Alemania, casada con un lugareño y con dos bellos hijos a los cuales Mario nunca llegó a conocer, pues, en aquella amarga época de su vida, Regina, su amada esposa, falleció en un accidente de tránsito, lo cual lo llevó a sumergirse en una gran depresión. Mario adquirió entonces el vicio del alcohol, negándose en múltiples oportunidades a recibir ayuda, motivo por el cual, su pequeña hija quedó al amparo de sus abuelos maternos. Beatriz, siendo ya mayor de edad y avergonzada de tener un alcohólico como progenitor, decidió marcharse del Perú, y olvidar por completo a aquel hombre que en nada se parecía al amoroso padre de su infancia.

Sin esperarlo, la pequeña cumpleañera se le acercó y con sus manitas le tomó de sus barbas, regalándole un afectuoso beso en la mejilla. Alex, el hermano mayor de Juliana, se le acercó también y le hizo algunas señas extrañas con las manos, a las cuales, la pequeña respondió de igual manera. El asombro de Mario era evidente, siendo Alex quién al darse cuenta de la perplejidad de aquel hombre, terminó confesándole: --Mi hermana Juliana es sordomuda.

Al día siguiente, en su casa, descansando sentado en un viejo sofá, Mario estuvo recordando la emoción embargada al enterarse de que la función de títeres era para una preciosa niña sordomuda. El teléfono empezó a sonar, una sensación extraña lo envolvió por completo al levantar el auricular, escuchó de pronto una aguda voz de mujer que le decía: --Papá, papá, eres tú papá. Quebrando su voz de emoción por la nostalgia, Mario respondió: --Beatriz, hija. --Te quiero mucho papá, perdóname por favor por decidir alejarme de ti, perdóname. Replicó Beatriz, llorando desconsolada. --¡No estés triste, princesa come yemas!, ¡no estés triste! --Mario, imitando la voz aguda del señor huevo frito, le respondía con los ojos brillosos mientras la imaginaba-- Que soy el señor huevo frito quien todos los días termino bailando de felicidad en tu pancita.

A partir de aquel día en especial, Mario, empezó la función más importante de su vida, aquella función en la que él era ahora el personaje principal, y en cuyas manos, ya no manejaba una marioneta como la del popular pingüinocho, sino más bien, tenía la gran oportunidad de formar parte de una bella historia de unión familiar.

FIN

Texto agregado el 28-11-2017, y leído por 82 visitantes. (1 voto)


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