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¿Quieres saber la verdad? Yo te contaré la verdad, Juan de Betanzos. Lo que no voy a hacer es regalarte los oídos con las historias que tú quieres escuchar. Tú escribe lo que quieras, adorna mis palabras a tu manera, cuenta lo que creas que debes contar y calla lo que creas que te conviene callar, pero yo no pienso hablarte de guerras justas, de misiones civilizadoras ni de salvaciones de almas. Yo te hablaré de lo que sé, de los hechos de mis antepasados, los Incas del Tahuantisuyo, que conocí siendo niña, mientras, fascinada, escuchaba los cantos en los que se relataban sus grandes gestas. Te hablaré de lo que decían esos cantos, transmitidos de padres a hijos durante generaciones y generaciones, en mi familia y en todas las familias de la nobleza cuzqueña. Te hablaré de las memorables campañas bélicas de los Incas, de sus leyes justas y sabias, de la prodigiosa organización de su imperio. Te hablaré de Manco Capac, el primer Inca, que surgió de las profundidades del lago Titicaca. Te hablaré del gran Pachacútec y de su milagrosa victoria sobre los chancas, obtenida gracias a la ayuda del propio dios Viracocha, que hizo brotar veinte escuadrones aliados de entre las piedras y los matorrales del campo de batalla. Te hablaré de las dos maravillosas construcciones que le debemos a este Inca: la fortaleza de Sacsayhuamán, a las afueras de Cuzco, que protege la ciudad de los ataques exteriores, y la ciudadela sagrada Patallaqta, en el cañón del río Urubamba, al lado de las impresionantes montañas Huayna Picchu y Machu Picchu. Te hablaré de Huayna Capac, cuyo imperio, el más grande jamás conocido, abarcaba todos los pueblos comprendidos entre el rio Ancasmayo y la belicosa tierra de los araucanos. Te hablaré de Manco Inca, quien, harto de sufrir afrentas, se rebeló contra los españoles y formó un poderoso ejército que logró sitiar la ciudad de Cuzco durante casi un año. Te hablaré, si quieres, también, de la parte oscura de los Incas, que lamentablemente existió, de su falta de compasión con los vencidos o de sus sacrificios rituales de niños inocentes. Y, por último, te hablare de quien era tu gran amigo Francisco Pizarro, el grandísimo hideputa, quien, no contento con haber matado al Solo Señor, al Inca Atahualpa, a mi marido legitimo, se permitió la vileza de tomarme por su concubina siendo ya él un viejo de sesenta años. De todo eso te hablaré. |
Texto agregado el 24-11-2017, y leído por 73 visitantes. (0 votos)
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