Al caer la tarde, invariablemente era invadido por esa sensación de disolución de su materialidad, que lo hacía creer que empezaba a desaparecer lenta pero inexorablemente para el mundo de lo concreto y cotidiano. Temía ser borrado por un acontecimiento fortuito, tal vez porque ingresar inesperadamente a ese no universo que es la nada, era una posibilidad inconcebible para su mente. En las horas nocturnas, vivía con intensidad creciente la angustia de estar consciente de existir y esperaba con resignación, en cualquier instante, ser sorprendido por la pausa definitiva, aquella que sin previo aviso nos impone el azaroso destino. La comprensión de la turbación existencial que le aquejaba se le escapaba al hombre, así transcurrió el tiempo que no da concesiones. Un día cualquiera la disociación de su ser con la realidad física fue radical y desapareció, se podría especular que la nada se convirtió en su hogar o si se prefiere en su patria.